Según el diagnóstico del comité ad hoc de los países de la OCDE, deberíamos comenzar por legislar qué es una universidad. Una universidad es, entre otras cosas, un lugar donde se realiza investigación científica original y se dan posgrados. Los que no cumplen con este y otros requisitos, se clasifican como colleges, profesional schools o technical schools (tecnológicos, escuelas profesionales y escuelas).
Para formar profesionistas, simplemente se necesitan buenos maestros. Los buenos maestros usualmente detentan un posgrado, saben recurrir a las fuentes originales del conocimiento, tienen idea de cómo surgió este, y no son simples repetidores de libros de texto extranjeros, anticuados y mal traducidos. Idealmente son líderes en su campo profesional.
En las universidades, los buenos maestros son, además de todo esto, investigadores. Saben de lo que están hablando pues ellos han contribuido a generar el conocimiento que enseñan. Son los que están más al día, pues si no lo estuviesen no podrían publicar en revistas internacionales arbitradas. Las mejores universidades del mundo se pelean por los mejores investigadores-profesores, y sus profesionistas salen con conocimientos que los profesionistas de una escuela profesional del Tercer Mundo sólo tendrán a su alcance 10 o 25 años después. Esta es la medida del atraso; producción per capita aparte.
La UNAM cuenta con una magra producción científica en relación a su tamaño. Pero es de las pocas producciones científicas que hay en el país, constituyendo alrededor del 50 por ciento de su producción científica total. Parte de esta es de buena calidad y se publica en las mejores revistas internacionales. Por tener esta investigación, la UNAM clasifica como ``universidad''. A pesar de lo cual, es probable que ni el 15 por ciento de sus profesores de licenciatura cuente con doctorado, y de estos, es posible que apenas la mitad haga investigación. La mayor parte de las otras instituciones de enseñanza ``superior'', mal llamadas ``universidades'' según la OCDE, ni siquiera sueñan con esa planta de profesores.
A pesar de lo anterior, los profesionistas de la UNAM, no se cuentan (en algunas áreas), entre los mejores con que cuenta el país. Pero esto no es culpa de los profesores-investigadores, sino de políticas populistas y erróneas, heredadas del pasado. El llamado ``pase automático'' es simplemente una de ellas, pero hay muchísimas más.
Diría que el ``pase automático'' ni siquiera es la más importante. Si se corrigieran esas políticas, la UNAM podría producir los mejores graduados. No concibo una mejor vinculación con la sociedad y las áreas productivas que esta: producir los mejores profesionistas. Que mientras no se logre, todo lo demás que se diga o se haga es, simple y llanamente, demagogia, simulación. Pero hay tantos intereses creados y tanta política involucrada en el asunto, que implementar los cambios acertados se ve difícil.
Para muchos investigadores que durante años han predicado en el desierto, y que han dado lo mejor de sí mismos en las aulas de licenciatura, sin descuidar su investigación, las nuevas políticas del doctor Barnés son, simplemente, alta traición. Reducir el presupuesto para investigación en múltiples y simultáneos frentes (45 por ciento en importaciones, reducción en proyectos y en contrataciones, falta de becas, etcétera) tiene efectos multiplicativos y puede arruinar el trabajo de varios decenios y generaciones. Me pregunto, ¿qué le hace al rector destruir el vínculo con aquellos que podrían ser sus mejores aliados? Por ideas preconcebidas del papel de la universidad, ideas que no resistirán el mínimo análisis crítico y que resurgen de manera cíclica, se considera a la investigación científica como el chivo expiatorio de políticas erróneas del pasado. Siendo que la investigación es el único activo tangible que tiene la universidad, para que, llegado el día en que se corrijan los errores del pasado, la UNAM se convierta en una excelente universidad.