Domingo 22 de junio de 1997

Un líder en la historia del siglo




Fidel Velázquez nació con el siglo, cuando Porfirio Díaz se reelegía por sexta ocasión. Muy joven incursionó en el naciente sindicalismo mexicano y a los 29 años, junto con su incipiente grupo conocido luego como Los cinco Lobitos, firmó el manifiesto Por qué nos separamos de la CROM, en el que advirtió:

``No existe dentro de la constitución del obrerismo mexicano, ni en ninguna ley moral, un solo precepto que autorice la permanencia a perpetuidad de un elemento, cualesquiera que éste sea, rigiendo sus destinos''.

Casi seis décadas después, en febrero de 1997 el mismo Fidel Velázquez maniobró para seguir al frente de la CTM, con carácter vitalicio, pese a que su ciclo y su vida estaban por concluir.

En aquel febrero de 1929, sin embargo, un Fidel rebelde, que ya había pasado por el despido para constituir su primer sindicato, el de lecheros -al organizar a los trabajadores de la ex hacienda del Rosario, cuyos vestigios aún existen en Azcapotzalco- se metía de lleno al ámbito sindical nacional.

Aprovechaba la coyuntura, el desprestigio de Luis N. Morones, pero sobre todo el rompimiento del entonces influyente y poderoso líder con el gobierno de Emilio Portes Gil, para avanzar en su propósito de dirigir al movimiento obrero oficial.

Un año antes, en 1928, había afiliado a la CROM a su Unión de Trabajadores de la Industria Lechera (UTIL), que conformó en colaboración con Alfonso Sánchez Madariaga. Dentro de la central conoce a los otros integrantes del Grupo de Los cinco lobitos: Jesús Yurén, Fernando Amilpa y Luis Quintero.

Sin embargo, poco después, juntos y alentados por Portes Gil, salientes de la CROM. Morones, en un furibundo discurso los llama ``cinco miserables lombrices''.

De inmediato obtuvo respuesta. Al día siguiente, primero de mayo de 1929, Luis Araiza, en esa época dirigente de una de las centrales sindicales de corte anarquista, y después historiador, le responde: ``Torpe de usted Morones, que en su calenturienta imaginación, ve lombrices. Son cinco lobitos que pronto, muy pronto, le van a comer todas las gallinas del corral''.

Araiza fue profético. A partir de ese momento Velázquez y su grupo se enfilaron a la conquista de la dirección del sindicalismo mexicano. Pese a que no representaban gremios importantes ni numerosos, tenían a su favor el apoyo presidencial y la enorme capacidad de organización de Fidel Velázquez.

Ello les permitió crear de inmediato la Federación de Sindicatos Obreros del Distrito Federal.

Y de ahí para adelante, una historia de pugnas, alianzas, chantajes y traiciones.

En 1933, Velázquez participó en la creación de la Confederación General de Obreros y Campesinos (CGOCM) -de tendencia socialista- junto con Vicente Lombardo Toledano, otro de los personajes fundamentales en la historia del movimiento laboral, quien, a diferencia de los lobitos, provenía del medio intelectual y político.

A la mancuerna Fidel-Lombardo les correspondió reagrupar al disperso y fracturado movimiento sindical durante el régimen del general Lázaro Cárdenas. Para ello contaron con la política social, reivindicadora de las demandas obreras, del nuevo gobernante.

Por única vez en la historia del país, el derecho de huelga se tradujo en una de las principales formas de expresión de los sindicalistas. El número de movimientos huelguísticos, que en 1933 fueron 13 y en 1934, 203, se elevaron a 642 durante el primer año del régimen cardenista.

Además, la disputa entre Calles y Cárdenas fue decisiva en el reagrupamiento del movimiento obrero. 1936 arribó con un incremento en las huelgas y la amenaza patronal de llevar a cabo una manifestación contra el comunismo, ``contra los agitadores rojos mandados por Lombardo Toledano'', en Monterrey, la cuna de los empresarios más ricos.

Ahí precisamente definió Lázaro Cárdenas en 14 puntos su política social y laboral, negó a los patrones la intervención en los sindicatos y lla- mó a los trabajadores a aglutinarse en un frente único para hacer más efectiva la defensa de sus intereses.

