La Jornada 27 de junio de 1997

Enrique Krauze: el de CSG, sexenio de grandes reformas y todos los desastres

Patricia Vega/ II Ť En la contraportada del libro La presidencia imperial. Ascenso y caída del sistema político mexicano (1940-1996) se afirma que Enrique Krauze nos ofrece ``un penetrante retrato psicológico'' de nueve presidentes mexicanos. Sin embargo el historiador aclara:

``No me vuelvo un psicoanalista de los presidentes: no los acuesto en el diván. Pero soy un biógrafo interesado en ver cuáles eran los resortes que los movían, las obsesiones, las pasiones, las tensiones familiares, los sentimientos, el temperamento y el carácter.

``De Manuel Avila Camacho hasta Gustavo Díaz Ordaz presento una visión más profunda, pero a partir de Luis Echeverría y los otros presidentes, por el hecho de estar vivos, sólo tracé hilos, líneas generales, no profundicé biográficamente. Ahí si creo que ese era otro libro que, quizá, en el futuro yo o alguien más lo intente.''

La voz de Enrique Krauze presenta, en entrevista, el perfil y el desempeño de cada uno de los ``presidentes imperiales''.

Manuel Avila Camacho

Fue un militar que en el fondo era un civil, una especie de gran ecuanil de la Revolución Mexicana que volvió suave y tranquilamente a los militares a los cuarteles, propiciando la primera transición --bastante extraordinaria en la historia latinoamericana-- de un régimen militar a uno civil. Un hombre modesto, sobrio, caballero, cuyos rasgos de civilidad se transmitieron a este periodo que fue bastante fructífero en la vida de México, en los terrenos cultural, económico y político.

Miguel Alemán Valdés

Es un presidente importantísimo que requerirá muchos otros estudios: pensó en grande e hizo crecer al país en escala. Hizo la agricultura moderna en México y a él se debe el gran paso adelante en la industrialización del país. México prosperó, en términos generales, en tiempos de Alemán. Sus defectos: la excesiva concentración de poder en su propia persona, un culto a la personalidad y el haber sido, como se decía entonces, ``demasiado amigo de sus amigos''; fue el primer momento de corrupción clara y escandalosa en la historia reciente de México, sin embargo mucho de ese dinero se reinvirtió en el país: el paradigma cambió del general con haciendas en el México rural, al industrial con fábricas en las ciudades.

Adolfo Ruiz Cortines

Cuidó el tesoro del país: tenía una mentalidad de contador, tenedor de libros, estadístico, actuario. Tenía una noción muy precisa de las posibilidades, pero también de las grandes necesidades y carencias de México. Así que hizo una administración admirable, equilibrada y hay que decir que los salarios reales nunca crecieron tanto como en la época de Ruiz Cortines. Es muy importante señalar que fue un hombre honesto.

Y en contra, pues hay que decir lo mismo que de los presidentes anteriores: fortaleció la estructura vertical y autoritaria del sistema.

Adolfo López Mateos

Lo llamativo es que en su sexenio se puso a prueba el sistema por la izquierda (por la Revolución Cubana y sus avatares) y por la derecha (por la reacción de la Iglesia y de los empresarios). Y el sistema salió a flote, se dirá que por la represión --la ferrocarrilera y la de otros sindicatos--, pero también por la fórmula de extender los beneficios del régimen de la Revolución. Había palo, pero había pan. Fue un presidente muy popular, muy querido y tuvo un estupendo gabinete, quizá el mejor del México contemporáneo. Es dramática su enfermedad y conmueve su incomodidad con el poder; tenía, más bien, una vocación de lucimiento. Hubiera sido un extraordinario secretario de Relaciones Exteriores. Tenía esta característica muy típica del estado de México de fundir y, a veces, confundir la política con la diplomacia.

Gustavo Díaz Ordaz

Pienso que fue el hombre fuerte, la columna vertebral del sistema por casi 16 años: cumplió funciones importantes desde 1953, y por la inclinación personal de López Mateos a los viajes y a la oratoria, delegó muchas responsabilidades en Gustavito, como le decían al entonces secretario de Gobernación que fue una especie de presidente por 12 años.

Díaz Ordaz era un hombre recto, un hombre que tuvo un estupendo desempeño económico en su sexenio y que defendió de manera gallarda a México en el exterior. Pero como es el ``villano'' de la historia, todas esas cosas no se recuerdan. Basta ver los números --y en esto el mayor pilar fue Antonio Ortiz Mena y ahí está su balance para probarlo--: en 1968 México era un país prácticamente sin inflación, con 4 mil millones de dólares de deuda externa, con salarios que crecían sostenidamente al 6 y 7 por ciento anual, con una moneda estable.

