La Jornada 22 de junio de 1997

Ayer, lamentos; hoy, la guerra por el cargo

Arturo Cano Ť La estatua de colorín mide 2.10 metros y tiene en la mano izquierda el emblemático puro y en la derecha un libro abierto donde se lee: ``Don Fidel Velázquez, CTM unida, 1997''. Si no fuera por ese detalle, nadie atinaría que se trata de Fidel Bonifacio Valente Velázquez Sánchez.

Rafael Jiménez, tallador de madera de Xochimilco, llegó temprano a la calle Vallarta y ofrece la estatua por 8 mil pesos.

Unos cetemistas se acercan y preguntan, no le hace que la camioneta de Rafael Jiménez traiga calcomanías de la campaña de Cuauhtémoc Cárdenas. Y los cetemistas le sugieren al tallador de madera que le ponga ``una frase más bonita''.

¿Cuál? ¿Una de Fidel quizá? Ora. ¿Qué tal esta que dijo un lunes que se pierde en el mar de sus conferencias? ``La Confederación de Trabajadores de México seguirá luchando porque es eterna''.

¿Eterna la CTM? Aquí, en un pasillo de este edificio donde hoy desfilan funcionarios, líderes y algunos trabajadores, cavilaba un miembro del comité nacional cetemista: ``¿Cuando falte Fidel? Ese día nos despedazamos''.

Los grupos de poder de la Confederación de Trabajadores de México (la seteme, le decía Fidel) afilan y prueban sus armas hace muchos años, aunque por lo pronto parezcan aceptar sin mucho ruido el liderazgo (interino, se apresuran a declarar algunos en cuanto pueden) del dirigente electricista Leonardo Rodríguez Alcaine.

Esa guerra será otro capítulo porque hoy la historia del Movimiento Obrero Organizado yace en un ataúd de caoba que rodean los líderes que mañana se van a despedazar.

Afuera del edificio cetemista se aburren los trabajadores de una empresa automotriz con sus uniformes nuevos. Unos vinieron desde Toluca a hacer valla. Los distrae una grúa que se quiere llevar un coche. Se arma la chifladera, igualita a la que recibieron los líderes sindicales el más reciente primero de mayo, cuando ya no estuvo Fidel. Adentro, alrededor del ataúd, nadie sabe qué pasa. ``Es que ya llegó (Francisco) Hernández Juárez'', dice el avispado. Pero si en vida no pudo, es improbable que muerto Fidel Velázquez propicie la unidad de lo que apenas ayer y durante muchas décadas se llamó el Movimiento Obrero Organizado.

Contrario a los intereses nacionales

Durante la anterior crisis de salud de Fidel, el secretario general del PRI, Juan S. Millán, sugería que la recomposición sindical sólo sería posible si el líder salía del hospital, regresaba a su puesto y hacía un fuerte llamado a la unidad.

-- ¿Solamente Fidel sería capaz?

-- Sólo Fidel.

Ciertamente sólo Fidel conocía todos los capítulos de la historia. El nacimiento de la CTM, por ejemplo. Y la historia de sus ya entonces mañosos aciertos y de los errores de los comunistas y de Vicente Lombardo Toledano. La historia de (casi) todos los destapes presidenciales.

Y luego el esplendor de su poder. Y su promesa de enero de 1959, apenas pasado el turbulento año de la revuelta ferrocarrilera: ``Muy pronto se van a emparejar salarios y precios''. No vivió para ver ese día, pero sí para repetir año tras año, hasta fechas muy recientes, su divisa fundamental: ``Todo movimiento que va en contra de la paz y la tranquilidad es contrario a los intereses nacionales''. Y lo que está contra nosotros o contra el Señor Presidente es lo contrario a los intereses nacionales.

Fidel Velázquez se lleva su historia y las claves de su poder. Hasta su sustituto Leonardo Rodríguez Alcaine debe saber que ocupar el puesto no significa heredar automáticamente el liderazgo, las relaciones, los conocimientos y la autoridad del Insustituible (Santiago Oñate dixit). Y si no lo sabe, peor para él.

Hace dos años, cuando intentó poner orden en su retiro, Fidel Velázquez advirtió que su sucesor tendría ``grandes dificultades'', como cuando él enfrentó a Lombardo y los comunistas en 1936.

José Ramírez Gamero, el mayor adversario de Rodríguez Alcaine, se agarraba de esa lección de su maestro: ``Aquí afortunadamente no hay comunistas, pero no hay una bola de cristal que diga que no va a haber división''.

Arturo Núñez, que hoy mandó una corona (las de Roberto Madrazo fueron tres), lo explicaba así cuando despachaba en la Secretaría de Gobernación: ``En la CTM no hay un liderazgo mesiánico como los de La Quina y Carlos Jonguitud, sino un liderazgo institucional. Hay Fidel Velázquez para rato, en el sentido de que aun después de muerto hará prevalecer la institucionalidad de la CTM''. A eso se atenían quienes desde el gobierno negaron siempre la existencia de un ``plan de contingencia'' para el día en que muriera el líder obrero.