Fue un 11 de febrero, el general Cárdenas culminó su discurso con una frase inolvidable: ``los empresarios que se sientan fatigados por la lucha social pueden entregar sus industrias a los obreros o al gobierno. Eso será patriótico, el paro no''.

Amenazó con irse y se quedó para siempre

Sólo 13 días después nació la Confederación de Trabajadores de México (CTM), con Vicente Lombardo Toledano como secretario general y Fidel Velázquez en el segundo puesto de importancia, la secretaría de Organización, cargo al que llegó luego de desplazar, mediante el chantaje y otras maniobras, al comunista Miguel Angel Velasco.

A las 14 horas del 24 de febrero de 1936 se inició la elección del comité ejecutivo de la CTM. Al votarse la primera cartera, la secretaría general, no hubo problema alguno, Lombardo fue electo por ``una abrumadora mayoría'', según consta en el acta constitutiva.

Estaba en el primer plano con su carisma, su gran facilidad para vincularse con las masas. Su habilidad política y su sólida formación -a la par del doctorado en filosofía por la UNAM obtuvo la licenciatura en derecho- le permitieron enlazar las reivindicaciones de los trabajadores con los propósitos del cardenismo.

Por ello, su elección como secretario general fue por unanimidad. Pero, al pasar a la secretaría de Organización y Propaganda, el ambiente se encendió y la pretendida e incipiente unidad amenazó con evaporarse.

Miguel Angel Velasco, un auténtico luchador social, activista en la etapa clandestina del Partido Comunista -lo que lo llevó un año a las Islas Marías junto con José Revueltas- ganó de manera aplastante a Fidel, pero éste y su grupo no lo toleraron.

En su libro Mi testimonio, que se editó en 1978, Valentín Campa precisa que Amilpa y Fidel Velázquez brincaron, vociferando y amenazando que saldrían del congreso.

Las amenazas, los gritos y el desorden continuaron, se lee en la versión taquigráfica del acta de la sesión, incluída en el libro CTM: 1936-1941, elaborado por la propia central.

Sorpresivamente, Campa tomó la palabra para retirar a nombre de la CSUM la candidatura de Velazco.

Siguiendo con la versión taquigráfica de la sesión de ese 24 de febrero, la intervención de Campa es recibida con los gritos ``No. No, ya está votado'' , seguida luego de ``un gran desorden''

Francisco Breña Alvírez, del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), se opuso; hay debate, la decisión se pospone, se votan las otras carteras, mientras Fidel y su grupo negocian por fuera.

Al final, Campa anuncia que tanto la CGOCM como la Sindical Unitaria están de acuerdo en que Fidel Velázquez quede en la secretaría de Organización y Miguel Angel Velasco en Educación y, a manera de justificación, precisa que ambos estarán en el comité.

Tanto Campa como Velazco explicarían años más tarde que todo fue en aras de la unidad. Breña Alvírez fue el único que se opuso y también, adelantándose al futuro, señaló que Fidel se encaminaba a convertirse en un nuevo Morones del movimiento obrero.

Y, Velázquez, en ese momento, aunque no era socialista adoptó la política socialista de la CTM, cuyo lema, que después cambiaría fue ``Por una sociedad sin clases''. Juró respetar los estatutos, en los que se precisaba que los miembros del comité ejecutivo cetemista no podrían ser reelectos y cantó La Internacional, con la que se clausuraron, a las 17:10 de ese 24 de febrero de 1936, los trabajos del congreso constituyente de la CTM.

Desde la secretaría de Organización, Fidel dedicó los cinco años siguientes a la fundación de la CTM, a ir conformando el poder que lo convertiría luego en líder eterno. Respaldado en los otros cuatro lobitos, fundamentalmente en Amilpa y Yurén, recorrió todo el país, promovió y encabezó la creación de federaciones regionales en la mayoría de las entidades, participó en la restructuración de sindicatos, actuó como árbitro en los conflictos gremiales, y creó redes de apoyo y combate con todo rigor e incluso con violencia a los dirigentes opuestos a sus deseos y decisiones.

Son años de fuertes conflictos y escisiones. Fidel alimentó lo que será la constante en su larga carrera sindical: la centralización del poder, aunque ello ocasionara problemas a la confederación. A tal grado que en el primer consejo de la CTM, en junio de 1936, el sindicato minero abandonó la central.

