I
``¡El castigo del cielo es evidente!'', proclamaba desde el púlpito el padre Sebastián, mientras el pueblo de Zacatengo temblaba abajo. ''La epidemia que nos asuela es culpa de este gobierno impío, que lo único que pretende es que desaparezca la Iglesia; y lo que va a lograr es atraer sobre la nación las calamidades supremas, y el cólera es una de ellas. ¡Vean!, ¡vean cómo se muere la gente por las calles!, y esto seguirá ocurriendo mientras el gobierno quiera arrebatar a la Iglesia lo que es suyo''.
Los feligreses bajaban la cabeza, afligidos. ¿Acaso dependía de ellos que después de tanto tiempo de luchas y movimientos el Presidente intentara reformar las cosas?, ¿qué sabían ellos de los bienes que le querían quitar al clero?
Entre el público se encontraba Juana, una humilde muchacha que trabajaba en el servicio doméstico de un farmacéutico de la ciudad de México. Atemorizada escuchaba lo que el padre decía, mientras recordaba las terribles escenas que había observado. Diariamente sabía de gente que moría y veía cómo las personas llegaban desesperadas a la farmacia para rogarle a su patrón, el señor Río de la Loza, que les diera algún remedio para salvar a su hijo, a su padre o a su hermano. El farmacéutico preparaba medicamentos aun a sabiendas de que sólo eran paliativos. El era un hombre fuerte; sin embargo, Juana ya lo había visto llorar de impotencia en la parte trasera de la farmacia.
II
Leopoldo Río de la Loza, el hijo del farmacéutico, desayunaba con rapidez. Era la primera vez en varios días que podía sentarse unos momentos a comer. La epidemia de cólera azotaba con violencia y él, como médico, se pasaba la mayor parte del tiempo atendiendo enfermos en el hospital de San Lucas. Juana lo observaba callada, mientras calentaba tortillas en el fogón. Debido a que estaban solos en la cocina, se atrevió a preguntar.
--Oiga, joven Leopoldo, ¿es cierto lo que dice el cura de mi pueblo: que la epidemia que tenemos es culpa del gobierno?
--¿Del gobierno?, ¿por qué?
--Pos quesque es un castigo del cielo porque el Presidente le quiere quitar sus cosas a los curas.
--¿Eso dijo el cura? No hagas caso, Juana. Por desgracia no sabemos por qué existe el cólera, ni por qué tenemos ahora esta epidemia.
--¿Y entonces, por qué la enfermedad empezó a atacar justo ahora que ese tal Valentín es Presidente?
--El cólera existe desde hace mucho tiempo. Epidemias como ésta se han dado ya en otras épocas. En realidad, don Valentín Gómez Farías está muy preocupado. Un amigo del Colegio de Minería me platicó que les pidió a los maestros de ahí que estudiaran el agua que entra a la ciudad, para ver si hay algo en ella que pueda provocar el cólera".
--¿Y encontraron algo? --preguntó Juana asustada. -- ``No, nada. Sabes, Juana, algún día yo también voy a estudiar el agua para saber si en ella puede haber algo que nos haga daño; quiero conocer sus componentes. Y no sólo el agua. Quiero saber de qué está formado todo lo que nos rodea. Estoy seguro de que la química va a lograr que respondamos muchas preguntas importantes y yo quiero colaborar en eso.
La muchacha iba a preguntar algo, pero Leopoldo se apresuró a agregar:
--Por lo pronto, me voy; los sueños son muy bonitos, pero por ahora mi obligación es tratar de aliviar el dolor de los enfermos.
Y Juana lo vio salir presuroso mientras en su mente trataba de aclarar lo que el joven médico había querido decir con aquella extraña palabra: química.