Hace diez años, en septiembre de 1987, un grupo de priístas inconformes con los métodos de selección de candidatos y con la política económica del gobierno, hicieron una protesta en la Plaza de la Constitución de la ciudad de México, que se conoció como la Marcha de las 100 Horas; ese grupo se llamaba la ``corriente democrática''. Hoy ese grupo forma parte del Partido de la Revolución Democrática, PRD, y dentro de cinco días esta opción política puede ganar el gobierno del Distrito Federal. Cuauhtémoc Cárdenas, que fue candidato a la presidencia en 1988 y en 1994, es ahora el puntero, en las encuestas, para la jefatura del gobierno del Distrito Federal. ¿Cuál es la lógica de estos cambios?
El mismo Cárdenas dice: ``No podría decir que hay un cambio en mí. Hay un cambio en el contexto político'' (Enfoque, 29/VI/97). Esta afirmación es cierta, las circunstancias se han movido, el modelo económico de país que se inició en 1982 ha entrado en crisis; el sistema de reglas políticas ha cambiado; la competencia se ha incrementado y las posibilidades de triunfos de la oposición es posible. Sin embargo, también hay cambios institucionales y personales; no es lo mismo ser el candidato sin partido de una coalición como en 1988, o ser el candidato de un partido duramente golpeado y con un capital político muy reducido, que ser parte de una situación emergente, con un partido en expansión y mejor organizado, como sucede hoy en día. Una regla de oro de la política se hace vigente en el PRD de hoy: en la medida en que un partido se encuentra más cercano a posiciones de triunfo electoral y de gobierno, las posturas radicales ceden su lugar a la mesura y el equilibrio que se requieren para gobernar.
El PRD --el último gran partido nacional que surge en el país-- queda fuertemente marcado por su origen, en donde coinciden tres hechos básicos: representa la ruptura más importante que haya tenido el partido del Estado en México a lo largo de su historia; significa el reencuentro de la izquierda mexicana con la fracción cardenista del Estado mexicano; y se ubica como el antagonista del proyecto de modernización que impulsó el salinismo. Estas huellas conforman sus aciertos y errores, los costos y las paradojas que hoy enfrenta este partido de cara a su futuro próximo. La historia es paradójica: a medida que el salinismo lograba acumular triunfos políticos, altos márgenes de consenso y un gran capital político, el PRD caminaba en sentido inverso, desperdiciaba su fuerza inicial, se topaba en contra de un poderoso presidencialismo, que se encargó de combatirlo sin cuartel mediante fraudes, represión, asesinatos, y distorsión pública de su imagen durante seis años. La comparación de resultados entre las elecciones presidenciales de 1988 y de 1994 sintetiza los daños ocasionados por el salinismo al PRD, además de los errores propios. Hoy en 1997, mientras el salinismo se hunde en el desprestigio y el ex presidente es el ``villano favorito'' del país, el PRD se recupera como un proyecto de gobierno viable para millones de mexicanos. La crisis económica de 1994 le quitó al proyecto neoliberal sus aires de triunfo y abrió la posibilidad de que otras opciones pudieran tener legitimidad. El espacio para otras alternativas de desarrollo, junto con la ampliación de las posibilidades político-electorales, han sido una plataforma importante para que los votos del PRD puedan volver a crecer en varios estados y en el Distrito Federal.
El sábado pasado Cárdenas cerró su campaña en el Zócalo, pero ahora el discurso y la actitud fueron diferentes; los aires de un triunfo, bastante probable, le dieron el tono al candidato que habló ya como el próximo jefe de gobierno: ``Buscaremos que se dé una transición republicana, tranquila y constructiva (...) no habrá interferencias ni confrontaciones, pues las esferas de competencia las delimita la ley con toda precisión (...) desde ahora le pediremos que nos informen de las previsiones para que no nos entreguen las arcas vacías'' (La Jornada, 29/VI/97).
El país demanda una izquierda democrática y viable, una opción política que represente condiciones de legalidad, libertad y mayor igualdad. El PRD puede ser esta opción si logra resolver sus limitaciones y divisiones internas y, al mismo tiempo, consigue hacer propuestas inteligentes, sensibles y atractivas para numerosos grupos sociales.
Una década después de la ruptura cardenista y de aquella marcha de las 100 horas, esta opción política será --este 6 de julio-- una de las novedades importantes del cambio político en México.