Domingo 22 de junio de 1997

50 años de fidelidad al sistema



Un mes antes de cumplir 50 años, el 29 de marzo de 1950, Fidel Velázquez asumió por tercera ocasión la secretaría general de la CTM. Fue su segunda reelección. El período de la dirigencia nacional se amplió a seis años y a partir de ese momento y sin problema alguno, se reelegiría hasta su muerte.

Impondría en el siguiente medio siglo, si pudiera parafrasearse a Cosío Villegas, ``su personal estilo de liderar''.

Casi cincuenta años en los que se mantuvo fiel al sistema, aunque para ello debiera aplaudir la represión a la insurgencia obrera, legitimar la masacre de Tlatelolco, mantener relegadas las demandas salariales, e incluso soportar las humillaciones que le propinó Carlos Salinas de Gortari durante su sexenio.

Javier Aguilar García, coordinador del libro Historia de la CTM;1936-1990, explica que desde su entronización en el poder y hasta 1970, Fidel logró sostener a la CTM como la principal organización del movimiento obrero. Su colaboración con el Estado y el sistema político fue estratégica para impulsar otra fase del crecimiento económico basada en la sustitución de importaciones.

Las relaciones de la CTM con Miguel Alemán fueron excelentes, a tal grado que la dirigencia fideliana le otorgó el título de ``obrero de la patria'', por ``los grandes servicios que ha prestado a la nación''.

Al inicio de la administración de Adolfo Ruiz Cortines, su también característico doble actuar lo lleva a apoyar la devaluación del peso -``medida benéfica para los intereses de la nación''-, pero amaga al mismo tiempo estallar una huelga general el 12 de julio de 1954, en demanda de un aumento mínimo de 24 por ciento.

Estrenaba lo que sería a lo largo de su añosa vida sindical una táctica constante: amenazar y luego retractarse.

Sin opositores al frente y ``por decisión de las masas cetemistas'', Fidel se reelige por tercera ocasión, para el periodo 1956-1962. Es el VI Congreso Nacional de la CTM, realizado en el Auditorio Nacional, en presencia del presidente Ruiz Cortines y la clase política de la época. El líder informa que cuentan con un gobernador, cuatro senadores, 20 diputados federales, 33 diputados locales, 132 presidentes municipales, 49 regidores y 59 síndicos.

Un sexenio después, Fidel Velázquez y su CTM legitiman la represión en contra de los líderes ferrocarrileros Demetrio Vallejo y Valentín Campa, ordenada por Adolfo López Mateos, tres meses después de tomar posesión.

Velázquez y López Mateos habían coincidido en el Senado en 1946. En 1958 el líder cetemista fue de nuevo senador y logró diputaciones para Blas Chumacero y Francisco Pérez Ríos, este último secretario general del sindicato electricista afiliado a la CTM.

Pero no todo fue miel, porque en la administración de López Mateos se dio también el surgimiento de Rafael Galván, primero como dirigente del Sindicato de Trabajadores Electricistas de la República Mexicana (STERM), organismo que aglutinó a los trabajadores de las empresas eléctricas recién nacionalizadas -que Fidel quería se sumaran a la CTM- y después como líder de la Central Nacional de Trabajadores (CNT), en diciembre de 1960.

Y el Fidel de las gafas entonces oscuras, lo consideró como un evidente respaldo presidencial y comenzó a combatir a Galván.

En el inter seguía reeligiéndose. En 1962 ocupó de nuevo la secretaría general de la CTM, pese a las críticas de los integrantes de la CNT y de otros sectores de la sociedad y en noviembre de 1963 postuló a Díaz Ordaz como su candidato.

A partir de ese año, Fidel inicia una serie de movilizaciones en todo el país encaminadas a impulsar las reformas al artículo 123 constitucional, por las que se instituyó el salario mínimo y el reparto de utilidades, y a pugnar al mismo tiempo por una nueva Ley Federal del Trabajo (LFT) que incluyera la semana de 40 horas y la federalización de los tribunales laborales.

