La Jornada Semanal, 29 de junio de 1997
Fui invitado por el programa Nexos TV a un diálogo de jóvenes con el regente de la ciudad. Según me explicaron, se trataba de pasar una mañana entera con îscar Espinosa, conocer algunas de las grandes obras de infraestructura de la ciudad, debatir ``con respeto pero sin limitantes'' con el ``jefe'' -como sin malicia le llaman sus achichincles- y rematar el día con una comida informal, sin protocolo. Todo acompañado de las cámaras, en una suerte de programa especial.
¿Acepté ir por simple morbo? La verdad, quería conocer al señor que con tanta frecuencia aparece fotografiado con un estilo ``Cien por ciento Palacio'' en La Hacienda de los Morales, saboreando canapés; al individuo que con puro en ristre grita ``ole'' en el Coso de Insurgentes, mientras la triple D de la desidia, el desorden y el dolor campea a sus anchas por nuestra otrora magnífica capital. En plan más sociológico, quería conocer cómo alguien pudo dilapidar en sólo dos años y medio un capital político tan grande como el que le dejó Camacho Solís (quien ganó para el PRI la ciudad en el 1991 y en el 1994 sólo para luego él mismo hundirse en sus indecisiones) y dejar al partido oficial en un miserable tercer lugar, cuarto en los simulacros de votación de muchas universidades. En resumen, quería adentrarme en la esencia de la impopularidad, conocer sus resortes internos, calibrar sus secretos mejor guardados...
Cuando empezó el gobierno de îscar Espinosa, y dadas sus primeras y alarmantes medidas, un grupo de amigos nos reunimos con la idea de fundar una sociedad civil encargada de ponerle piedritas en el zapato a su gestión. Pudo llamarse ``Amigos contra el regente'' o ``SOS Ciudad de México'', pero no pasó de un desplegado y algunas divertidas reuniones. Cómo no, pues, conocer al òltimo Señor de las Llaves.
La cita era a las 9:00 de la mañana en el estacionamiento oficial de la glorieta Tlascoaque. Primer apotegma del día: todo aquel que nunca haya ido se perderá. Desesperado, seguí a un taxi, sólo para descubrir que estaba tan cerca que al taxista le dio pena cobrarme el banderazo. Segundo apotegma: lo fugitivo permanece. En la combi zigzagueante que nos llevaría a la Línea B del Metro, lugar del encuentro con el regente, descubrí dos cosas insospechadas: el 80% de los jóvenes de la ciudad son rubios, estudian en alguna universidad y han conjugado el verbo coadyuvar en alguna ocasión. El desayuno previsto para los desmañanados jóvenes no fue a la carta, salvo en las bebidas: frutsi de uva o de manzana, sandwich de cheez-whiz y yogurt ``que se bebe''.
En la Línea B del Metro, un verdadero contingente de asesores, guías y guaruras esperaba al jefe, que avisó llegaría tarde porque tenía un desayuno con 900 rotarios. Cuando bajó de su camioneta y se acercó a saludarnos, nos repitió a cada uno su nombre, profesión y edad (¿o fue al revés?) para que nosotros nos disculpáramos por haber saludado de mano a 900 rotarios que nunca van a votar por la oposición (¿o me confundo?). Acto seguido, las explicaciones del jefe de obras -con pertinentes acotaciones del propio Espinosa-formaron una retahíla de beneficios que haría enrojecer de envidia a la piedra filosofal. El sol a plomo y el hígado a punto.
El siguiente paso, con casco obligatorio, fue el drenaje profundo. El Mictlán de concreto de la ciudad, destinado a sacar rápido y sin inundaciones el agua de la ciudad. La tarea de secar el lago -que empezó con el albarradón de Nezahualcóyotl, quien no sólo cantaba al pedernal florido, continuó con el Tajo de Nochistongo del tipógrafo Enrico Martínez, siguió con el gran canal del desagüe de Garay y prosiguió con los dos túneles de Tequisquiac- ha llegado a su fin. Yo hice dos preguntas: ¿por qué no aprovechar lo que el cielo nos manda en forma de diluvio cada estío?, y ¿cómo limitar el crecimiento urbano en el Ajusco, por donde se filtra casi toda el agua a los mantos freáticos, fuente del 80% del agua que utilizamos? La respuesta única fue: ``vamos a aprovechar que ya no se filtre la mancha urbana para que el verano del Ajusco sea un manto freático sin consecuencias fatales''. Reconozco que puedo estar tergiversando sus palabras. Durante los recorridos por las obras, la muletilla del regente era: ``Y eso que yo no voy a inaugurarlas.'' ¡He ahí la grandeza de un hombre de Estado que no le importa no cortar el listón rojo con tal de que los desperdicios de los niños del futuro acaben en Tula sin escalas y asépticamente!
