La Jornada 29 de junio de 1997

MAR DE HISTORIAS Ť Cristina Pacheco
Extraños en la noche

Para Sara Sefchovich
y Carmen Boullosa

¿Cuántas llamadas recibiré al día? Cientos, y los viernes más. Me tienen hasta el gorro. Por dormida que esté me parece oir el timbre del teléfono y después el grito: ``Rebe: es para ti''. Pero lo que más me desagrada es la bromita: ``Apúrale: es uno de tus hombres''.

En efecto, me paso la vida escuchando voces masculinas. Lo malo es que no me hablan a , sino a lo que soy para cada uno de esos hombres: una especie de intermediaria entre ellos y las áreas donde se fabrican sus partes automotrices --lo digo porque me he dado cuenta de que cuando preguntan por mofles, cigüeñales o pistones lo hacen con más emoción que si preguntaran por una mujer.

Mis compañeras me envidian porque hablo con tantos señores. ``¿Qué más quieres, chulita? ¿De qué te quejas?'' Sólo de una cosa: de que esos tipos nunca deséen acercarse realmente a lo que soy fuera de este escritorio, esta oficina, esta fábrica. ``¿Cómo lo sabes?'', me preguntó Celia el otro día. Muy sencillo: por la forma en que me saludan. Todos me dicen: ``Qué tal, linda, ¿cómo estás?'' Ninguno, en cambio, me llama por mi nombre: Rebeca. Es más, dudo muchísimo que esos lindos sepan mi apellido: Olvera Reyes.

Quizá por eso el lunes me entusiasmó encontrar un memo pegado en mi computadora: ``Rebe: el viernes te llamó cuatro veces el señor Faustino Palafox. Hablará hoy después de las once''. Abajo de la ``C'' con que mi amiga Celia acostumbra firmar los recados leí la posdata: ``Ojo: llamó cuatro veces''.

Primero decidí no darle importancia al mensaje, pero conforme fue pasando el tiempo y fui hartándome de los lindos, sentí verdadera curiosidad por conocer al cristiano que se dirigía a mí como a una persona: por mi nombre. A la hora de la comida Celia me recibió con un guiño francamente obsceno que, desde luego, hizo reir al resto de mis compañeras: ``Andale, chapis, ¡qué calladito te lo tenías!'' Comprendí que estaba refiriéndose a Palafox, pero fingí no saberlo. En respuesta, mi amiga me dio un codazo y dijo a gritos que no me hiciera tonta. Luego me reprochó que jamás le hubiese hablado del señor Faustino Palafox.

Esta forma de presión me disgustó y le respondí a Celia que si nunca le había mencionado al tipo ése --el nombre ya estaba grabado en mi memoria, pero temí pronunciarlo--, era porque para mí era un ilustre desconocido. Por fortuna, esta vez mi amiga se limitó a hacerme otro guiño: ``¿Seguro que no lo conoces? Pues qué raro porque el fondo musical de su voz, preciosa por cierto, era Extraños en la noche''.

La puyita de Celia dio en el blanco. Hice memoria. El último hombre que me había tarareado al oído mi canción predilecta llevaba años de ser polvo, al menos en mi recuerdo, y además su nombre era Raymundo y no Faustino. Se lo dije a Celia pero ella, siempre ansiosa de que yo o alguna de las muchachas consiga algo, no cedió: ``Ay, Rebe, acuérdate que tú y Ray acabaron en muy malos términos. Es posible que haya usado un nombre para que le tomaras la llamada''.

Pensé: en mis condiciones tendría que estar loca para no contestarle a un tipo que en vez de decirme ``linda'' se refiere a mí como a Rebeca. No lo dije y adopté una actitud sabionda:

``¿Sabes cuántos millones de personas vivimos en el DF? ¡Diez! Entre ese mundo de gente habrá cientos, miles de Rebecas''. ``¿Olvera Reyes?'' La pregunta de mi amiga me desarmó por completo.

Cambié de tema y me prohibí volver a pensar en el asunto --lo que significa que no pensé en otra cosa que en la llamada de Palafox; no dejé de hacerlo ni siquiera en las muchas ocasiones en que regresé a mi papel de puente entre los distribuidores y las partes automotrices--. A las seis de la tarde salí volando para no encontrarme a Celia: estaba segura de que, con poquito que insistiera, descubriría mi curiosidad por el dichoso Palafox.

II

Prefiero no recordar lo que estuve pensando esa noche. Lo resumo describiendo una escena: renuncié a mi dieta, cené las albóndigas que mi mamá había preparado para la comida y le dije algo así como: ``Nunca olvidaré este sabor. Adonde quiera que vaya lo recordaré''. Luego, para colmo, dormí mal; y para colmo de colmos el martes llegué a mi oficina más temprano que de costumbre y cada vez que sonó el teléfono recé porque fuera Faustino Palafox.

