Para Víctor Quintana
¿Qué pensará de la muerte de Fidel Velázquez el sindicalista Raúl Bravo, que en junio de 1983 fue secuestrado y torturado por participar, junto a sus compañeros de la empresa cartonera Empaques Modernos San Pablo, en un movimiento de protesta en contra del dirigente de la CTM, José Devari, responsable de haber vendido la huelga por revisión salarial?
¿Qué sentirán los trabajadores del Panteón Jardines del Recuerdo que, a mediados de junio de 1985 --indignados por la muerte de dos de sus compañeros, que contrajeron infecciones en el desempeño de sus labores, y por el despido de 40 compañeros a quienes la empresa había indemnizado con un cheque sin fondos--, hicieron un paro exigiendo su reinstalación y la entrega de equipo de seguridad, y perdieron su empleo por la traición del líder de la CTM, José Antonio Torres?
¿Cómo vivirán el fallecimiento del jerarca sindical los 17 trabajadores detenidos y golpeados, y los dos obreros gravemente heridos por golpeadores de la CTM, policías judiciales y bomberos, el 8 de septiembre de 1983 en el edificio de la Federación Regional en Monclova, por el ``delito'' de protestar en contra del desconocimiento de los dirigentes de las secciones sindicales que habían democratizado?
¿Qué dirán del deceso del señor Velázquez más de 30 trabajadores de la empresa Clarifiltrantes en el estado de México, que en 1974 fueron despedidos por el dirigente de la CTM, Juan Silva, gracias a la aplicación de la cláusula de exclusión? ¿Y qué opinarán los 60 que perdieron su empleo y fueron boletinados de la compañía Styloptic en Naucalpan, en agosto de 1983, gracias a Andrés Piña, líder de la Sección V de la misma central? ¿Y los 420 que corrieron de Acer-Mex, también en Naucalpan, en 1982, con la complicidad de la IV Sección de la CTM?
¿Qué pensará de este fallecimiento la esposa de Juan Lira, dirigente de músicos en Durango, muerto después de romper con la CTM y pasarse al CDP, o los familiares de los trabajadores asesinados por pistoleros cetemistas en la Ford, en el Hotel Presidente Chapultepec, o los hijos de los obreros electricistas democráticos que tuvieron que padecer penurias cuando fueron expulsados del SUTERM y del trabajo?
¿Qué pensarán, qué sentirán ahora muchos otros, que siguen padeciendo los mismos agravios, cuando se le hacen homenajes al líder y se habla de su papel en el mantenimiento de la estabilidad política? Porque este pequeño recuento del estilo fideliano de gobernar los sindicatos, no fue la excepción sino la regla. Fidel Velázquez fue el paraguas, el capo que dio protección y alientos a los líderes sindicales que oficialmente ``representan'' a los trabajadores mexicanos. Ellos se formaron y crecieron bajo su manto protector, haciendo uso de todos los recursos disponibles: titularidades de contrato, exclusividad en la contratación, derecho a usar la cláusula de exclusión, ausencia de democracia sindical, control de las Juntas de Conciliación y Arbitraje, y grupos de golpeadores que actúan con impunidad. (¿Qué tribunal juzgó, por ejemplo, a Wallace de la Mancha, jefe de una de las principales bandas paramilitares cetemistas y especialistas en romper huelgas violentamente?) Ellos se convirtieron, gracias a la mediación del jefe, en regidores, presidentes municipales, diputados, senadores y gobernadores, garantes de la ``eficacia'' del voto corporativo. Y también (¿por qué no?) en prósperos empresarios, contratistas de obras públicas.
La defunción de Fidel Velázquez no significa el fin del liderazgo sindical crecido bajo su rezago. Mucho menos de las prácticas sindicales en las que basan su control sobre los trabajadores. Muerto Fidel no desaparecerán los contratos de protección, ni los contratos eventuales, ni las negociaciones a espaldas de los trabajadores, ni los tribunales laborales controlados por la patronal y las direcciones gremiales espurias. Quienes hoy gobiernan y hacen de las políticas de ajuste económico su credo, no quieren prescindir de una mano de obra barata, dócil y controlada. Pueden aceptar cierta dosis de democracia electoral pero juzgan inaceptable la democracia en los sindicatos o en los centros de trabajo.
Tiene razón el desplegado que la CTM hizo publicar en la prensa nacional a raíz del fallecimiento de su líder, cuando señala: ``El espíritu de Don Fidel Velázquez está vivo en la conciencia de todos los cetemistas, continuará marchando y orientando a la gran central...''. El sindicalismo cetemista seguirá siendo, si de él depende, el mismo, piensen lo que piensen y sientan lo que sientan los hogares enlutados por la violencia de sus golpeadores, los trabajadores despedidos al exigir representantes auténticos, y los obreros que se ven obligados a participar en sus filas. Su muerte no es punto y aparte, es punto y seguido.