Velázquez, sin embargo, siguió fortaleciéndose. Consiguió que en Julio de 1936 la CTM se adhiriera a la Federación Sindical Internacional, haciendo a un lado al otro organismo, la Internacional Sindical Roja. Se opuso asimismo a que la central apoyara la creación del Frente Popular, impulsado por Lombardo y los comunistas, bajo el alegato de que los obreros no podían mezclase en política.

Sin embargo, en el segundo consejo cetemista se modificó el postulado original de la CTM de no participar en actividades electorales y el comité ejecutivo llama a los trabajadores a entrar en las elecciones; y aunque hubo oposición, se aprobó.

Eso permitió que en el proceso electoral de julio de 1937 la CTM participara con candidatos postulados por el PNR, y obtuviera 30 curules, tres de ellas para Amilpa, Yurén y Sánchez Madariaga. El propio Fidel, años más tarde, sería senador.

Mientras, crecían las pugnas en la central. En su cuarto consejo, realizado en abril de 1937, 23 sindicatos y federaciones estatales, entre ellos el SME y los ferrocarrileros, abandonaron las sesión y acusaron a Lombardo y a Fidel de querer ``instaurar una era de tiranía y servilismo en las organizaciones sindicales''.

Era una escisión considerable, por lo menos la mitad de la membresía de la CTM. Sin embargo, sólo estuvieron fuera unos meses, pues a excepción del SME, las demás organizaciones ligadas al Partido Comunista, y a instancias de éste, regresaron a la central.

Paralelamente seguía la intensa actividad organizativa de Velázquez. Año con año, informaba de más federaciones estatales y sindicatos de industria conformados. La CTM nació con 533 mil trabajadores y para febrero de 1938, en que se llevó a cabo su primer congreso, contaba, según consta en las memorias de ese evento, de 3 mil 594 organizaciones y 954 mil 913 trabajadores.

A la par de su febril actividad en organización interna, Velázquez fue electo secretario general de la Confederación de Trabajadores de América Latina (CTAL), constituida ese mismo año de 1938 en el Distrito Federal, bajo el impulso del afán lombardista de lograr ``la agrupación continental del Proletariado''.

Formó parte de la delegación de la CTAL al Congreso de Unificación Obrera Nacional, celebrado en La Habana, del 23 al 28 de enero de 1939, donde se constituyó la Confederación de Trabajadores de Cuba. Después viajó otras veces a la isla caribeña, donde conoció a la dama con quien se habría de casar, Nora Quintana.

Para eso faltaba aún, porque la CTM entró de lleno en el escenario político, al aceptar el llamado del general Cárdenas ya en las postrimerías de su gobierno, para transformar al PNR en el Partido de la Revolución Mexicana (PRM).

Fue un hecho que marcó el desarrollo futuro de la CTM, ya que se integró al partido como uno de sus sectores sociales y por acuerdo de su congreso extraordinario de febrero de 1939, resolvió que la participación en la lucha presidencial debía ser obligatoria.

Fidel destapa a Avila Camacho. Se inicia la leyenda

Así, el 3 de noviembre de 1939 Fidel Velázquez encabezó a los representantes del sector obrero del PMR que notificaron a Manuel Avila Camacho su postulación como candidato presidencial. Para Fidel Velázquez fue el inicio de un rito que se prolongaría a muchos otros sexenios y que formó parte de su leyenda.

Ya con la estructura corporativa en gestación, Fidel Velázquez alcanzó por primera vez la dirección de la CTM, el 24 de febrero de 1941. Repleta a toda su capacidad, la Arena México apenas podía contener a los eufóricos cetemistas que aplaudieron y llenaron de vivas al líder saliente, Vicente Lombardo Toledano.

Sereno, con ese gesto impasible que le caracterizó siempre, Fidel Velázquez se levantó para pronunciar su primer discurso. Iba, como siempre, vestido con un sobrio traje oscuro, que resaltaba más su figura de casi 1:90 metros. También el típico habano lo acompañaba.

Era el momento deseado y a diferencia de los largos y bien estructurados discursos de Lombardo, el suyo fue breve, enfocado a destacar su fidelidad al maestro y su afán unitario en torno a los comunistas, los anarquistas y las demás corrientes que confluían dentro de la CTM.

