MIRADAS Ť Consuelo Cuevas Cardona
Muerte súbita
Don Joaquín Velázquez de León se encontraba sumido en pensamientos sombríos. Unos días antes había estado platicando con Chappe de Auteroche, un astrónomo francés, y ahora éste se encontraba muerto. Auteroche había ido a la península de Baja California, porque en este lugar iba a observarse con claridad el tránsito de Venus sobre el disco del Sol. Había llegado acompañado por dos oficiales de Marina españoles, quienes debían vigilar que el francés se limitara a realizar sus observaciones astronómicas, ya que los reyes de España eran muy celosos de los bienes de su colonia y no deseaban que un extranjero tuviera acceso a ellos. Por desgracia, la peste asolaba por aquellos días esa región y alcanzó a la comitiva; tanto Auteroche como uno de los oficiales fueron enterrados en aquellas tierras.
Velázquez de León se encontraba ahí no sólo por el fenómeno celeste, que también le interesaba estudiar, sino porque durante mucho tiempo él se había dedicado a observar la posición de las estrellas para situar mejor las regiones de la Tierra, y había descubierto que ciertos lugares de la península eran excelentes para mirar a través de su telescopio. Cuando Auteroche platicó por primera vez con él, se asombró de conocer a un hombre tan sabio en aquellos recónditos lugares. Rápidamente los dos astrónomos se identificaron y no tuvieron ningún problema en planear el estudio del fenómeno juntos. El 3 de junio de 1769, día en que ocurrió, se situaron en diferentes puntos a realizar sus observaciones; Velázquez de León en bahía de Cerralvo y Auteroche en San José del Cabo. Cuando tuvieron los resultados, el francés comentó:
Don Joaquín, permítame felicitarlo. Sus cálculos se apegan a los míos de manera muy exacta, a pesar de que cuento con instrumental más complejo que el suyo. He podido apreciar que algunos de sus instrumentos los construyó usted mismo. En verdad no esperaba encontrar en estas tierras a un hombre con tantos conocimientos como usted.
¿Por qué? dijo Velázquez, molesto, ¿esperaba tratar con hombres de arco y plumaje?
No, claro que no, no fue mi intención ofenderlo.
Disculpe, caballero. Pero creo que si ustedes los europeos tomaran en cuenta los conocimientos de nosotros los novohispanos, las cosas caminarían con más perfección. De acuerdo con mis observaciones, en sus mapas la Nueva España está colocada con un error de muchas leguas, tanto en latitud como en longitud.
¿Es posible?
Hace casi cien años, tanto Carlos de Sigüenza y Góngora como fary Diego Rodríguez determinaron unas medidas que se acercan mucho más a la realidad. Pero ustedes no las tomaron nunca en cuenta. Esto he podido deducirlo durante los eclipses que he estudiado; en ellos he podido detectar enormes diferencias entre el cálculo y la observación. Al principio creí que esto se debía a mi poca pericia, pero después me he dado cuenta de que el meridiano de México está mal establecido en sus mapas. Esto último acabo de corroborarlo, ya que he determinado con más exactitud la longitud del lugar en el que nos encontramos.
Esto que me dice es muy importante. Si usted lo detalla en un escrito, le prometo darlo a conocer en Europa.
Ahora Auteroche estaba muerto y Velázquez de León sentía una profunda desazón. Se sentía mal por haberse molestado con aquel amable hombre que ahora ya no existía, porque no iba a poder defender los estudios de Sigüenza y de Rodríguez y porque sus propios estudios no se iban a difundir en Europa. Sin embargo, lo que más le molestaba era darse cuenta, de pronto y de frente, que la vida, aun la del hombre más sabio, está sujeta a la fragilidad de unos principios terriblemente misteriosos.