Fernando del Paso
La naranja de la discordia

El miércoles 25 de junio, los empleados municipales de la ciudad de Guadalajara recibieron la orden de arrancar todas las naranjas de los árboles de la Plaza Liberación y aledaños. El objetivo de esta cosecha inesperada, era el de evitar que las naranjas --agrias, como las que se emplean en algunos guisos--, fueran usadas al día siguiente como proyectiles. No hubiera hecho falta: la manifestación más grande de toda la historia de Guadalajara, se llevó a cabo al día siguiente, jueves 26, de manera absolutamente pacífica: no hubo un sólo hecho violento. El saldo, como dicen los periodistas, fue blanco. De cincuenta a sesenta mil profesores, trabajadores y estudiantes de la Universidad de Guadalajara llenaron la plaza durante dos horas.

La llenaron y la desbordaron. Bien dijo el rector, Víctor González Romero: ``¡Le vamos a pedir al gobierno que construya plazas más grandes, porque aquí no cabemos!''.

La Universidad reclama un adeudo de subsidio por parte del Gobierno, de 42 millones correspondientes al presupuesto de 97 y de 35 de los presupuestos de 95 y 96. El Gobierno panista del ingeniero Alberto Cárdenas niega estas deudas, basándose en argumentos muy peculiares, por decirlo de alguna manera.

Los angustiosos y frecuentes problemas de presupuesto de la Universidad de Guadalajara no suelen trascender los ámbitos tapatío y jalisciense sino en ocasiones como ésta, en que decenas de miles de estudiantes se vuelcan en la calle, o cuando a estos problemas se suma el escándalo.

Este es también el caso. De acuerdo a un convenio que existe hace muchos años, la Federación debe aportar el 52 por ciento del total del subsidio, y el gobierno del Estado de Jalisco, el 48 por ciento restante. Este convenio ha venido cumpliéndose a trompicones y a estira y afloja durante varias décadas. Pero hoy se rompió. El secretario de Finanzas del Estado, José Levy y García reconoció que las partidas presupuestales de 95 y 96 no se cubrieron en su totalidad por haber sido aquéllos ``años extraordinariamente difíciles''. Pero trató de justificar estos déficits por el hecho que en ambas ocasiones la Federación aportó dinero extra y la Universidad de Guadalajara pidió que ese subsidio adicional se empatara con aportaciones estatales para que se cumpliera respectivamente el porcentaje 52-48. Esta situación no estaba, al parecer, prevista en el convenio y por lo tanto no había razón para cumplirla. El Gobierno de Jalisco, por lo visto, no está capacitado para entender situaciones de excepción. O no las entiende, cuando así le conviene.

Añadió Levy García que después de todo la Universidad, con inteligencia, sacó el problema adelante. Lo que quiere decir, según entiendo, que si yo le doy de comer cada vez menos a un perro, a un hijo o a un pueblo, y sobreviven varios años, con eso demuestro que no les hacía falta más. Pero desde luego, sobrevivirán famélicos, desnutridos. Si lo que queremos en México son universidades hambrientas y subdesarrolladas, con una pobre calidad de enseñanza, habrá que seguir la técnica del señor Levy.

Si esto de por sí es escandaloso, otras estadísticas rebasan lo intolerable tolerado por muchos años, lo insostenible sostenido por décadas: la Universidad de Guadalajara, que es la segunda en importancia en población estudiantil --aproximadamente unos ciento cuarenta mil alumnos--, ocupa el número 32 entre todas las universidades públicas en lo que se refiere a subsidio por estudiante: 6. 332 pesos, cifra que va más allá de lo ridículo si se compara con el subsidio de la Autónoma de Baja California, que es de 29. 144 pesos.

En estos momentos, algunos periodistas han tratado de politizar esta situación, induciendo a funcionarios y estudiantes universitarios a culpar al gobierno panista de Jalisco, por el hecho de ser eso, panista. Esto no es correcto. O no del todo. De la parte magra del pastel presupuestario --como lo llamó Alberto Cárdenas: yo lo llamaría la naranja presupuestaria, por lo agria y engañosa-- que da la Federación, ningún gobierno priísta o panista de Jalisco ha tenido la culpa, pero al mismo tiempo todos han sido cómplices del crimen: la Federación da una miseria, nosotros completamos esa miseria y nos lavamos las manos. Los que pagan el pato, desde luego, son los estudiantes de clase pobre y media, la calidad de la educación y el futuro de Jalisco y del país. Total, las universidades privadas florecen: todo rico que desee hacer estudios superiores, tendrá su oportunidad. Los pobres no; en el año escolar que está ya a la vuelta de la esquina, 22 mil alumnos de preparatoria, y uno de cada tres de licenciatura, serán rechazados, no obstante que tengan promedios muy altos. Sencillamente no hay cupo. Sencillamente, la Universidad será cada vez menos para el pueblo.

La falta de espacio me impide explayarme en el enorme, notable esfuerzo por recabar ingresos independientes que hace la Universidad de Guadalajara, la cual ocupa el primer lugar en el país en la consecución de fondos extraordinarios de bolsas financieras a concurso. Y me impide también extenderme en un absurdo: en el hecho de que el gobierno de Jalisco ha puesto en marcha un proyecto para la creación de preparatorias alternas a las de la Universidad de Guadalajara con un costo muy superior al de un alumno de licenciatura de ésta última.

Pero sí creo necesario subrayar que estamos ante una situación de mezquindad, estupidez y falta de orgullo de la que son responsables directos tanto la Federación como Jalisco.

Los sucesivos gobiernos del Estado, y con ellos muchos jaliscienses, no parecen tener el menor cariño por su universidad pública, y poco o ningún amor propio. Ningún orgullo tampoco --y a pesar de que tanto cacerean su odio al centralismo--, o al menos el mínimo para revertir los porcentajes: que el Estado dé el 52, y la Federación el 48. Al contrario, se ha llegado a proponer que la Federación de el 70 y el Estado el 30. Poco falta para que la Universidad sea controlada por el centro --serán los chilangos los que nos dirán cómo manejarla-- y el subsidio estatal no pase de ser una limosna. Como si la Universidad de Guadalajara no fuera nuestra, jalisciense. Y también, como si una universidad jalisciense no fuera nuestra, es decir mexicana, de todos los mexicanos, parece actuar la SEP: ninguno de los sucesivos secretarios de Educación que hemos tenido ha dado los menores indicios de sentir vergüenza por el lugar que ocupa, en el subsidio, la segunda Universidad del país.