La Jornada jueves 26 de junio de 1997

Carlos Monsiváis
Del apoyo crítico

Permítaseme la intrusión autobiográfica: según creo, el 6 de julio próximo tendrá lugar un acontecimiento insólito en mi vida: por vez primera el candidato al que apoyo ganará y también, lo que nunca ha sido lo mismo, se le reconocerá el triunfo. Este vuelco tan significativo me lleva a interrogarme sobre algo que hasta el momento me excluía categóricamente: la naturaleza del triunfo político, no de un partido y su dirigencia sino de sus partidarios. ¿Cuál es la índole del compromiso entablado por un votante con sus candidatos, y de los candidatos con ese votante? La experiencia a mano es negativa. Si algo ha distinguido a los regímenes cuyo logo, tan ocultable, dice PRI, es la imposibilidad de relacionarse con quien sufragó por ellos, aun sin saberlo o sin quererlo. ¿A quién le rinde cuentas y a quién le responde un funcionario electo? Si el sexenio de Salinas se ha vuelto una piedra en el cuello de sus antiguos cortesanos es, precisamente, porque allí nada más unos cuantos, y con frecuencia una sola persona, organizaron lo que resultó devastación general. El monopolio de las decisiones es, en sí mismo, una tragedia nacional. (Al decir esto, no revalido la ingenuidad de atribuirle autonomía absoluta al presidencialismo en México, y menos en la era de la globalización y el sistema financiero internacional. Sólo indico la amplitud de su reducido campo de maniobras.)

Pese a la movilización (oficial, mientras no se demuestre lo contrario) de difamaciones en contra del PRD y campañas de compra de voto, esta vez preveo un desenlace diferente que, para su profundización, no dependerá en exclusiva del respeto al voto, sino de prolongar y volver fluido el diálogo entre gobernantes y ciudadanos. Ha pasado el tiempo del apoyo incondicional, que nunca fue voluntario por otra parte. Lo que corresponde ahora, por fuerza, es un apoyo crítico, y el adjetivo subraya la índole del compromiso del elector. Carlos Salinas se imaginó un país de pedestales sembrados por Pronasol, donde su estatua única y múltiple emitía órdenes indiscutibles con subtítulos en español. Al cabo de tal experiencia, y de la cancelación de la voluntad comunitaria a cargo de los regímenes del PRI, y del otro proyecto autoritario fundado en la visión mojigata del bien común, y, al cabo también, del lado que juzgo positivo, de la emergencia irreversible de las libertades de expresión, de algo estoy convencido: jamás volveremos a los yugos de la adhesión, ni siquiera a través de las comodidades heredadas, la indiferencia, la despolitización que es resignación tristona, la apatía, las murmuraciones, el fatalismo que hace de la política el sinónimo del atropello irremisible. Por omisión o por comisión, el apoyo incondicional es el signo más claro de la privatización del poder, y por eso resulta uno de los rasgos más ominosos del pasado que todavía actúa en el presente.

Si gana, al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas le aguarda un periodo de obstáculos que limitan con aspereza cualquier posible acción de gobierno. Y, si queremos darle ese nombre, el primer milagro de la nueva situación será no llamarse a engaño. Desde hace tiempo, la capital dejó de ser lo que la ilusión dictaba: la entidad con soluciones a la vista, para ser la ciudad del equilibrio entre las situaciones irresolubles. Hasta la fecha, la misión de los gobernantes en la práctica ha sido interesarse en los problemas de antes, de cuando éramos menos y más candorosos (esto lo hacen muy probablemente con tal de entretener a los gobernantes del mañana que deberán resolver los problemas de hoy más los que se acumulen). Es decir, se concentran básicamente en lo secundario, esperanzados en que a otros les toque la hecatombe de lo principal.

El nuevo gobernante del Distrito Federal se enfrentará no sólo a la inercia burocrática y a la furia de las redes caciquiles que se sientan desplazadas, sino a la virulencia de los conflictos urbanos, lo que va del drama del agua (si algo no se le pronostica a la capital es el diluvio) a la escasez de vivienda y empleo, de la concentración disminuida de las ofertas culturales a la política efectiva en asuntos de bioética y de atención a la pandemia del sida, del desastre educativo al auge del ecocidio, de la corrupción a la inseguridad pública. (Moralizar a la policía nunca será suficiente mientras no se moralice a quienes concentran brutalmente el ingreso.)

