La evaluación es, sin duda, un mecanismo que permite, si es llevado a cabo cuidadosamente, determinar la capacidad de un individuo para desempeñar alguna función o para determinar si su desempeño en la actividad que desarrolla ha sido bueno.
Esta se inicia desde el día en que nacemos cuando el gineco-obstetra le pide a un pediatra que evalúe al recién nacido, éste a su vez emite una calificación ¡que generalmente es baja! Así se inicia una vida repleta de evaluaciones, quizá este mecanismo ha ido substituyendo a otras formas menos civilizadas de encontrar al más apto o apta de una generaación de individuos; formas que en no pocas ocasiones le costaba la vida al evaluado. Antes, probablemente la fuerza física era un atributo deseable, ahora quizá, es lo grueso y pesado de un currículum y más recientemente qué tan relevante es un trabajo a los ojos de otros ``pares'' que le citan o no, por diversas razones.
Desde pequeños estamos pues, sujetos y hasta acostumbrados a ser evaluados durante los años que dura la educación formal; no faltó quizá que en algún momento sintiéramos que estábamos siendo injustamente evaluados y ésto se lo atribuíamos a la maestra o al maestro que nos ``traía ganas''; como resultado de eso se podía, en ocasiones, pedir una revisión a tan arbitraria decisión. En este proceso el evaluado y el evaluador se confrontan con visiones casi siempre distintas de un desempeño. Es claro que, en cualquier sociedad que se quiere perfeccionar, se debe evaluar constantemente el quehaceer de sus integrantes, el problema es cómo, ya que de entrada cualquier miembro de ésta, puede ser potencialmente ``juez y parte''. Por lo tanto, el proceso de evaluación tiene sentido si hay algo que evaluar y alguien que lo evalúe.
Sin duda, el componente más importante en este proceso es el evaluador y le sigue muy de cerca el instrumento o criterio de análisis con el que emitirá su evaluación. Por otra parte el evaluado debe someter evidencia sobre su capacidad, potencialmente meritoria, en forma tal que convenza al evaluador de las bondades de su trabajo y por ende de su buen desempeño. En este sentido hay quien elije agotar todos los recursos y somete con lujo de detalle todo lo que ha hecho, y hasta lo que hará. Otros quizá resalten lo que consideran es la médula de sus logros, y no falta quien lo deja todo confuso y difícil de descifrar. A partir de este momento la evaluación pasa a manos de el o los evaluadores. Ya en esta fase del proceso, se puede proceder estrictamente apegados a los documentos probatorios, o bien, con conocimiento del campo y del quehacer analizado; razones que sirven para diseñar comités evaluadores Ad Hoc. Los evaluadores, en general son escogidos por razones que los hacen idóneos para su tarea; entre estas razones se cuenta su grado de reconocimiento en la comunidad, su honorabilidad y su conocimiento del área que se está evaluando, lo que ya de por sí conlleva un proceso de evaluación por parte de aquel que escoge a los evaluadores.
La evaluacaión es sin duda el dolor de cabeza más serio y constante de cualquier grupo social que pretende evolucionar. Aquí en México, la actividad evaluadora en el campo de lo académico, se generaliza cuando se crea el Conacyt que ofrece donativos, cátedras, etcétera, y se incrementa cuando se crea el SNI en 1984. Así se crean comisiones que entre vítores y vituperios dan a conocer el resultado de su ``evaluación''.
Me parece que el reesultado final de esta actividad incómoda, ha sido más bueno que malo y ha permitido encontrar un patrón de reconocimiento del buen o mal desempeño de algo que anteriormente no había forma de ``evaluar'', o simplemente no se evaluaba. Pero también me parece que no debemos perdernos entre las ramas de este proceso ya que, necesariamente hay evaluados y evaluadores que tienen el mismo origen, de tal forma que si exageramos en el número de evaluaciones estaremos más preocupados por el resultado de éstas, que por la trascendencia de nuestro trabajo.
La experiencia acumulada en los últimos 20 años debe servirnos para que este proceeso deje o tienda a ser cada vez menos particular, y por lo tanto pueda ser menos frecuente y más eficiente.
Quizá el principal catalizador de la ``evaluacionitis'' que actualmente padecemos en nuestro país, es el resultado de los problemas financieros que nos aquejan. Si hay poco ¡hay que repartirlo bien! Por otra parte, debemos tener confianza en nuestros cuadros de investigadores e instarlos a emprender proyectos relevantes y evaluarlos en concordancia.
Sin embargo debemos, insisto, no perdernos en el proceso mismo de la evaluación, ya que ésto actuará como un freno para nuestro desarrollo sano.
Presentado en el simposio Evaluación de la evaluación .