El primer salario mínimo fue de 21.50 pesos diarios, y en su negociación intervino de manera preponderante. Una vez instaurados los mínimos y el reparto de utilidades, Velázquez se afanó, por exigir su cumplimiento, aunque nunca lo consiguió.

En realidad jamás movilizó a los trabajadores, ni en defensa de los salarios o el cumplimiento del reparto, ni la semana de 40 horas que, conjuntamente con el CT, peleó en la Cámara de Diputados entre 1966 y 1969.

En abril de 1965, durante la cuarta Asamblea Nacional Ordinaria del PRI, Fidel Velázquez, consciente del deseo de Díaz Ordaz de acabar con las confrontaciones en el movimiento obrero, llamó a a la primera Asamblea Nacional del Proletariado, donde se fusionarían la CNT, la CTM y las demás organizaciones del Bloque de Unidad Obrera (BUO).

El Congreso del Trabajo (CT) se constituye el 18 de febrero de 1966 y desde entonces y hasta su muerte, Fidel Velázquez lo controló. Meses después del nacimiento del máximo organismo obrero, Galván advirtió que iba a la crisis, ya que no hacía nada efectivo para transformar las estructuras anquilosadas del sindicalismo oficial.

Fidel, en tanto, afianza su quinta reelección, esta vez para el período 1967-1974, luego de una supuesta ``consulta entre las bases''. En su toma de protesta estuvo Díaz Ordaz, y el sesentón Fidel aseguró que había hecho ``hasta lo indecible'' para eludir otra vez la responsabilidad de ser secretario general.

Ya casi al final del sexenio de Díaz Ordaz, Fidel Velázquez reitera su utilidad y fidelidad al sistema, al avalar la matanza de Tlatelolco. El 12 de octubre de 1968, Fidel sostiene que ``el seudo movimiento estudiantil es atentatorio de la mexicanidad y netamente subversivo'' Ante este, agrega, ``los trabajadores mexicanos deben tornarse agresivos, tender un cerco y liquidarlos''. Al final de su perorata, pide a los obreros que ``al grito de ¡Viva México!'', defiendan a Díaz Ordaz.

A liquidar a Galván, a Méndez Arceo, a los estudiantes

El 19 de noviembre de ese trágico año de 1968 murió Lombardo Toledano y, ya sin otro enemigo sindical a quién combatir, Fidel se lanzará con todo en contra de Rafael Galván.

Previo a la sucesión presidencial, en julio de 1969, Velázquez asume por segunda ocasión la presidencia del CT. En adelante y siempre antes del relevo sexenal, así sería. Como en las candidaturas de Miguel Alemán, Adolfo Ruíz Cortínes, Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz, Fidel Velázquez respaldó la de Luis Echeverría, desde el momento mismo -octubre de 1969- en que el aún primer mandatario comunicó a los representantes de los tres sectores el nombre del candidato priísta.

La relación con Echeverría, empero, tuvo períodos de tensión e incluso de roce, los que, en opinión de investigadores y analistas del movimiento obrero, se debió a la intención presidencial de promover un recambio en la cupula sindical.

Sin embargo, Velázquez puso de manifiesto una de sus grandes virtudes: la de adaptarse a las nuevas exigencias. De esa forma respaldó el proyecto estatal del régimen echeverrista y usó sus demandas para presionar y negociar asuntos económicos y más poder político.

En materia salarial, el proyecto de Echeverría permitió a Velázquez negociar aumentos importantes, aunque debió sostener fuertes enfrentamientos con los empresarios.

Asimismo, Velázquez logró la modificación de la fracción XII del artículo 123, para crear el Infonavit, pese a las críticas del sindicalismo independiente, que veía en ello una concesión a los patrones, que quedaban así exentos de la obligación plasmada por el Constituyente de 1917 de dotar de vivienda a sus trabajadores.

La CTM peleó la creación del Infonavit, porque Velázquez visionariamente lo concebía como un nuevo espacio para su gestión clientelar. En ese período la central fideliana insistió en el mejoramiento y ampliación de la seguridad social, en la semana de 40 horas y en la federalización de los tribunales laborales.