Al conjunto de inmensas dificultades deberá atender, con recursos mínimos en comparación, el nuevo equipo de gobierno. Con una agravante: aún no existen los conductos de la participación ciudadana. Históricamente, el régimen del PNR/PRI, ha sido el monólogo imperioso que solicitaba de modo periódico el tributo de la votación a su favor, o, si se quiere, en su contra, que al fin y al cabo aparecía a su favor. Lo primero a construir entonces, será el pacto social que consolide los espacios del apoyo crítico, que exige el conocimiento compartido de problemas y soluciones viables, y la toma de poderes que se inicia al democratizarse la información. ¿Cómo, sin una acción conjunta de gobernantes y gobernados, se hará frente a la gran catástrofe urbana cuyo efecto aún no se percibe plenamente al dividirse a diario en millones de pequeñas catástrofes?

Nada de lo anterior es fácil, así tampoco resulte utópico en el sentido de lo francamente irrealizable. ¿Cómo sustentar lo hasta ahora impensable: la intervención de los ciudadanos en la conducción de sus propios destinos? ¿Cómo quebrantar la impronta de siglos de nulificación de la voluntad participativa? Vislumbro la respuesta atendiendo a los acontecimientos de este año en la ciudad: sobre la marcha, el impulso de sectores muy amplios ha transformado la candidatura que empezó aislada y acosada, en una gran alternativa. Sin duda, han hecho falta numerosos debates, y por más ventaja que tenga el proyecto del PRD sobre el de sus adversarios, todavía es más que perfectible, pero el deseo de cambio, activado y estimulado por la década de resistencia de quienes le opusieron un no a la devastación del neoliberalismo-a-la-mexicana, ha enmendado por lo pronto deficiencias programáticas, ha trascendido el sopor de las burocracias partidarias, ha tomado nota de errores y limitaciones para exigir su cancelación, y ha elegido para relacionarse con los poderes que emerjan el método del análisis crítico, la más elevada de las confianzas democráticas.

No me ilusiono ante lo que ocurra a partir del 7 de julio si gana Cárdenas, porque ningún grupo en lugar alguno ha conseguido eliminar de sus filas el oportunismo y el sectarismo, sí, desde luego, le concedo sitio a mi optimismo, porque ya no se trata de sacrificar la crítica en los altares de la causa, sino de hacer de la crítica la primera contribución permanente de la ciudadanía a la voluntad de cambio. Estoy convencido: en términos generales, las elecciones del 6 de julio no se normarán por el voto de castigo o el voto de confianza sin requisitos adjuntos, sino por el voto del reencauzamiento del rumbo nacional, y por el voto que asegure las vías del diálogo entre los gobernantes que también usan la palabra para rendir cuentas, y los gobernados que ya no se asumen como televidentes resentidos y rezongones.

Según mi versión, lo que hoy contemplamos, la movilización variadísima de conciencias y puntos de vista, antecede no tanto a la caída del Sistema, como a la creación de recursos institucionales que aseguren la jerarquización inteligente de planes de gobierno, e impidan el frenesí del abuso del poder. En 1988 muchísimos nos sentimos sobrevivientes dolidos y golpeados por la impunidad fraudulenta del régimen; en 1997, y me atrevo a generalizar, hemos pasado del voto del entusiasmo romántico al voto de la racionalidad entusiasta. Para que no se repita la pesadilla del autoritarismo saqueador y prepotente, o expresado como el de ahora en su ``No hay más ruta económica que la nuestra'', urge concederle su legítima oportunidad a las alternativas disponibles.

Seré obvio: el 6 de julio votaré por Cuauhtémoc Cárdenas y los demás candidatos del PRD; insistiré en la obviedad: estoy convencido de que a partir del 5 de diciembre, si el esfuerzo va a tener sentido, se iniciará un diálogo vehemente y crítico con el primer gobierno elegido democráticamente en la ciudad de México. Nos llevó quinientos años, pero tal vez la tardanza se debió a los embotellamientos.