La última etapa del periplo fue el Parque Ecológico de Xochimilco. En el edificio central, en donde una serie de vitrinas y peceras exhibe a la fauna autóctona, mi mirada sólo tuvo ojos para el ajolote, del náhuatl axolotl, cuyas dos acepciones etimológicas son contradictorias: ``espíritu acuático'' o ``juguete del agua''. Ahí, en el teatro de usos múltiples, tuvo lugar el debate. Rolando Cordera, director y conductor de Nexos TV, nos advirtió que el control de las televisoras es como una orden de fusilamiento: si uno al aire no es claro, sintético y rápido, el público lo fusila. Es decir, le cambia. También dijo: el tiempo es oro en este negocio (quizá por eso Nexos TV se transmite los domingos a las diez de la mañana, entre un abdomen perfecto y un recetario de cocina que bien puede cambiar su vida si llamaahoratendráundescuentoadicional) y abrió fuego en su papel del periodista independiente con la siguiente pregunta: ``¿Cómo cree que la historia recordará su gestión al frente del Departamento del Distrito Federal?''
Por infidencia de uno de los productores, supe que la idea del programa no fue de Nexos TV, sino de la propia Regencia. En plena campaña electoral, con los candidatos vomitando encono y disputa, el regente se da tiempo para debatir en forma relajada con los jóvenes de la ciudad. Creo que recorrer las grandes obras de infraestructura tenía un objetivo claro: hacer que en el debate resultara obvio que la continuidad política es de vital importancia para no poner en riesgo estas obras: ¿qué será de la ciudad si esto se detiene?, ¿será nuestra heredad una red de agujeros sin estos proyectos monumentales?
Por mi parte, tuve durante el día la sensación de repetir las clásicas visitas guiadas del socialismo real, en donde la armonía laboral y la hermandad proletaria eran un modelo actuado para los visitantes extranjeros.
El numerito les salió perfecto, he de decirlo. Preguntas cómodas, énfasis en la continuidad indispensable de estas obras que no todos garantizan, sólo una oportunidad por persona de intervenir y, desde luego, sin derecho a réplica. En mi turno, le pregunté si no pensaba que las encuestas tan desfavorables a su partido eran una respuesta anticipada al juicio histórico, sólo por atar la conversación a la inquietud previa de Cordera. Me hubiera gustado preguntarle por el sindicato de Ruta 100 y el crimen de tener una ciudad de 18 millones de personas sin transporte urbano definitivo por más de dos años; por las investigaciones en torno a la muerte del magistrado Polo Uscanga; por la corrupción palpable de los nuevos Magniverificentros; por el caos vial y la incapacidad de hacer cumplir un simple reglamento de tránsito; por la invasión de la vía pública por los venedores ambulantes; por la presencia de los conejos y coyotes de la Buenos Aires y Tepito, respectivamente, que delinquen públicamente en horarios diurnos; por el monto exacto de su salario como funcionario público, con bonos mensuales y primas desglosadas, y un largo y penoso etcétera. Pero sobre todo me hubiera gustado preguntarle si La Calzada de los Misterios hace esquina con Niño Perdido.
Ya en la comida -toldos estratégicos en mitad del parque ecológico, tacos y quesadillas a manos llenas- îscar estaba tranquilo, triunfante. Me preguntó pícaramente si iba a votar por el PRI, haciendo gala de apertura y consciente de mi respuesta negativa. Le dije que prefería que me fusilaran, jugando con las palabras introductorias del programa de televisión, pero como hace mucho perdí el humor en esta ciudad sin dimensión humana, cruel y absurda, a continuación empecé a repetir frenéticamente: ``disparen, apunten, fuego'', mientras me iba embelesando un intermitente sonar de cariciosos tequilas...
No sé si sea verosímil terminar diciendo que justo cuando se despidió de cada uno de nosotros, repartiendo tarjetas y pidiendo a su asistente que tomara nota de las peticiones -la cultura monárquica somos todos-, empezó una tormenta de dimensiones bíblicas que nos obligó a correr al edificio central y que ahí mi único consuelo volvió a ser el ajolote, que sin duda significa ``juguete del agua''.