Paralelamente, durante el mandato echeverrista se dio una gran insurgencia sindical, que habría de prolongarse más allá de los setentas.

La demanda de democratización de los sindicatos, de nuevos dirigentes que pugnaran realmente por la mejora de sus condiciones de vida en lugar de pelear posiciones políticas llevaron a la calle a los integrantes de la Tendencia Democrática, del Frente Auténtico del Trabajo (FAT), a los nucleares afiliados al SUTIN y los trabajadores de la UNAM.

Los trabajadores de Volkswagen salen de la CTM para afiliarse a la Unidad Obrera Independiente (UOI) de Juan Ortega Arenas. A Fidel Velázquez no le gustó mucho y tampoco le agradó el excarcelamiento de los líderes ferrocarrileros Demetrio Vallejo y Valentín Campa, luego de once años de estar presos.

Otros indicios de un posible enfrentamiento con el presidente, fueron la crítica severa que le formuló el general jalisciense José Guadalupe Zuno, suegro de Echeverría. Sucedió que en 1972 el líder cetemista pronunció un discurso durante una comida en su honor, organizada por los obreros de la fábrica La Josefina, en Tepeji del Río.

El líder cetemista se lanzó en contra de Galván, de Vallejo y Campa, y luego dijo una frase que provocó reacciones de repudio: ``En la CTM y en el movimiento obrero se encontrará siempre un ejército dispuesto a la lucha abierta, constitucional o no, en el terreno en que el enemigo nos llame, porque nosotros ya somos mayores de edad''.

Fidel tuvo muchas respuestas airadas, la más directa de Zuno. El suegro de Echeverría dijo que la clase obrera había vuelto a la esclavitud con Velázquez, y lo definió luego como ``un defecto de México''.

En el libro Fidel: una historia de poder, una de las biografías escritas sobre el líder, su autor Agustín Sánchez González advierte que de nueva cuenta el cetemista ``estaba en el ojo del huracán'', aunque, ``con más de 30 años de liderazgo, tenía la fuerza suficiente para enfrentarse a quien lo cuestionara''.

Así que ``se peleó a muerte con Rafael Galván, con el obispo de Cuernavaca, Sergio Méndez Arceo -quien saliera en defensa de los obreros cetemistas de Rivetex-, con diversos grupos que pretendieron democratizar al movimiento sindical, como el FAT y la UOI.

La política sindical que la CTM practicó en la década de los 70 tiene su mejor ejemplo en la batalla fiera que Fidel emprendió contra Galván y su Tendencia Democrática, hasta acabarlos, apoyado por el gobierno, en 1975.

En el inter, Velázquez dirimió de manera similar otros conflictos dentro de la propia CTM, entre ellos el suscitado en la Federación de Trabajadores del Distrito Federal a la muerte de su gran amigo Jesús Yurén, el más allegado a él del grupo original de los ``Cinco lobitos''.

Para suceder a Yurén optó por Joaquín Gamboa Pascoe, un abogado millonario cuestionado ya desde entonces por ocho dirigentes seccionales, los que finalmente debieron salir de la CTM, expulsados.

Los ocho expulsados consignaron a Velázquez ante la Comisión Nacional de Justicia de la CTM por ``abuso de autoridad'' y violar los estatutos, pero obviamente no lograron nada. El líder fue exculpado de cualquier responsabilidad, y la federación citadina, aún las más poderosa de la central en ese momento, se pronunció por la reelección de Fidel.

Poco después, la totalidad de ``las fuerzas vivas'', como se señala en los Apuntes biográficos de Velázquez, elaborados por la CTM, se pronunciaron por la permanencia de Fidel. En abril de 1974, el día de su cumpleaños también 74, se reeligió por seis años más. Un nuevo período, que habría de concluir en 1980. Esa reelección se enmarcó en el noveno Congreso Nacional Ordinario de la CTM , escenificado en el Palacio de los Deportes, y lo nuevo fue el nombramiento de un secretario general sustituto, que asumiría el mando en caso de ausencia temporal o definitiva de Velázquez. El nombramiento recayó en Blas Chumacero.

