Ugo Pipitone
Hong Kong, la cola del dragón
En un verano de hace 800 años Ricardo (Corazón de león), en vista del fracaso de su expedición a tierra santa y deseoso de regresar a Inglaterra, escribía a Saladino tratando de acelerar la firma de un acuerdo de paz. Y para convencer a su adversario lo amenaza con quedarse un nuevo invierno en tierra musulmana. Los cronistas registran que, con una sonrisa en los labios, Saladino le contestó: ``Yo puedo pasar aquí el invierno, y luego el verano, y luego otro invierno y otro verano, pues estoy en mi país, rodeado de mis hijos y de mi familia... y tengo un ejército para el verano y otro para el invierno''.
Esta misma podría haber sido la respuesta de China a Inglaterra a propósito de Hong Kong. Hay permanencias y tiempos largos de la historia que se afirman tarde o temprano, y no obstante todo. Después de un siglo y medio la geografía y la cultura hacen valer sus razones. Y Hong Kong regresa al universo chino del cual, en realidad, nunca se apartó.
Para Inglaterra fue una aventura ``fugaz'' (de un siglo y medio) iniciada para afirmar su derecho al free trade, que en el caso específico significaba el derecho de vender opio a los chinos. Para China es el reencuentro con una parte de sí misma que, sin embargo, ha asumido rasgos distintos. Los problemas comienzan ahora. Capitalismo de un lado, ``socialismo de mercado'' del otro. Pero en la historia de China estas diferencias podrían llegar a ser complementarias. Las etiquetas son siempre menos importantes que las voluntades y si esto vale para algún pueblo vale sobre todo para los chinos. Una cultura milenaria en la cual la cerrazón oficial de los Ming no impedía el comercio, a través de Manila o de Macao, con el resto del mundo; que, con el maoísmo, intentó renovar el socialismo incluso frente al paradigma sagrado de la antigua Unión Soviética; que, con Teng Hsiao ping, intentó experimentar aquella simbiosis que va bajo el rótulo de ``socialismo de mercado'' y que, ahora, frente a Hong Kong, acaba de inventarse la fórmula de ``un país, dos sistemas''. Esto es el pragmatismo, la capacidad de dar respuestas originales a situaciones originales: esa virtud que es propia de los pueblos que tienen a sus espaldas culturas enraizadas, recorridos históricos que hacen mirar a las rigideces ideológicas como a formas pueriles de ingenuidad.
China necesita la Hong Kong capitalista. Es a través de ella que comercializa más de 50 por ciento de sus exportaciones y es del mismo lugar que, a través de varias triangulaciones financieras, llega a China 70 por ciento de las Inversiones Extranjera Directas que el país sigue requiriendo para impulsar su modernización. Las diferencias ``ideológicas'' no pueden impedir la búsqueda de una complementariedad que es vital para Pekín tanto como para Hong Kong.
Es cierto, las diferencias son enormes. Midiendo la riqueza al tipo de cambio, el PIB per capita de Hong Kong es superior a los 25 mil dólares, mientras el del resto de China está todavía cerca de los 500 dólares. Una diferencia que se reduce si se usa el criterio de las paridades de poder de compra. Como quiera que sea, las diferencias de eficiencia y bienestar son muy grandes. Pero el hecho sustantivo es que ambos sistemas económicos están recorridos por una corriente ascendente que facilita la integración y la complementariedad. Desde hace tiempo China y Hong Kong (lo uno y lo múltiple, como bien saben los teólogos) se han convertido en laboratorios sociales de cambios e innovaciones dotados de un extraordinario potencial dinámico. Y mientras los vientos sigan favorables el ganador será un universo civilizatorio chino que en las próximas décadas podría, respetando las diferencias, fagocitar al otro ``hermano separado'' que es Taiwán.
Las mayores incógnitas, proyectando la mirada al futuro, no están tanto por el lado de la economía como, más bien, por el de la política. ¿Será tolerable por el grueso de la población china la continuación de un régimen autoritario mientras una parte de esa misma población goza en Hong Kong de libertades negadas al resto? ¿Se activarán, y en qué sentido, ``efectos demostración'' entre los dos sistemas? La apuesta es de enorme significación histórica y frente a ella no queda sino remitirse al reloj.
Pero lo más importante es el despertar de las energías económicas y sociales de un universo chino destinado a alterar profundamente los equilibrios económicos mundiales. Hong Kong está destinada a aportar a este despertar nuevos alientos. Los resultados económicos y las consecuencias internacionales estarán bajo nuestros ojos en los próximos años.