La eternidad institucional

La CTM es eterna y si no que lo diga esta escena. La amable señora dice con suave voz: ``Ahí está otro chiquito'', y señala un escalón. Entonces, Lino Santacruz, líder histórico de la Federación de Trabajadores de Tlaxcala, da un pasito y avanza penosamente hasta su auto. Recorre 50 metros en el mismo tiempo que llevaba a Blas Chumacero ir de la puerta del Senado a la calle de Tacuba. Una eternidad. Lino Santacruz tiene 98 años y ríe con su recuerdo más preciado: ``Un día don Fidel me felicitó por ser más viejo que él''.

-- ¿Y cómo ve a Rodríguez Alcaine?

-- Parece enojón, pero en el fondo es muy buena gente.

Así es la eternidad de la CTM.

¿Y en la acera de enfrente? Antes de un mes, si cumplen su promesa, los dirigentes del Foro Sindical encabezados por el telefonista Francisco Hernández Juárez, fundarán una nueva central de trabajadores, dicen que moderna. La unidad desvanecida. Y sin Fidel, lo que debe provocar que se froten las manos los foristas que quieren una nueva central y apuestan a que se les sumen los ``modernos'' de la CTM.

Por lo pronto, en el vestíbulo del edificio cetemista hay muchas coronas y pocas mantas: ``Los obreros de México estamos de luto''. En la calle, los apurados reporteros que recogen el ``sentir popular'' se encuentran otra historia: ``Ya era un fósil'', ``ya necesitaba descansar'', ``ya le tocaba'', ``pus ta bien, ¿no?''

Y en las calles aledañas a la CTM no se aparecen las masas obreras que año tras año acompañaron a Fidel en el Zócalo, hasta que no pudo dar un paso más. Hace tres años, cuando suspendió el desfile oficial del Primero de Mayo, Fidel comenzó a ahuyentar a esas masas que hoy lo dejan solo con sus cercanos. Los trabajadores presentes vinieron porque los trajeron y no son siquiera una muestra representativa de los cinco millones y medio de cetemistas que deberían estar de luto. A cambio de obreros agradecidos sobran líderes. Los dirigentes hechos a su imagen y semejanza, los que le deben todo y lo consideraban un padre más que un líder. Los viejos y los menos viejos, los acostumbrados a esperar la última palabra del gobierno en los momentos decisivos. Como cuando quisieron defender a Joaquín Hernández Galicia, La Quina, en su desgracia de los primeros meses del salinismo. Uno a uno fueron llamados a la Secretaría de Gobernación donde les mostraron los gruesos expedientes de sus ilícitos. Y se aplacaron.

A ellos y a los funcionarios los atacan grabadoras y cámaras. No hay que acercarse para saber que todos hablan del Excepcional Mexicano, del Líder Insustituible, del Factor de Paz y Estabilidad. Mientras, vuelan las anécdotas y se repite hasta el cansancio la galería de frases de Fidel, más grande que la inflación acumulada desde el día que en que fue nombrado secretario general de la CTM. Dos recurrentes sobre su estado de salud: ``Estoy como rifle'' y ``Sólo me falla un remo''. Como se ven las cosas, Fidel no dejó a la CTM como rifle y ya desde hoy falla más de un remo.

Leonardo y el paraíso

¿Qué será de los lunes? ¿Quién habrá ahora que declare una cosa y otra totalmente opuesta la semana siguiente? Aquí está, con todo y rechifla del Primero de Mayo zumbando en sus oídos, Leonardo Rodríguez Alcaine, el mismo que hizo mancuerna con Fidel Velázquez para acabar con Rafael Galván, el que se encorajina cuando le recuerdan su apodo de La Güera.

Ya Leonardo Rodríguez Alcaine debe estar mudando su oficina a las calles de Vallarta. Por ejemplo un óleo donde él aparece acompañado de varios trabajadores, todos con la mirada puesta en un hipotético horizonte de bienestar, y con unos rayos cayendo sobre turbinas y logotipos de la CTM. En el mismo cuadro, arriba, como dioses desde el Olimpo, las figuras de Fidel Velázquez y Francisco Pérez Ríos. Hace mucho la clase obrera mexicana tiene la certeza de que no va al paraíso. De lo que no estaba tan segura era de la mortalidad de Fidel Velázquez.

El año pasado, la cúpula cetemista quiso aplacar alborotos y acordó que Fidel Velázquez seguiría al frente de la CTM hasta 1998 y que ahí se discutiría nombrarlo por un periodo más, para que se siguiera de filo hasta el año 2002.Las dudas de la clase obrera crecieron tras enterarse de la decisión. Igual se preocupaba más por conseguir o mantener el empleo ( ocho millones de desempleados, en cifras de la CTM, son para preocuparse) o bien por hacer maravillas y sobrevivir con salarios que necesitarían un incremento de 80 por ciento sólo para recuperar su nivel de 1997.

La clase obrera sabe ahora que Fidel Velázquez no era para siempre. Lo duda: ¿ese hecho la acerca al paraíso?.