``Trabajadores manuales como yo, que no han tenido, por su condición económica, por la condición económica de su familia, la oportunidad de educarse, no podemos expresarnos en otros términos que no sean los que el pueblo usa. ``Yo constituiré una garantía absoluta para la unidad de la CTM, porque no quiero formar grupos... Amo la unidad, amo a la CTM, quiero al compañero Lombardo, mi grupo es la CTM''

El ``emocionante discurso del compañero Velázquez'', como se le califica en el libro citado CTM:1936-1941, incluía absoluto reconocimiento a los comunistas, a los que poco después echaría de la CTM:

``No soy comunista, pero admiro a los comunistas, porque son revolucionarios como yo y todos los miembros de la CTM; por eso he de convivir con ellos...

``He de constituir al compañero Lombardo en depositario de esa promesa mía, porque él no se va de la confederación, no se podrá ir, porque jamás lo dejaremos ir''. Seis años después, sin embargo, lo expulsaría en definitiva de la central e iniciaría una campaña permanente contra los comunistas.

Eran además otros tiempos. El nuevo presidente distaba mucho de compartir la ideología y el pensamiento de Cárdenas y además se estaba entrando en la Segunda Guerra Mundial. Velázquez determinó entonces una nueva estrategia, que incluía el compromiso de suspender paros y huelgas.

Fidel se mostraba conciliador, porque su período iba a concluir y obviamente no quería irse.

En octubre de 1942, pese a que lo prohibían los estatutos, Fidel Velázquez, con el apoyo de Lombardo, se reeligió. Fue un doble triunfo, ya que además consiguió que el período de los integrantes del comité ejecutivo se ampliara de dos a cuatro años.

En agosto de 1943, los sindicatos y federaciones influídos por la satanizada corriente comunista abandonaron la CTM, hartos de las prácticas fidelianas de descabezar y desconocer dirigentes, controlar y manipular asambleas para consolidar su hegemonía.

Sin los comunistas, Fidel firma su primer acuerdo con los patrones, el Pacto Obrero-Industrial, signado en abril de 1945, bajo los planteamientos de unidad sindical, conciliación de clases y alianza para la producción.

``He visto salir a muchos. ¡Yo seguiré!''

A fines de 1946 era evidente la división en la CTM y la supremacía del grupo fideliano, que ahora tenía como candidato a otro de los lobitos, Fernando Amilpa, a quien impusieron por encima de Luis Gómez Z, quien en aquella época se oponía al apoyo que la central daba al régimen de Miguel Alemán.

Fidel Velázquez, que con gran visión apoyó la creación del Instituto Mexicano del Seguro Social, a fines de 1942, -el proyecto era impugnado por la derecha e incluso por algunas organizaciones sindicales- no estaba dispuesto a permitir que Gómez Z. dirigiera la CTM y la enfrentara al sistema.

De nuevo Lombardo Toledano se puso de parte del grupo de Fidel, inclinándose por Fernando Amilpa, a cambio, según le prometió Fidel Velázquez, de respaldar la creación del Partido Popular, un viejo y ansiado proyecto lombardista.

Velázquez había impulsado la transformación del PRM en Partido Revolucionario Institucional (PRI), en enero de 1946, pero requería tener de su lado a Lombardo y evitar que los sindicatos de industria, fundamentalmente el ferrocarrrilero, abandonaran la central antes de la elección de Amilpa.

El cuarto congreso nacional de la CTM eligió como secretario general a Amilpa, suavizó su lema y táctica, al cambiar el original ``Por una sociedad sin clases'' a ``Por la emancipación de México'', y se decidió seguir con la suspensión de huelgas o paros, en apoyo del proyecto de industrialización del gobierno.

Luis Gómez Z y Valentín Campa, dirigentes ferrocarrileros, salieron de la CTM, pero ello no le preocupó mucho a Fidel, interesado en ese momento en deshacerse de Lombardo. Tal propósito lo consiguió meses después, cuando lo obligaron a decidir entre el Partido Popular que quería formar o la confederación.

Alentado por Fidel, Lombardo presionó a Amilpa para organizar el nuevo partido y llevar a cabo del primero al 3 de octubre el 32 consejo nacional de la CTM, dedicado a definir el rumbo político de la confederación.

