Ƒ Se conocen sentimientos más repugnantes que el aburrimiento? De las mil formas que puede adoptar la depresión, la más espantosa es el tedio. Ese hastío que nos provocan las novilladas y mayoría de las corridas en la actualidad. La fiesta brava atacada de aburrición se muere poco a poco, gota a gota, segundo a segundo; sin la teatralidad que supone, siquiera, las grandes broncas, las volteretas de los principiantes, sus ganas de ser. Los novilleros de hoy en día actúan y se visten como si fuesen figuras consagradas.
La fiesta brava se va acabando gradualmente, sigilosamente, adheridas a las remembranzas y añoranzas a las que tan afectos somos los mexicanos. En esa tela de araña interminable que se llama aburrimiento, enmascarada en series interminables de derechazos deshilvanados en que han convertido el toreo.
La fiesta brava tiene el espíritu torero maltrecho, llagado, invadida de derechazos, en espera del minuto final. A la agonía del toreo han contribuido los apoderados y empresarios al presionar a los ganaderos en busca de un torito manipulado genéticamente; sin fuerzas, ni casta, para la práctica del mencionado derechacito, degenerando al toro de lidia en un borrego amaestrado de finos pitoncitos.
Pues ni con esos mamoncitos como los lidiados ayer, de la ganadería de El Vergel, ideales para el toreo-ballet, pudieron los jóvenes novilleros. Conforme avanzaba la tarde, los bostezos de la concurrencia, formada por la familia de los alternantes y los cronistas, iban en aumento. Sólo gracias a la más clara y transparente de todas las cervezas, el hastío se tornaba ficticia alegría, al preludiar ese pregustito íntimo de la espuma cervecera antes de caer en la horrible somnolencia.
Novilladas hundidas a la aburrición por los caminos de la desesperación. Un huracán de negruras se cierne sobre el toreo que lentamente entró en sopor, del que mucho le costará salir, si es que lo consigue. Las vibraciones de la muerte se esparcen, nos esparcen domingo a domingo, por el graderío vacío.
La fatiga de la aburrición nos acerca a la lúgubre frontera del hastío como sensación indiferenciada. El maleficio de una bruja gitana a la fiesta la tiene postrada en medio de dolores inasibles, ilocalizables. La tarde soleada y caliente parecía fría y nublada. El sol declinaba y dejaba la maldición gitana de que no habría otros soles, ni tardes calientes en medio del redondel.
Sólo nos queda la meditación. Los cabales se hacen menos; a los jóvenes no les gusta la fiesta. ¿Cómo les va a gustar esa caricatura que han vuelto el toreo, si además no tienen recuerdo de grandes faenas, si no vibran con el toreo verdadero, en manos de Curro Romero y Rafael de Paula, los ancianos toreros, por ejemplo? En fin, la acción torera se reduce. La reuma aparece y sólo queda la resignación ante la pérdida, en la gran México, vacía.