La Jornada domingo 22 de junio de 1997

Luis Linares Zapata
Legados y cascarones

Las grandes centrales obreras fueron, durante largas décadas, orgullo de la nación mexicana y un inapreciable legado del movimiento revolucionario. Ayudaron, con su enjundia e imaginación, a construir una fábrica nacional que, año con año, le añadía algo al capital productivo y generaba riqueza suficiente para ser repartida entre los concurrentes de la producción: capital y trabajo. El reparto siempre fue disparejo. Pero el movimiento obrero ayudaba a recoger, con su peso y voluntad, parte sustantiva del beneficio.También hacía posible la inclusión de sus agremiados, tanto en el diseño de la vida social como en la actividad política de México. Mucho de la historia reciente del país pasó, y se modeló, entre las manos y mentes de los trabajadores organizados.

La CTM, como una de esas abigarradas centrales, llegó a representar, por ella misma, la fuerza y núcleo impulsor que marcaba la actualidad del país e influía en su rumbo. Y junto con ella, sus dirigentes se convirtieron en sujetos claves de la élite conductora y referentes indispensables de la vida pública. Pero su dinamismo se fue mermando con el paso del implacable tiempo que todo lo trastoca y corroe. Así, Fidel Velázquez Sánchez, de un aguerrido líder lechero, sólido defensor de reivindicaciones de clase, decidido organizador y pilar del reducido grupo (lobitos) de mando que solidificó el poder de la CTM, pasó a ser el ancla, un emblema, de eso que ahora se llama el Sistema Político Establecido. Pero más que todo, Fidel se convirtió en el punto ineludible de los rituales con los que se disecó la energía de los obreros.

La mayoría de los mexicanos, esos que tienen menos de treinta años y poco supieron de las glorias pasadas puesto que iniciaron su vida en medio de crisis y tribulaciones, poco han podido recoger de la herencia que en su momento pareció cuantiosa. Para éstos y otros muchos que se les adhieren porque han sufrido el deterioro de sus niveles y calidad de vida, Velázquez fue el titular de los lunes rituales para balbucear algo que cada vez perdía más contenido, vigencia y respeto. También el ritual de los destapes lo manoseó sin atender a sus propias preferencias que, con frecuencia, fueron contrariadas o simplemente ignoradas. El mismo ritual del Primero de Mayo, con sus filas cada vez más silenciadas y sus desgastados agradecimientos a la largueza presidencial se le fue cerrando hasta encaramarse sobre el reducido podio de un teatro cualquiera. La calle fue abandonada a los descontentos porque aquéllos que celebraban el ritual desfile sólo podían garantizarlo intramuros y bajo la protección de los guardias de palacio. La apresurada y ritual firma de Fidel fue urgida, con su venia o a regañadientes, por el mandato de los poderosos cuando se requería dar continuidad a esos pactos donde se ha ido sellando la intención de financiar el crecimiento con la jugosa parte incautada a los salarios. Fidel fue el actor estrella del ritual reclamo de curules y cuotas electorales para los obreros. Y lo fue con su ritual amenaza de romper con su partido, mismo que siempre le escamoteaba alguna diputación aquí, otra senaduría allá y, sobre todo, que siempre lo confinó a una que otra ritual, como menor, gubernatura.

Velázquez fue, cada vez con mayor precisión y tristeza, el cascarón fosilizado de las rituales consultas que fingían hacerle los tecnócratas incrustados en el mando del poder político.

Con ellas, se cumplía la ritual descortesía de comunicarle decisiones ya tomadas sin su concurrencia y para perjuicio de sus agremiados.

El macabro ritual de espiar y hasta desear a cada paso su muerte se hizo inevitable por lo reiterado de su ritual asistencia a las sesiones de mando de la CTM y los actos con los que, ritualmente, lo reeligieron. Y lo reeligieron en tantas y rituales veces que hasta los más anquilosados veteranos de la inmovilidad priísta perdieron la cuenta. Pero lo que sí consideraron fue su ritual oposición a introducir los cambios que tanto las centrales obreras como su partido requerían con urgencia.

La muerte de Velázquez ocurre como desafortunado acto para sus amigos, familiares y demás seres queridos que, con toda seguridad tuvo en su longeva existencia. Esta es una penosa realidad que queda aparte de sus significados y consecuencias para la vida pública, donde tal deceso debió ocurrir al menos treinta años antes. A Fidel no se le puede separar de su estrecha y señera aportación para consolidar el autoritarismo presidencial y todos aquellos rituales que lo han rodeado, y de los cuales él fue un puntilloso como esmerado oficiante. Esto habría sido parte de su herencia natural puesto que en esa cultura creció y dentro de ella dio sus mejores frutos. Pero su prolongación en los trágicos años recientes de un neoliberalismo que poco entendía y que tanto daño le impuso a su causa, lo fueron vaciando de referentes concretos, de poder y, sobre todo, de sentido. A la vera del IMSS y del Infonavit, gigantes que mucho le deben, se levanta una nueva ley como negación y recordatorio de su lateral sumisión. Los últimos veinte años de Velázquez fueron una pesadilla para las centrales obreras y para el partido en el que militó toda su vida. Unas perdían agremiados y capacidad para influenciar el devenir. El PRI veía cómo se le escapaban los votantes y su cultura era desmontada por el inocultable ascenso de la democracia. Para Velázquez, los días, las semanas y los meses recientes no fueron más que continuos recordatorios de su dilatada decadencia. Nada, o muy poco de lo ocurrido, sucedió para regocijo y el bienestar de los mexicanos, y mucho será, en cambio, lo que pudo reclamársele mientras se mantuvo a la cabeza de una organización que lleva varios lustros extraviada. Lo malo de este recuento es que el legado que deja la muerte de Velázquez lo tomarán a su cargo otros que, hoy por hoy, pocas posibilidades tienen de inyectarle la energía que el fin de ciertos momentos exige. Su muerte parece ir acompañada del ocaso de un periodo poco fértil de la vida pública del país pero que, para fortuna de casi todos, toca a su fin al parejo de las nuevas expresiones con las que la sociedad habrá de manifestarse este próximo 6 de julio.