Sin duda, la mayor profundización psicológica que intento en el libro es la de Díaz Ordaz. Entrevisté a mucha gente para tratar de entender cuáles habían sido los resortes personales de su actitud y creo que el rompecabezas --lo digo en un sentido estricto porque una de las pasiones particulares de Díaz Ordaz era armar rompecabezas-- se ajusta: trato de interpretar esta vocación de orden, ese horror a la anarquía, como manifestaciones de un problema más profundo: lo que él mismo definía como ``mi personal fealdad''. No creo que esa característica explique el 68, pero va hilando una narración de la cual puede desprenderse que ese elemento personal juega un papel importante: creo que fue honesto y fue un hombre responsable que sintió con angustia y equivocadamente que el país podía írsele de las manos y convertirse en una segunda Cuba. Y si veía esa ``conjura'' es porque tenía en su constitución elementos que, a veces, parecían colindar con una especie de paranoia. Este hombre con esta psicología y autoritarismo se encuentra en la silla de la presidencia imperial cuando en la calle está la generación más libertaria del siglo en México y en el mundo. Y me parece natural, lógico que mi generación y Díaz Ordaz chocaran. Yo creo que no comprendió el movimiento estudiantil del 68 y que lo exageró, pero también creo que hubo voces cerca de él que propiciaron esa mala lectura. Todavía falta saber cuáles eran los intereses que se movían detrás de esa mala información que, a mi juicio, manejó Díaz Ordaz. Y uno diría que, por la posición que ocupó, la de Luis Echeverría era una de esas voces.

Luis Echeverría Alvarez

Fue un presidente cuyos objetivos sociales no estaban errados --quería hacer una corrección igualitaria, un poco como el modelo cardenista en el que él y López Portillo habían crecido en su juventud--, pero los medios que utilizó, el populismo financiero y económico, endeudó al país gravemente, multiplicó los puestos públicos y, por ende, las oportunidades de corrupción. Tenía un paradigma estatista que resultó desastroso.

José López Portillo y Pacheco

A pesar de haber empezado bien su sexenio, cayó fatalmente en la tentación populista, mucho más que Echeverría, por haber tenido abierta la válvula del petróleo. Creo que la responsabilidad de estos dos presidentes fue muy grande en el caos económico y en la bancarrota económica que México vivió en el 82.

Miguel de la Madrid Hurtado

Fue un presidente inmovilizado que no se atrevió a hacer reformas mucho más profundas en la economía y en la política de las que hizo. Su presidencia temerosa y hamletiana tuvo un costo muy grande para México: fue otra aspirina, otro ecuanil en el caldeadísimo ambiente posterior al crack del 82. Pudo hacer en el 86 una apertura democrática real y no sólo no se atrevió sino que después, en el 88, vino el problema de ``la caída'' del sistema.

Carlos Salinas de Gortari

Fue el sexenio de todas las posibilidades, de todas las grandes reformas y de todos los desastres. La oportunidad que perdió Salinas de Gortari fue inmensa: si se nos fue el tren, fue entonces. Debió, quizá, haber caminado más lentamente la reforma económica, pero con mayor consenso democrático. Es decir, el Partido de la Revolución Democrática (PRD) debió haber tenido un trato y un lugar que no tuvo en el sexenio anterior; igualmente todas las reformas del Instituto Federal Electoral debieron haberse propiciado en el sexenio anterior, así como la separación --aunque todavía no es plena ni muy clara-- del PRI del gobierno y, desde luego, elecciones limpísimas. Si este hubiera sido el proyecto de Salinas, entonces México no hubiera descarrilado. Para mí que ese fue su mayor error histórico, ahí fue donde se fregó el país.

Siempre defendí muchas de las reformas económicas de Salinas porque fueron acertadas, estuvieron hechas en el sentido correcto, y sigo creyendo que desviarse, pretender un cambio de modelo en el sentido autárquico, populista y estatista; revertir esas reformas sería no sólo equivocado sino suicida.

Pero yo nunca defendí a Salinas en el aspecto político: jamás compré su `modernidad' política, siempre la critiqué de principio a fin --ahí está el libro Tiempo contado, cuyos artículos se publicaron originalmente en La Jornada. Gracias a un buen sentido anarquista que le debo a mi entrañable amigo que acaba de morir, Ricardo Mestre, siempre desconfié del hombre en el poder, siempre pensé que Salinas nunca tomó en serio la reforma política y hay varias declaraciones en ese sentido.

En la entrega de mañana, Enrique Krauze se referirá a las fuentes de la legitimidad del sistema político mexicano, el porqué de su decadencia y la importancia de las elecciones del próximo 6 de julio.