Los jefes de los gobiernos europeos se reunieron la semana pasada, en una junta con nivel y pinta de cumbre, dentro de un salón a todo lujo en el Banco de Holanda. Unas horas después, la ciudad de Amsterdam, cuna de ese banco, ofrecería una bicicleta a cada jefe de Estado, con esta leyenda escrita en la parte más visible: ``Cumbre Europea de Amsterdam''. Las bicicletas, más que funcionar como medio de transporte, sirvieron, según cuentan los testigos, para que cada jefe apareciera retratado, montado en su bicicleta, en la primera plana de los periódicos de su país.
Afuera del banco, detrás del clásico enrejado que hoy se conoce con el nombre casi poético de ``malla ciclónica'', un grupo de olivareros españoles enturbiaban a gritos el ambiente de la cumbre. El destinatario del escándalo era el comisario de agricultura. A la pregunta de un periodista acerca del encono contra el comisario, un olivarero o aceitunero respondió: ``¿cómo puede un austriaco hablar de nuestro aceite (de oliva), él que sólo come mantequilla?''. El presidente español también recibía el proyectil de las consignas: ``¡Aznar, Aznar, defiende el olivar!''.
La peregrinación de olivareros, que sigue todavía sin quedar de acuerdo con las medidas que ha tomado --en el territorio de las aceitunas-- la Comunidad Económica Europea, tiene dos objetivos: interesar a la prensa y consecuentemente a la opinión pública en su problema y, como añadido necesario, obtener una cita con el presidente Aznar para explicarle de viva voz lo que manifestaban afuera del Banco de Holanda a grito vivo.
El interés de la gente ya lo han conseguido. La peregrinación de los 500 aceituneros arrancó de España y en una semana se ha puesto a exigir sus derechos en foros tales como Estrasburgo, Bonn y Bruselas. El contingente español es inconfundible, caminan por carreteras y ciudades enarbolando 500 frasquitos de aceite de oliva y una generosa dotación de las aceitunas que cultivan. Los afortunados que se los encuentran, reciben una ración de aceite bebido y unas aceitunas promocionales.
La escala en Bonn estuvo teñida por el orden y la disciplina alemana. Cuando la peregrinación, que era más bien la obra maestra de la indisciplina, entró en la ciudad; la policía, respetuosa del derecho a manifestarse que tienen en general los seres humanos, pero cuidadosa de que ese derecho no torciera demasiado la rectitud urbana, decidió, por medio de un logaritmo hasta hoy incomprensible, que los olivareros fueran entrando y manifestándose y repartiendo aceite y aceitunas, en grupos de ocho. Lo que vieron los vecinos no fue una manifestación de olivareros, fue un prodigio del eco: vieron a los primeros ocho y durante 12 horas los vieron repetirse idénticos, con sus frasquitos enarbolados, en 62 ecos inolvidables y, como se averiguó después, bastante influyentes.
En Estrasburgo y Bruselas la peregrinación entró completa. Una rubia belga cerca de lo transparente, deseosa de adquirir un poco de la cultura de los de al sur de su comunidad, le preguntó al más áspero de los peregrinos, señalando un montón de aceitunas, en un español que era más áspero que el mismo áspero: ``¿esta es la fruta que se le echa a la paella?''. La peregrinación en formato completo venía usando un grito de guerra trabajoso de interpretar: ``Fischler (que es el apellido del comisario de agricultura) capullo (que es un insulto típicamente español cuyo significado oscila entre los insultos tonto y pendejo) queremos hijos tuyos (esta es la porción trabajosa de interpretar)''. Los peregrinos comenzaron a perder aire y vuelo cuando llegaron a Amsterdam, el último punto en el mapa de la peregrinación. La noche anterior, unas horas después enturbiar la cumbre desde atrás de la malla ciclónica, los aceituneros se dirigieron, enarbolando sus frasquitos emblemáticos, al hotel que alojaba al presidente Aznar. La cita que pidieron les fue negada, pero al día siguiente, uno de los emisarios del Estado español, buscando bajarle los decibeles a los aceituneros, les anunció que el presidente Aznar con mucho gusto los recibiría, una semana después y (esto parece una broma pero desde luego no lo es) en sus oficinas de Madrid.
El día que aparecieron los mandatarios en bicicleta en las primeras planas de los diarios españoles, también se publicó, en las páginas interiores, una fotografía que, según se entiende, es la prueba de la influencia que dejaron los olivareros en sus 63 manifestaciones en Bonn: un grupo de skinheads azuza a una tercia de civiles que los miran aterrorizados. Cada uno de los skinheads enarbola su estandarte de guerra recién aprendido: un franquito de aceite de oliva.