El reciente libro titulado Los inicios de la alergología en México. Una historia personalmente vivida, del doctor Fernando Martínez Cortés, no sólo es eso sino un documento humano de enorme valor, cuya lectura me causó un grande y nostálgico placer. Fernando y yo somos casi contemporáneos (él fue compañero de generación en la Facultad de Medicina de la UNAM de mi hermano Rafael, quien es un año mayor que yo) y muchas de sus experiencias en el Hospital General de la Ssa, de sus maestros y en el medio médico de su tiempo fueron muy semejantes a las mías.
Desde luego, Fernando no es ajeno al oficio de escribir: por fortuna para sus lectores, que somos legión, padece esa terrible enfermedad conocida como insanabile scribendis cacoethes, por lo que ya lleva publicados 30 libros. Sus temas casi siempre han sido médicos, con interés especial en la historia de la medicina en Mexico, campo en el que es uno de los más originales y profundos conocedores, pero también ha hecho incursiones en la filosofía de la medicina, en la literatura, y hasta en la historia de su pueblo natal, un pueblito en la sierra de Tlalpujahua. En su nuevo libro, Fernando nos habla de la historia de la alergia en México, haciendo al mismo tiempo un sentido homenaje a su maestro, el doctor Mario Salazar Mallén, un recuerdo de los primeros trabajos que se realizaron sobre alergia en el Hospital General, en un laboratorio fundado con ese propósito cuando el doctor Ignacio Chávez era director del nosocomio, en 1938, y un relato de sus pininos como alergista bisoño, salpicado con lecturas sobre el tema en el texto de Jiménez Díaz, un médico español que en esos tiempos era considerado como gran autoridad en alergia.
Pero pronto surge el historiador, y Fernando repasa lo que se escribía en México sobre alergología antes de la creación del servicio de alergia en el Hospital General, mostrando su originalidad y profesionalismo en el reino de Clío. Remontándose a 1866, nos cuenta de un caso tratado por un médico mexicano por medio de sanguijuelas, como se estilaba entonces, que tuvo una reacción interpretada como ``envenenamiento'', pero que con el restroscopio es posible clasificar como una forma de alergia (anafilaxia); otros casos interesantes de esa época, también publicados en la Gaceta médica de México, son los de ``idiosincracias'' y de ``diátesis'', que a la luz de conocimientos más recientes corresponden a otras formas de alergia, y el de dermatitis producida por procaína en un dentista, en el que el clínico logra un triunfo terapéutico gracias a su sagacidad y a su información.
Hay más casos interesantes, y el libro continua con un breve relato del Camep (Centro de Asistencia para Enfermos Pobres), fundado en 1932 por el doctor Raoul Fournier, uno de los grandes maestros de la medicina mexicana, quien también inició la publicación de una revista con el mismo nombre de Camep, que después cambió por el de La prensa médica mexicana, que continuó publicándose hasta cerca de 1980. La revista Camep tiene interés para Fernando porque ahí se publicó una de las primeras polémicas sobre alergia que aparecieron en México, protagonizada por los doctores Alfonso G. Alarcón (un famoso pediatra, que me atendió cuando yo fui niño) y Mario Salazar Mallén, que entonces era el joven alergista director del mencionado Laboratorio de Alergia del Hospital General.
La polémica fue un enfrentamiento entre las escuelas francesa y norteamericana, y la ganó el doctor Salazar Mallén.
El libro termina con un breve resumen de los primeros congresos y jornadas médicas sobre alergia en Mexico. Otro atractivo de este libro son sus ilustraciones, que representan un resumen iconográfico de las épocas y la gente que llenan sus páginas, así como de varios de los libros que se mencionan. Este nuevo libro de Martínez Cortés es una hermosa contribución a la historia de una época en que la medicina mexicana se transformó radicalmente, contada con el gusto y la memoria de alguien que, como lo dice el título, la vivió personalmente.