``Debo decir que mi reelección esta vez constituye un verdadero desafío al tiempo y también un desafío a nuestros enemigos'', dijo Fidel en su mensaje de clausura de ese congreso que, por primera vez en la historia cetemista no había inaugurado el presidente en turno, Echeverría, sino el secretario de Trabajo y Previsión Social, Porfirio Muñoz Ledo.

En esa época se dio otro conflicto en un sindicato que ya no formaba parte de la CTM, el de telefonistas, donde un joven de larga melena y barba, Francisco Hernández Juárez, logró derrocar a Salustio Salgado, candidato a diputado por el sector obrero del PRI. Aun así, ni Fidel ni la dirigencia del CT se opusieron al movimiento. Años después, Velázquez tomaría bajo su protección a Hernández Juárez, aunque durante el sexenio salinista rompería con él.

El camaleónico Fidel: de anticomunista a revolucionario

Si con Echeverría las relaciones fueron tensas, con López Portillo desde el inicio hubo avenencia absoluta. La CTM incluso se sometió a un proceso de restructuración que le permitió cambiar la cara de derechista, reaccionaria y atrasada, y el camaleónico Fidel dejó a un lado el lenguaje anticomunista enardecido que esgrimiera en las tres décadas anteriores.

Fidel fue el encargado de destapar personalmente a López Portillo, al llevar un enorme contingente obrero a brindar respaldo al entonces secretario de Hacienda, el 22 de septiembre de 1975.

Bajo su control absoluto, el CT realiza la primera Asamblea Nacional del Proletariado -julio de 1978- en la que el acuerdo es apoyar la reforma política instrumentada por Jesús Reyes Heroles y reafirmar la alianza del movimiento obrero con el Estado.

El Fidel macartista ya no existía. Viejo pero reprogramado, se mostró solidario con las luchas del SUTIN, con los telefonistas de Hernández Juárez -a quien acercó con López Portillo- e incluso con los bancarios que expresaron claramente su rechazo a afiliarse a la CTM.

Los homenajes comenzaron. El Senado de la República le otorgó la medalla Belisario Domínguez. La presea ``por su destacada actuación social'' se la entregó López Portillo el 9 de octubre de 1979, y unos meses adelante, el primer mandatario inauguró el décimo Congreso de la CTM, en abril de 1980, para presenciar la séptima reelección de Fidel.

Nuevamente el Palacio de los Deportes fue el escenario del rito para la perpetuación del dirigente, entre porras, vivas y el reconocimiento del todopoderoso líder petrolero, Joaquín Hernández Galicia, La Quina, presidente del X Congreso y uno de los aspirantes a sucederlo.

El sexenio concluyó con un homenaje de la CTM a López Portillo, elogios mutuos -``la historia no se entendería sin Fidel Velázquez''-, y se inició una nueva administración, la de Miguel de la Madrid, donde las cosas fueron muy distintas.

EL país entraba de lleno a la crisis, a los programas de ajuste impuestos por el FMI y un nuevo grupo, conocido después como ``los tecnócratas'', tuvo las riendas del gobierno. Por primera vez, desde el poder político se critica el liderazgo cetemista y la eficacia del modelo corporativo.

Velázquez quedó fuera del destape. Estaba en sus oficinas cuando se anunció la nominación de Miguel de la Madrid como candidato priísta. Apenas toma posesión el nuevo mandatario, se inician los enfrentamientos verbales.

El secretario del Trabajo, Arsenio Farell, declara improcedentes las demandas fidelianas de semana de 40 horas y seguro de desempleo, y en marzo de 1983 califica a la CROC, la eterna rival de la CTM, la central ``destinada a ser la vanguardia del movimiento obrero''.

``Toda la vida hemos adorado a este hombre''

Farell anula en la práctica el derecho de huelga. La que llevaron a cabo los trabajadores del SUTIN concluye en 1983 con el cierre de Uramex y el despido de la mayoría de los sindicalizados. Se declaran en quiebra Aeroméxico y Fundidora Monterrey.

