Eso del ``don'' siempre me llamó la atención. Tal vez porque en otros países un dirigente sindical no habría permitido ese trato propio de serviles, pero que entre nosotros explica muchas cosas. Entre otras, que nuestros líderes son algo más que eso: verdaderos caudillos, señores de horca y cuchillo, capaces de conceder y de reclamar, por la buena o por la mala.
Me he preguntado muchas veces cuál fue la razón de la fuerza histórica del viejo, durante muchos años sin mando de tropas porque los tiempos de dirigente del Sindicato de Lecheros quedaron muy atrás. Mi impresión es que inspiraba miedo. Recuerdo una ocasión, en los tiempos de la Comisión Nacional Tripartita del presidente Echeverría, en que Paco Pérez Ríos, un hombre de excepcionales cualidades, él mismo un líder natural y fuerte, rindió un informe sobre los avances de los estudios para reglamentar el capítulo de vivienda de la nueva LFT de 1970. La propuesta de Pérez Ríos, coincidente con la de los representantes empresariales y que meses después fue la fórmula que aprobó el gobierno, implicaba una reforma constitucional y, por supuesto, legal. Pero se trataba de un mecanismo no autorizado aún por el gobierno. Al terminar la intervención de Paco, don Fidel lo desautorizó públicamente. Y Paco, que era morenito natural, se puso blanco.
Hace unos cuantos meses, a propuesta de Rodríguez Alcaine se reunieron todos los miembros del Comité Ejecutivo Nacional para acordar una especie de reparto del trabajo del viejo, a fin de hacerle la vida más cómoda. Don Fidel se enteró por un periódico que compró en el camino a la CTM. Dicen que armó la bronca del siglo, lo que le costó a Rodríguez Alcaine, según cuentan, un regañón de época.
Entre las muchas cosas a destacar en don Fidel, la que más me llama la atención es su congruencia: siempre vivió para servir al gobierno, jamás a los trabajadores. Se adaptó a la ideología del presidente en turno, sin importarle en lo más mínimo la suerte de sus representados.
Por ese mismo motivo, don Fidel se convirtió en un hombre indispensable para el Sistema, el símbolo más notable del corporativismo, controlador natural de los trabajadores, contradictorio dirigente natural del ``Movimiento Obrero'' que no se mueve y que, a cambio de sus buenos servicios, exigió siempre protección contra cualquier movimiento sindical que pudiera estorbarle.
Tenía un notable sentido del humor. Algo que dijo unos días antes de su muerte a propósito de que se había pasado de largo, se lo había dicho a don Blas Chumacero cuando lo fue a visitar en un momento difícil de su enfermedad. Se despedía don Blas, quien pese a los muchos años de amistad y de complicidad le hablaba de usted. Don Fidel, en una frase histórica le dijo: ``No se apure don Blas, a usted y a mí ya se nos pasó la muerte''...
Sólo hablé con él en una oportunidad, acompañando a Fernando Yllanes Ramos en un asunto de interés común. Me quejé de un líder regional cuya conducta no era, precisamente, la mejor. Manifesté que no me gustaba su estilo. ¿Y cómo cree usted que le cae usted a él?, respondió cáustico.
Me habría encantado tener una o varias charlas con él para que me contara muchas cosas, sobre todo de la etapa de su relación con Vicente Lombardo Toledano, de quien no se expresaba mal. Pero, ciertamente, no se me ocurrió pedirle una cita. Anticipé su respuesta negativa, a la que tenía pleno derecho.
Ernesto Zedillo dijo que lo vamos a extrañar. Tiene razón. Sobre todo los caricaturistas, pero también quienes intentamos que el corporativismo que él representó como nadie, se desintegre. Con don Fidel era ese el fin lógico e inmediato.
La pregunta, en la boca de todo el mundo, es si a la muerte de Fidel Velázquez también desaparecerá el corporativismo, y con él la CTM, el Congreso del Trabajo y todos los charros que en el mundo han sido. En mi concepto no ocurrirá así de manera automática. Pero sí es el principio del fin.
Creo que el Congreso de febrero del año que viene, en el que la CTM debe elegir un nuevo dirigente, será definitivo. En mi concepto, si se ratifica a Rodríguez Alcaine será el punto de partida de una división más grave que la que supuso la muerte de Jesús Yurén. Mal momento para el PRI, dicho sea de paso. Los entusiasmos priístas de don Fidel no se van a conservar.
De algo estoy convencido. De que don Fidel, el hombre de familia, fue una excelente persona. Pero en la política eso no es suficiente.