Pocos defendieron al maestro Toledano y en cambio Blas Chumacero y otros representantes del grupo dominante en la CTM se lanzaron en su contra y, al final, el consejo rechazó la participación cetemista en el Partido Popular. Despues de darse a conocer la votación -que fue 34 en contra y tres a favor- habló Fidel Velázquez y anunció que se promovería la afiliación individual al PRI. Recalcó que en su carácter de senador y ex secretario general de la CTM sería el primero ``en afiliarme a ese gran partido de la Revolución Mexicana''.

Se dio luego el lujo de exigir a Lombardo, ``a mi camarada y amigo, al jefe nuestro de otros tiempos'', que se disciplinara a la CTM. Y para completar el golpe, el consejo exigió la renuncia de tres integrantes del comité ejecutivo afines al lombardismo.

La depuración más importante de la CTM se había dado. Poco después Lombardo sería expulsado y la furia de Fidel lo perseguiría. ``Se ha rebelado como un verdadero irresponsable, como un divisionistas profesional, como un hombre que nada le importa que no sea su persona'', lo calificó Fidel en 1948.

Los cuatro años que Amilpa llevó el timón cetemista, de 1947 a 1950, impulsó un discurso anticomunista recalcitrante, trató de eliminar todo lo que recordara a Lombardo -por ello separó a la CTM de la CTAL- permitió el florecimiento de la corrupción sindical y los golpes que el régimen de Miguel Alemán asestó a los sindicatos ferrocarrilero y petrolero.

Fidel se dedicó luego a quitar el último obstáculo para el control definitivo del mando cetemista, sin importar que el contrincante a arrollar fuera su amigo Fernando Amilpa, el que, siguiendo su ejemplo, quería reelegirse, sólo que no se lo permitió.

Cuando Amilpa amenazó, durante el 38 consejo cetemista, con renunciar dos meses antes de terminar su período y se quejó de la gran corrupción en la CTM, de líderes como Yurén, que actuaban como patrones, Fidel Velázquez subió al presídium y descubrió su verdadero rostro, la forma en que habría de actuar hasta el fin de sus días:

``He visto salir a muchos hombres de la CTM... Yo seguiré en mi puesto''. Aclaró que quien había acabado con los comunistas y Lombardo era él, no Amilpa, quien podía irse si quería.

Al otro día, Amilpa regresó al consejo, retiró su renuncia y abrazó a Fidel, al Fidel que por tercera ocasión llegaba a la secretaría general de la CTM, para ya no irse nunca.

Dos años después, en 1952, murió Fernando Amilpa. El primero de muchos que quisieron quitar el poder a Fidel Velázquez y que él iría enterrando de manera paulatina.



A partir de los cincuenta años acuñó su imagen de misterio, de político con rostro impenetrable, que no expresa emoción alguna, de líder de conducta privada intachable, de hombre austero, ligado a su familia.

Con medio siglo encima, Fidel Velázquez sentó cabeza, contrajo matrimonio con Nora Quintana -una hermosa rubia 30 años menor que él, proveniente de una familia cubana de abolengo, con quien tuvo tres hijos: Nora, Guillermo y Fidel- y enterró parte de su personalidad.

Atrás quedó el Fidel bebedor, asiduo a la casa de Graciela Olmos, La Bandida, el que dejó de usar sombrero porque lo olvidaba -según él lo relató- en los salones de fiesta de esa dama, ``donde sí se hacía política'' en la década de los cuarenta.

Fue en casa de La Bandida, donde tejió alianzas con los políticos de la época, donde jugó bromas al entonces joven y tímido poblano Blas Chumacero, a quien los lobitos convencieron de que se encerrara con una de las chicas, para fisgonearlo desde una ventana y reírse de él.

Es poco lo que se sabe de esa época, fue pasados los ochenta años, ya con muchas reelecciones y varios nietos, cuando el líder accedió a hablar un poco de su vida privada, y relató que fue ``un niño grandote'', nacido en un pueblo del Estado de México -hoy Villa Nicolás Romero- el 24 de abril de 1900.

Un niño que, según relató en una de las miles de entrevistas periodísticas que concedió en vida, no tuvo infancia, porque desde pequeño ayudaba a su padre en las tareas del campo, en la ordeña de vacas, a la par que asistía a la escuela primaria, su única instrucción.

A la muerte de su padre se hizo cargo de la familia y luego se encumbró en el sindicalismo y la política y acuñó frases después célebres, como aquella de ``El que se mueve no sale en la foto''.