Hoy en día tres espacios capitalinos dedicados a las artes ofrecen la posibilidad de observar convergencias y divergencias principalmente entre artistas mexicanos o radicados en México de las generaciones recientes que están cultivando lenguajes interdisciplinarios. Los ámbitos son: el Centro Nacional de las Artes con el Primer salón de artes visuales, sección Bienal 1997 tridimensional; el Museo de Arte Moderno con la exposición Diálogos insólitos (arte objeto) y el Museo Carrillo Gil con Las transgresiones al cuerpo. Hay autores que como Enrique Jezik, las hermanas Casanueva, José Miguel González Casanova y el colectivo Semefo participan en dos de las exposiciones, y unos más: María José de la Macorra y Paloma Torres están presentes simultáneamente en la Bienal de Monterrey y en el salón tridimensional. A propósito de este último diré algo que está en boca de todo el mundo: fue una desdicha que durante la época en la que se llevaron a cabo los proyectos arquitectónicos del CNA no se pensara que si algo resultaba urgente era un sitio had hoc para acoger las propuestas artísticas emergentes. Quizá se creyó que con los museos que existen eso era innecesario, situación equivocada.
Desaparecidas las Galerías del Auditorio (que eran insuficientes, pero marchaban) no hay espacio en México que funcione como gran galería nacional, habilitada para presentar este tipo de exposiciones más las muchas que podrían exhibirse sin pretensiones museísticas, si se piensa en la enorme oferta artística que existe, ya no digamos en una capital como México (por sí sola saturada) sino en muchas otras. Hay una reducida galería en el CNA donde se congrega parte de la obra tridimensional y no está mal que otros espacios ostenten las demás obras, pero las dimensiones de dicha galería no pueden acoger lo que se llama un salón y ni siquiera, por ejemplo, el conjunto de obra reciente que la semana pasada vi en el taller de Germán Venegas, o bien las famosas ``cruces'' de Alberto Castro Leñero o la bienal de Monterrey, etcétera. Parecería prudente que el conjunto de arquitectos que gestaron el CNA habitaran por unos días los espacios, observaran su comportamiento y su población y propusieran a Rafael Tovar, presidente del CNCA, la posibilidad de generar eso que faltó, primordial desde tantos ángulos.
Quizá por esa mancanza que de tiempo atrás acosa, la Sección Tridimensional no me resultó como esperaba, aunque a eso también contribuye el que no se ofrendaron premios, idea que formulamos quienes inicialmente trabajamos en el posible reacomodo de las secciones del Salón Nacional, cuando aún no veía la luz el CNA: Eloy Tarcisio y yo lo hicimos y de allí el proyecto pasó a la Coordinación de Artes Plásticas del INBA. Nos equivocamos, creo, en lo de la ausencia de estímulos económicos y distinciones. La competividad permea todas las áreas de la productividad humana y el área artística no es la excepción.
¿Qué se ve bien en el certamen tridimensional? La escultura Evocación urbana, de Paloma Torres; el Via crucis, de Eloy Tarcisio (le ayuda mucho la perspectiva acelerada que adquiere en la ubicación que guarda, pródiga en líneas de fuga); La escuela de Atenas, de González Casanova, el homenaje a Barragán de Jesús Mayagoitia y otras obras más: no por cierto El canal, de Kiyoto Ota, pese a las perfecta realización de las naves. Dentro de la galería la instalación de Androna Linartas me pareció digna de ornamentar un aparador de cualquier tienda departamental o mejor aún, de un hotel. Lo malo no es eso, sino que pretende referirse al ``levantamiento campesino en Chiapas''. Observaba dicha instalación al compás de la musicalización (creo que por la Boston Pops Orchestra) de Celeste Aida, de Verdi, dado que en la llamada galería hay música que acompaña el recorrido del visitante. De allí pasé a considerar la Mineralización estéril de Semefo, al son del coro de los gitanos (también musicalizado) de Il Trovatore. Esta obra quizá fue la que mejor me pareció de todas las que allí se congregan, se trata de cenizas de restos de cadáveres no identificados colocados con dignidad en una urna-catafalco ultramoderna y muy sobria, iluminada con luz halógena.
José Antonio Farrera, con Ornato II retrato social, ofreció la oportunidad de considerar una serie de cabecitas de gato, todas de expresión distinta, perfectamente acomodadas en un mueble deco. El conjunto es, según la explicación del autor, ``símbolo del fetichismo, consecuencia directa del engaño de la modernización''. El Horizonte visual, de Manuel Marín, invierte la perspectiva mediante la cuidadosa disposición de las escalas; interesante propuesta que no alcanza, sin embargo, a demostrar la virtualidad de nuestras percepciones, porque eso es un hecho que se da por sentado. Un espacio, una línea, de Edna Pallares, debió acompañarse con música de Los miserables porque es miserablemente minimal.
Imposible comentar todo, pero es sano decir que este intento por resurgir los salones es más una pretensión que otra cosa, a pesar de la presencia de piezas interesantes. El título le quedó grande a la concreción de este proyecto del que en cierta medida soy corresponsable y así lo asumo.