La Jornada miércoles 2 de julio de 1997

Rolando Cordera Campos
¿La elección es nuestra?: las primeras tareas

El Instituto Federal Electoral (IFE) ha dicho una y otra vez en su propaganda: ``la elección es tuya''. Es decir, de toda la ciudadanía, agrupada y no en los partidos que contienden por los votos. No se trata de un eslogan más de campaña, sino de una convocatoria del IFE hecha desde la legitimidad ganada y confirmada por la labor realizada. De lo que se trata, en esta perspectiva, es de consumar este 6 de julio el cambio sustencial que la política mexicana ha registrado en sus reglas maestras del juego.

A partir de lo hecho por el IFE y los partidos, podría decirse que en efecto la elección es nuestra. Que todo está puesto y dispuesto para una jornada normal y normalizadora de la política mediante el voto. Sin embargo, vista la transición a un plazo más largo, los mexicanos todavía tenemos mucho que hacer para ganar la elección. Tal vez no tanto el día de la votación, cuanto después, a medida que el tiempo de la política se vuelva menos electoral y más deliberativo y de trabajo institucional.

Ganar la elección después del 6 de julio implica demostrar, demostrarnos, que podemos empezar a vivir una democracia formal y normal, a la altura de los esfuerzos empeñados en ello las últimas décadas y a la altura también de los cambios fulgurantes del mundo del que formamos parte.

No ha sido fácil y todavía quedan pruebas por pasar. Pero más que el ciudadano común, cuyo compromiso con la normalidad electoral se ha demostrado por lo menos desde 1994 en la elección presidencial y después, en varias estatales, quienes tienen ante sí la carga de la prueba son los partidos, los medios de comunicación y las nuevas autoridades electorales, emanadas de la voluntad y la negociación partidaria y finalmente de una elección calificada del Congreso de la Unión.

De su conducta, y de que el gobierno mantenga su palabra empeñada en favor de unas elecciones limpias y transparentes, depende el éxito de la jornada cívica del domingo que viene, pero sobre el que la elección sea nuestra, de todos y hacia adelante.

De las nuevas autoridades electorales, en especial de los consejeros, se pide prudencia en el juicio y la administración de la elección; que dejen atrás y de ser posible para siempre, mientras sean consejeros, las ansias de justicieros que han acompañado a varios de ellos y que sean los árbitros de calidad que pueden y deben ser. La justicia política, después de todo, dependerá en adelante de partidos, ciudadanos, opinión pública, y la justicia electoral tiene ya, por fortuna, una referencia jurídica consistente en el Tribunal Electoral de la Suprema Corte de Justicia.

De los partidos se reclama, desde ahora, congruencia efectiva y clara con unos procedimientos y una autoridad electorales que fueron decididos por ellos en largas y cansadas jornadas de negociación; la discreción, el práctico secreto bajo el cual tuvo lugar esa fase de la reforma, no debería impedir que se les pidiese asumir sin ambages ese compromiso. De ellos depende, en gran medida, no sólo el que todos ganemos la elección sino el que sus resultados sirvan a la causa mayor de la reforma democrática del Estado, cuya agenda inicial también fue definida en aquellas sesiones y hoy guarda un receso obligado que no debe durar mucho más.

De los medios informativos hay que esperar que no crispen ni alarmen a la opinión pública, que asuman de una vez por todas que esa opinión pública no les pertenece, sino que a ella se deben. Alertar no debería ser más sinónimo de alarmar, e informar con precisión tendría que ser distinto de opinar con razón o pasión, o con ambas. Reivindicar aquello de que ``no hay texto sin contexto'', se ha vuelto consigna mayor de unos medios que abrieron el cauce de la liberalización política y se han quedado peligrosamente en el regodeo con los poderes e influencias, muchos de ellos aparentes, que trae consigo la libertad sectorial ganada a pulso, pero siempre insuficiente si no se da y goza en un contexto mayor de orden democrático.

Del gobierno, actor central obligado de la reforma, debemos esperar que se apreste con toda su imaginación y firmeza, a vivir nuevas maneras de gobernar, en un ambiente obligado de pluralidad y cooperación que es el único que puede gestar un buen gobierno en democracia. De todo esto se trata si se quiere ganar políticamente la elección del 6 de julio. No debería ser mucho, si se advierte que se trata sólo de empezar, en un país abrumado por una adversidad que ha durado demasiado tiempo.