Las vibraciones necrofílicas que estremecieron nuestro espacio existencial de manera inesperada durante estos ardientes días de verano me inspiraron este texto a propósito del horror que invade desde siempre a los humanos y de su inaplazable necesidad de transvasarlo a contextos poéticos, narrativos y visuales. En esta ocasión únicamente me ocuparé de los traslados a las imágenes de aquellas macabras preocupaciones desde los años iniciales de la cinematografía, pues como bien sabemos, en 1910, la compañía Edison realizó una primera y elemental versión de Frankenstein, la novela gótica de Mary W. Shelley acerca de la hazaña biológica del doctor del mismo nombre: recrear la vida en indescriptible monstruo.
Sin embargo, el género del horror comienza a perfilarse en Hollywood hacia la segunda década de nuestro siglo con los trabajos del actor de las mil caras terroríficas Lon Chaney (The hunchback of Notre Dame) del expresionista alemán Paul Leni (The cat and the canary) y del llamado Edgar Allan Poe del cine, Tod Browning (The unknown). Ellos, bajo la inspiración del expresionismo cinematográfico alemán cuyos filmes más significativos fueron El gabinete del doctor Caligari, de Wiene, inspirado en un caso de criminalidad sexual; Nosferatu, de Murnau, adaptación libre de la novela fantástica Drácula, del irlandés Bram Stoker; El Golem, de Wegener, sobre un hombre de arcilla al que el rabino Loew consiguió infundir vida, ellos --decíamos-- constituyen el antecedente más cercano de aquel mundo sobrenatural, poblado de cámaras de tortura y castillos en ruinas por donde caminaban los muertos, revoloteaban los vampiros, acechaban íncubos o súcubos, se arrastraban los monstruos, y los científicos locos realizaban inumerables experimentos para lograr el control de la personalidad mediante drogas, hipnosis y soplos malignos, que comenzó a circular en las pantallas en la tercera década, cuando Universal Studio llevó a los fotogramas la historia del amoroso vampiro de Transilvania encarnado por Bela Lugosi y bajo la dirección de Browning.
Drácula fue estrenada el día de San Valentín de 1931. Meses más tarde (noviembre) llegó a las oscuras salas la terrorífica presencia de Frankenstein, cinta concebida y dirigida por Robert Florey cuyo punto final vino a realizarlo el británico Whale con la ayuda estelar de Boris Karloff (1887-1969), quien a su vez sustituyó en el papel central a Lugosi que había rehusado encarnar al monstruo porque éste ni hablaba ni gesticulaba. Posteriormente, arrepentido por haber tomado tan brusca decisión, aceptó, ante el inesperado éxito de taquilla de la película de Whale, protagonizar bajo la batuta de Florey y la producción de Universal, al personaje principal de Murders in the rue Morgue (1932). Pero, ¿quién fue Lugosi?, ¿quién Karloff?
Acerquémonos sigilosamente a aquellos dos actores que encarnaron a las figura axiales de aquel mundo tenebroso recreado por la cinemática que de muchas maneras reflejaba al real (recuérdese que durante los años treinta alentaron violentamente en la tierra Hitler, Mussolini, Stalin, Hiroito y sus militares)... Béla Blaskó, mejor conocido como Béla Lugosi, aquél que alguna vez dijo: ``Listen to them... children of the night...what music they make'' (Escuchenlos... son los hijos de la noche... qué música hacen) nació en Lugos, Hungría, el 20 de octubre de 1882. Diecinueve años más tarde inició su carrera teatral recreando en los escenarios de Budapest obras de Shakespeare, Shaw, Wilde e Ibsen. En 1914 se inicia en el cine mudo de su país natal con el seudónimo de Arisztid Olt; sin embargo, pronto se alejará de las cámaras con manivela para retornar a los tablados, pero esta vez en Brodway en cuyos espacios otorga aliento, en 1927 al conde chupasangre de Transilvania. Actuación escalofriante que impulsa a los producer's de Hollywood a ubicarlo entre las cambiantes sombras tenebrosas de numerosos filmes de horror hasta el 16 de agosto de 1956 en que fallece víctima de la locura y de los estupefacientes al termino de su película 99: The black sleep.
Karloff estudio en Uppingham Kings College y nació en Londres el 23 de noviembre de 1887) de rango profesional (funcionario de embajada) y de rimbombante apellido (William Henry Pratt). Inició su carrera de actor en Canadá, en 1991, y en 1916 debutó en el cine con La muda de Portici. A principios del sonoro se enrola en la Universal, y a pesar de su indudable galanura acepta resucitar en las pantallas al monstruo creado por el doctor Frankenstein. Muere en 1968 después de intervenir en Targets, de Bogdanovitch