El enfrentamiento con De la Madrid llegó a su punto crucial cuando Fidel exigió la congelación de precios y salarios en junio de 1983 y el presidente le respondió con un discurso pronunciado en Guadalajara, donde aludió a ``las viejas prácticas de negociar ya superadas''.

Casi al finalizar el sexenio de De la Madrid, en diciembre de 1987, Fidel Velázquez firma el primer Pacto de Solidaridad Económica, que incluía aumentos de 85 por ciento en gasolina y electricidad, aumento de 15 por ciento a los mínímos, 20 por ciento más a partir de enero y el compromiso de mantener estables los precios.

Esto último nunca se cumplió, pero Fidel siguió renovando año con año los pactos, aunque al final, tuvieran que ayudarle a firmar el documento.

La decisión presidencial de hacer a un lado a la anquilosada burocracia cetemista era evidente. Aun así, el festejo fue en grande en febrero de 1986, cuando la central cumplió 50 años y Fidel se reeligió por octava ocasión.

En el Palacio de los Deportes se construyó un presidium monumental para 350 invitados nacionales y extranjeros. A sus 86 años, aún sin problemas de salud, recibió erguido lisonjas y halagos. ``Toda la vida hemos adorado a este hombre'', señalaría La Quina.

A Fidel aún le faltaba sortear la crisis política, el surgimiento de la Corriente Democrática en el PRI, la salida de Cuauhtémoc Cárdenas y otros priístas y ``la derrota electoral de 1988'', que significó para la CTM la pérdida de la tercera parte de sus posiciones políticas y la llegada del cuestionado Carlos Salinas a la Presidencia.

Estudiosos del movimiento obrero y analistas políticos vislumbraron el fin de la hegemonía de la CTM al inicio de la década de los 90, pero de nuevo Fidel pudo sobrevivir al salinato. No le fue fácil, pues pese a que el líder acudió a la añeja estrategia de buscar acomodo en el proyecto gubernamental en turno, desde el primer día de su mandato Salinas de Gortari fue directo a minar la influencia de Velázquez.

Lo primero que hizo fue instrumentar un aparatoso operativo policiaco-militar para sacar a La Quina de su casa en Ciudad Madero, la madrugada del 10 de enero, traerlo en avión a la ciudad de México y encarcelarlo, acusado de delitos prefabricados.

El mismo 10 de enero la sede de la CTM fue rodeada por policías y agentes judiciales, que intentaron entrar para sacar al otro líder petrolero, Salvador Barragán Camacho, quien -según versiones de diputados de ese gremio que lo acompañaron- rogó a Fidel que usara la fuerza cetemista en su apoyo, pero no tuvo respuesta.

Fidel Velázquez, todavía con Barragán Camacho en la sede cetemista -por la madrugada saldría infartado-, declaró que no podría permitir que algo así ocurriera en México, que se regresara 50 años atrás para ``encarcelar de manera arbitraria a dirigentes obreros''.

Al otro día, 11 de enero, apareció en todos los periódicos nacionales un desplegado firmado por Velázquez, repudiando la detención de La Quina, pero al mediodía el contradictorio Fidel cambió de postura y aceptó la acción de Salinas, aunque fuera dirigida contra su principal sindicato. ``Aquí no hay amistad que valga'', respondió a los periodistas cuando lo cuestionaron por dejar desamparado a Hernández Galicia.

Todavía añadió que La Quina desde tiempo atrás ``tenía un grupo armado y ningún régimen lo evito''. Nunca más se ocupó de La Quina y Barragán Camacho; los dejó solos, a merced de Salinas de Gortari. Por no enfrentarse al régimen permitió que el gobierno salinista metiera las manos en la vida interna del sindicato petrolero, desmantelara el contrato colectivo y despidiera a 80 mil trabajadores.

También permitió el encarcelamiento del viejo líder de las maquiladoras, Agapito González Cavazos, a quien obligó a renunciar como dirigente de la Federación de Trabajadores de Tamaulipas.