Me cansé de esperarlo inútilmente, de oir voces masculinas llamándome linda y me reproché el ser tan estúpida. En la noche encontré en mi casa un recado de Celia: ``Señora, dígale a Rebe de mi parte que comience a calentar motores''. Cuando me transmitió el mensaje, mi mamá me preguntó qué significaba eso. Le dije que era una broma sin importancia pero el corazón me latía a cien por hora. Celia llamó de nuevo a las once y me puso al tanto de la situación: ``Acababas de salir de la oficina cuando llamó Palafox con todo y tu Extraños en la noche''. No pude contenerme. Le reclamé a mi amiga no haberle dado a Faustino la clave de mi localizador. Con su respuesta, Celia renovó mis ilusiones: ``Se lo iba a dar, pero no quiso. Me explicó que lo que deseaba decirte exigía trato personal y un poquito de tiempo''. Cuando colgué y oí mis latidos, canté en voz baja: ``Corazón, corazón,/ no me quieras matar, corazón''.

Yo que jamás salgo de mi recámara después de cenar para no toparme con mi papá enfurecido frente a la tele, ayer abandoné mi refugio y fui a la cocina para hacerme ``algo caliente''. Cuando oí a mi padre maldecir contra los videos amañados y las malas noticias, me acerqué a él y le dije: ``Papá, no todo es siempre tan malo. Acuérdate: la noche cerrada anuncia la luz del día''. Mi padre se me quedó mirando, se sacó la dentadura, la echó en el vaso donde la remoja y se fue a su cuarto donde mi madre lo esperaba.

Me quedé sola bebiendo un té de manzanilla y me dije que quizá estuviera haciéndome demasiadas ilusiones. Tal vez Faustino Palafox era sólo un nuevo cliente deseoso de conseguir catálogos y buenos precios. ¿Y para obtenerlos se había aprendido mi nombre y mis dos apellidos? Celebré la capacidad de raciocinio que, según Walter Mercado, asiste a los nacidos bajo el signo de Virgo. De todas formas me prometí no llegar demasiado temprano a la oficina: hoy nada más llegué a la hora exacta.

III

Pasé la mañana escuchando frases huecas y postergando --con el pretexto del mucho trabajo-- el momento de ir al baño. Finalmente el estómago me dolió y abandoné mi escritorio. Estaba cerca de la puerta cuando oí el teléfono y me regresé a contestarlo con la frase que pronuncio siempre: ``Buenos días. Gracias por llamar a Multi-Par''. Apenas terminada la frase, escuché las notas de mi canción predilecta acompañando la voz de Faustino. Luego de presentarse me preguntó: ``¿La señorita Rebeca Olvera Reyes?'' Estuve a punto de gritarle que sí, que era yo, pero me contuve y sólo dije: ``Servidora''.

De tan excitada casi no entendí las primeras frases de Faustino, pero al fin escuché una que me centró: ``¿Nunca ha pensado que llegará ese momento? Es como el amor: tarde o temprano caemos en sus redes''. Como sentí que subía el volumen de Extraños en la noche ahora sí grité para que mi interlocutor me oyera: ``Sí. Eso siempre nos toma por sorpresa. Nunca sabemos el día ni la hora''.

De inmediato escuché la risa madura, satisfecha, varonil, de Faustino Palafox, quien luego me dijo: ``¿Sabe? Siempre la imaginé como a una persona madura, con visión a futuro. Celebro no haberme equivocado. Creo que tenemos muchas cosas en común y que debemos de hablar, pero no por teléfono. ¿Podríamos vernos?'' La cosa iba demasiado rápido y puse un pequeño obstáculo --``es un día de mucho trabajo''-- que, para mi felicidad, Palafox venció: ``Hay prioridades. Lo que usted y yo tenemos que discutir es algo mucho más importante que la rutina y no debe aplazarse. Rebeca, acuérdese de lo que me dijo hace un momento: nunca sabemos el día ni la hora''.

Se me acentuó el dolor de estómago cuando imaginé que Faustino estaba proponiéndome algo más que una cita: la fuga. Recordé la dentadura de mi papá tintineando en el vaso, pensé en mi madre y sus platillos que no olvidaría, cuando Faustino preguntó otra vez: ``¿Le parece bien que nos veamos dentro de media hora?'' ``¿Aquí?'' Palafox pronunció la respuesta que yo ansiaba: ``Rebeca, dígame sinceramente, ¿por qué no?'' Afortunadamente nadie miró la enorme sonrisa con que dije ``está bien'' ni tampoco vio mi expresión decepcionada cuando dejé de oir Extraños en la noche y sólo escuché la voz de mi supuesto enamorado: ``Tranquilícese y piense que no sólo lo hacemos por nosotros sino también por nuestros seres queridos. No es justo que a la pena de que nos vean adelantarnos en el camino sumemos la responsabilidad de pagar nuestra última morada. Por eso nuestro proyecto a futuro se llama: Por ti y por ellos''.