Ante el barullo y el ruido del proceso electoral en marcha los zapatistas han decidido hablar, hasta ahora, con la fuerza del silencio.
Han dirigido comunicados a manifestantes en Amsterdam y publicado un ensayo en Le Monde Diplomatique sobre el neoliberalismo, la globalización económica y la resistencia popular, pero no han dicho nada sobre la situación nacional. Han enviado cartas a muertos que están vivos (Emiliano Zapata) y a vivos que ya estaban muertos (Fidel Velázquez), apelando al pasado para ubicar el presente, pero sin decir nada sobre los comicios.
Mientras los candidatos de los distintos partidos buscan el voto del electorado, en costosas campañas en los medios, y sus propuestas programáticas se diluyen y son cada vez más parecidas unas a las otras, los rebeldes frenan desde abajo las pretensiones gubernamentales de remunicipalizar unilateralmente el estado y escogen a sus autoridades locales autónomas de manera directa.
El silencio zapatista no es nuevo como táctica política. Tampoco es un elemento ajeno a la cultura de resistencia de los pueblos indios. El EZLN creció como fuerza político-militar de las comunidades indígenas chiapanecas durante más de diez años, haciendo del silencio hacia el exterior un elemento central de su acción. Frecuentemente los indios de este país callan ante funcionarios prepotentes y autoritarios, y fingen no entender sus palabras para hacerles sentir el hielo de la incomunicación o para evitar asumir compromisos desfavorables.
El silencio de los zapatistas se ha convertido en un espejo en el que los distintos actores políticos ven reflejados su imagen y sus deseos. El silencio ha sustituido temporalmente al pasamontañas y al paliacate.
En él unos ven un cheque en blanco a favor del cardenismo; otros, la debilidad del zapatismo; otros más, el enésimo ocaso de Marcos; algunos, un ``pacto de caballeros'' con Cárdenas, quien se ha preocupado por construir un canal auténtico para lograr una paz digna; otros, una actitud consecuente ante una ``sociedad política'' que ha querido olvidar a los indios, y varios más, una táctica para dejar pasar las elecciones hasta la reanudación del diálogo.
Pero el Ejército Zapatista de Liberación Nacional no ha dicho, por el momento, nada; lo que no quiere decir que no haya hecho nada.
Por el contrario, sus líneas de acción en esta coyuntura son claras: avanzar en la construcción de la autonomía de facto en un amplio territorio, fortalecer la formación de un amplio movimiento contra el neoliberalismo en el terreno internacional, y ayudar a la formación de una fuerza indígena nueva e independiente dentro del país. Sobre su participación en la coyuntura electoral la prensa ha informado de la realización de consultas entre sus bases en las que las comunidades de Los Altos han decidido no participar.
El espejo en el que se refleja el gobierno es (faltaba más) muy poco imaginativo. Para él, los comicios en Chiapas son la oportunidad de oro para tratar de achicar al EZLN, para ``mostrar'' que su fuerza se limita ya no a cuatro municipios sino tan sólo a 21 casillas. Por lo demás, si los comicios se realizan donde no hay condiciones le permitirá evidenciar que la presencia del Ejército Mexicano en la región (cada vez con mayor autonomía en sus movimientos, y hasta repartiendo tierras como recientemente lo hizo en Jaltenango) es positiva y una garantía de estabilidad.
Si además de eso el Partido Revolucionario Institucional gana (y tiene que ganar porque anda urgido de votos, y Chiapas sigue siendo su granero electoral) tiene un pilón.
El silencio zapatista suena fuerte.
Sería un grave error subestimarlo como confundir su significado.