Los primeros tres años del gobierno de Salinas fueron de enfrentamiento. La situación económica se agravó, el salario se fue a pique, sus amenazas de huelga ya no surtían efecto. En 1991 Farell se dio el gusto de rechazar la solicitud de Fidel para que se reuniera la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos, argumentando que no contaba con la mayoría de afiliados requerida.

``Afiliamos a 5.5 millones de trabajadores; si Farell no lo cree, que venga y cuente'' le respondió furioso. Su enojo se debía además al impulso dado por Salinas a Francisco Hernández Juárez y su Federación de Sindicatos de Empresas de Bienes y Servicios (Fesebes).

Y por si hubiera faltado algo, Salinas echó a perder la fiesta a Fidel en su novena reelección, que de nuevo tuvo como escenario el Palacio de los Deportes y un presidium más impresionante, para 500 invitados. El presidente llegó media hora tarde, estuvo muy poco tiempo e ignoró a Fidel, a quien ni siquiera llamó por su nombre.

Al marcharse el presidente, Velázquez se quejó de la imposición de topes salariales, resaltó que ``la injusticia se agudiza y la paz social podría desplomarse'', y exigió eliminar las reformas en el PRI, encaminadas a suprimir los sectores del partido.

Al otro día el rito se cumplió. El 12 Congreso Nacional Ordinario ratificó su permanencia y nombró seis secretarios generales sustitutos: Emilio M. González, Blas Chumacero, Leonardo Rodríguez Alcaine, Gilberto Muñoz Mosqueda, Salvador Esquer y Raúl Caballero.

A la espinosa relación con el Ejecutivo se sumaron varios conflictos internos. El de los músicos, que concluyó con la salida de Venus Rey, después de que sus golpeadores armaron un zafarrancho en el hotel Presidente Chapultepec; el de Ford y el de Modelo, que pusieron al descubierto las prácticas cotidianas de corrupción, venta de contratos de protección y antidemocracia.

``90 años y los que falten''

Entre tempestades políticas y económicas, Fidel Velázquez llegó a los 90 años. La cúpula cetemista le organizó una comida en un salón del Pedregal de San Angel, al que asistieron unos mil 200 cetemistas, llegados de todo el país y de rigurosa gala.

``Aquí los esperamos a todos dentro de diez años para festejarle los 100 de vida'', dijo su nieta mayor, encargada de hablar a nombre de la familia Velázquez-Quintana, mientras en un letrero gigantesco se leía: ``90 años y los que falten''.

Parecía que no era sólo el deseo de una nieta cariñosa. Fidel seguía rumbo a su siglo. Todavía tuvo un desplante con Salinas a quien desmintió en enero de 1993. Hecho inédito, ya que antes nunca criticó en público a ningún mandatario.

Viejo zorro de la política, sin embargo, contestó presto a Salinas, el 28 de noviembre de 1993, cuando éste les notificó en Los Pinos que el candidato era Luis Donaldo Colosio: ``Nos adivinó usted el pensamiento''.

Los asesinatos del candidato priísta y de José Francisco Ruíz Massieu fueron un duro golpe para el ya nonagenario cetemista, al igual que la aparición del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). ``Que los exterminen'', fue su comentario, cuando le preguntaron por los rebeldes chiapanecos.

Fidel, el soporte del sistema, presenció el debilitamiento de éste y él mismo comenzó a decaer. Su salud se fue minando de manera progresiva. En febrero de 1996, ya con Ernesto Zedillo como presidente de la República, el anciano líder se opuso a las presiones de su familia para que se retirara de la actividad sindical.

Reaccionó con furia cuando los integrantes de su comité ejecutivo intentaron ayudarle en algunas tareas.

Se aferró al mando hasta el final. En febrero de 1997 logró un resolutivo para quedar como líder vitalicio, en medio de pugnas internas por sucederlo y de total indefinición, porque nunca quiso poner las reglas para el cambio de dirigencia en la central.