Las elecciones del 6 de julio se han convertido en el nuevo parteaguas de la historia política de México. Conforme se acerca esa fecha, pueden leerse en la prensa entusiasmos y alarmas sobre las consecuencias del poder dividido, democrático, que surgirá de esas elecciones. La mayor parte de los comentaristas celebra el fin de la hegemonía del PRI, y en todos parece imponerse la certidumbre de estar frente a los resplandores crepusculares de un fin de régimen. Una mirada histórica matizada podría documentar que ese fin de régimen ha sido un proceso más largo, que ha tenido numerosos ``parteaguas''. No obstante, el reparto efectivo de poder que anuncian las elecciones del próximo domingo prefigura una situación nueva. La nueva situación deja atrás muchas asignaturas pendientes de la democracia mexicana.
Quedan atrás el descrédito de las elecciones como escenarios del fraude y la manipulación gubernamental. Queda atrás la discrecionalidad del uso de los dineros públicos para las campañas del PRI. Queda atrás la inequidad en el acceso a los medios masivos de los distintos partidos políticos. Queda atrás la indiferencia ciudadana ante las elecciones por la invencibilidad del PRI-gobierno. Queda atrás también el tema a que dedico este artículo: la idea de La Oposición como un conjunto de fuerzas buenas oprimidas por el gobierno malo. La Oposición como un haz de partidos políticos virtuosos, valientes e insobornables que representan contra viento y marea la aspiración democrática de una sociedad sometida.
Suenan huecas hoy las quejas de la oposición contra las maquinaciones antidemocráticas del gobierno. Empezamos a ver en fuerzas de la oposición síntomas triunfales que antes eran oprobio exclusivo del PRI. Por ejemplo, según el monitoreo del IFE, los medios de comunicación de la ciudad de México han privilegiado con su tiempo al PRD (32.8 por ciento), sobre el PRI (30 por ciento) y el PAN (21.02 por ciento). En una inversión cabal de los antiguos papeles de víctima y verdugo, el PRI del estado de México ha acusado al PRD de intentar un fraude masivo en los municipios de Texcoco, Nezahualcóyotl y Los Reyes La Paz, que gobiernan autoridades perredistas.
Es anacrónico seguir hablando de fuerzas de oposición para referirnos a partidos que, como el PAN, gobiernan ya a uno de cada cuatro mexicanos y que, como el PRD, empezarán a gobernar este año la ciudad más importante del país. Son fuerzas que suman juntas la mayoría absoluta de votos del electorado y que parecen capaces, cada una por separado, de contender exitosamente por el triunfo en el gobierno nacional. Son fuerzas que cogobiernan de hecho, aunque conserven algunos hábitos viejos de victimismo y el facilismo oposicionista: el victimismo que atribuye todos los fracasos de la oposición a las manipulaciones omnipotentes del PRI, y el facilismo que atribuye todos los males del país a las irresponsabilidades del gobierno.
A las fuerzas que hasta ahora se reputan como de oposición en México les han salido barbas y colmillos largos. Ya no son aquellos adolescentes justa y sanamente iracundos por los abusos de la autoridad. Es la hora de su mayoría de edad y deben volverse caminos efectivos ya no para destruir el viejo régimen, sino para construir el nuevo; ya no para encauzar la irritación y la inconformidad ciudadana, sino para encauzar los esfuerzos y los ánimos constructivos del país. Las elecciones del próximo domingo anuncian un fin de régimen, pero no prefiguran el carácter del nuevo, salvo en su índole competitiva y democrática. Es imposible extraer del montón de discursos y actividades de las campañas que terminan alguna idea sólida sobre el México que viene adelante, sobre el rostro del país que ha de construirse a partir del régimen democrático.
Sería contradictorio esperar el dibujo del país futuro de los dibujantes del régimen que toca a su fin. Por definición, esa es una tarea de las fuerzas políticas emergentes, de las fuerzas que empiezan a convertirse en gobierno. Hemos visto de todo en las campañas que fenecen, pero no hemos visto todavía en las antiguas fuerzas de oposición llamadas a gobernar a México, proyectos de país amplios, generosos y convincentes.