Por lo que dijeron jefes de Estado y otros altos funcionarios que asistieron a la Cumbre de la Tierra II, que acaba de concluir en Nueva York, los gobiernos no cumplieron los compromisos adquiridos en la más concurrida conferencia celebrada hasta hoy sobre medio ambiente y desarrollo: la celebrada hace cinco años en Río de Janeiro. Por el contrario, el tiempo transcurrido desde entonces muestra que los cambios observados en las estructuras económicas y políticas de muchos países no correspondieron con avances de importancia en la tarea de reducir la pobreza y la depredación de los recursos naturales. Además, la inequidad económica se profundizó mientras las naciones más poderosas utilizan irracionalmente los recursos necesarios para un futuro menos incierto.
Así, las excusas de las grandes potencias industriales por no haber destinado, como prometieron, fondos suficientes para el desarollo sostenible carecen de sentido y sólo sirven para soslayar los compromisos internacionales sin atacar en serio el origen de muchos desequilibrios ambientales y sociales: la pobreza.
Dentro de lo que ha ocurrido destaca la posición de Estados Unidos y Japón que no solamente no tomaron las medidas acordadas para reducir la emisión de gases contaminantes que causan el recalentamiento del globo terráqueo sino que en la Cumbre sostuvieron que no lo harán en el corto plazo. El asunto tiene una enorme importancia luego de conocerse los informes que muestran cómo dicho recalentamiento costará la vida a millones de personas en el siglo venidero; que habrá hambrunas y consecuencias negativas en la salud de los seres humanos si no se detiene el cambio climático. Igualmente el nivel del mar aumentará al descongelarse importantes masas de hielo de los polos, con lo que las islas y los territorios más bajos se inundarán. No menos inquietante es el reporte sobre la reducción de la disponibilidad de agua en muchas zonas del planeta como fruto de las modificaciones en la distribución de las lluvias.
No se trata de la primera advertencia sobre estos asuntos. Que se recuerde, han sido objeto de discusión en los últimos diez años y en conferencias a las cuales han asistido científicos, políticos, ecologistas y, por supuesto, representantes de los gobiernos que debían poner en marcha las medidas para evitar lo peor. Así ocurrió en Toronto, 1988; Ginebra,1990; Río, 1992; Berlín,1995, y nuevamente, Ginebra el año pasado. En todas ellas, los diagnósticos fueron certeros y viables muchas de las estrategias para resolver los problemas que se agravan con el paso del tiempo.
Aunque la posición del gobierno de México en la Cumbre II y en otras grandes reuniones ha sido en el sentido de lograr una responsabilidad común, pero diferenciada, en la tarea de evitar el deterioro ambiental, la pobreza y la desigualdad en el uso de los recursos; en la necesidad de incrementar los apoyos de las grandes potencias a tareas comunes y alentar la participación social que conduzca al desarrollo sostenible, lo cierto es que a nivel nacional todos los reportes, oficiales y privados, muestran un panorama desalentador. Si bien existen diversos programas para resolver los grandes problemas ambientales, la pobreza y la distribución desigual de la riqueza son ahora mayores que antes, y no hemos logrado detener la destrucción de recursos naturales que son claves para el verdadero desarrollo.
En efecto, amplios grupos de población hacen mal uso de ellos orillados por las condiciones extremas en que viven. Cada año se pierden más de 600 mil hectáreas ocupadas con bosques y selvas. Existe un uso irracional y desigual del agua en el campo y en las ciudades. Esta, además escasea en muchas partes, mientras se contamina por la industria y los asentamientos humanos.
Crece incontenible la erosión del suelo, lo que disminuye la posibilidad de obtener cosechas suficientes dificultando así el sustento a miles de familias, mientras se pierde la soberanía alimentaria.
Esta Cumbre del fracaso, sirvió sin embargo para demostrar que los desafíos en el campo ambiental y de la justicia social son más grandes que en años anteriores, agudizados por un modelo económico mundial contrario a la utilización racional de los recursos. Ese modelo neoliberal, globalizador, invalida en México los programas para detener el deterioro y la pobreza.
Ahora, las burocracias internacionales y nacionales descansan de elaborar informes, tratan de justificar lo ocurrido en la Cumbre, cuando está muy claro para la sociedad. Regresarán llenas de promesas cuando sea la próxima conferencia importante, la de Tokio, en diciembre.