Víctor Kerber *
Cohabitación de chinos

Pocos saben que el nombre real de Hong Kong es Xiang Gang. Ya los nuevos dueños de la diminuta isla de mil kilómetros cuadrados se encargarán de imponer sus criterios lingüísticos, del mismo modo en que Pekín pasó a ser ``Beijing'' en las cartografías y Mao Tse-tung se volvió ``Mao Zedong'' en los textos de historia.

Pero el membrete es lo de menos. El gran dilema de Hong Kong está en saber si logrará mantener su identidad inalterable a partir de su incorporación a China o si acabará engullido por el Gargantúa comunista. Quién podrá más. ¿Serán capaces los capitalistas hongkonitas de extender su influencia sobre el resto de China, al punto de transformarla en una democracia de libre mercado, o se convertirán en meros instrumentos del socialismo ambiguo que profesan los herederos de la Revolución de 1949?

Por lo pronto, desde el 1o. de julio comienza la cohabitación a través de la sentencia de ``un país, dos sistemas'', ápice en el que deliberadamente se confunden el pragmatismo chino y la ingenuidad. Los grandes bocados son Taiwán, el Mar Meridional de China y hasta una porción del territorio ruso a la que todavía no renuncian los chinos, a pesar de las buenas relaciones que por ahora mantienen con Moscú.

Pekín ha garantizado que nada cambiará en Hong kong y que a través de la Ley Fundamental convenida con Gran Bretaña quedan garantizados los derechos de la población a mantener sus propiedades, su idioma, su gobierno y hasta su bandera; un estatus similar al de Catalunia. El baluarte asiático que desde 1842 creció dando abrigo a piratas, contrabandistas, narcotraficantes de opio y prostitutas, hoy es un puntal del capitalismo con índices de crecimiento de 17 por ciento en la última década y con un PIB por habitante 30 veces mayor que el de su nueva metrópoli.

Hong Kong participa con cuatro por ciento del comercio mundial, alcanzando una cifra de 364 mil millones de dólares de comercio total en 1995. De esos, cerca de mil millones corresponden a transacciones con China. Aquí está la clave del futuro de la isla y de su madre patria. Actualmente los mil 180 millones de chinos que habitan el continente tienen la mirada puesta en Hong Kong porque anhelan vivir como los hongkonitas, por ello se adiestran en técnicas comerciales y financieras análogas. El Libro Rojo de Mao es un anatema; hoy se leen más las obras de Rostow, Friedman, Samuelson, Kindleberg y Soros.

Pero también están enfocadas en Hong Kong las miradas de 55 millones de chinos de ultramar, que han apostado sus inversiones en las regiones colindantes de Shenzhen, Zhuhai y Guan Zhou. Cualquier viraje de la República Popular sobre el cauce que lleva sería fatal para su confianza. Una represión similar a la de 1989 en Tienamen, pero en el corazón de Hong Kong, tendría un costo demasiado elevado para el prestigio y la economía chinos. Sin embargo, todo parece indicar que los mandarines de Pekín están dispuestos a jugársela, considerando los miles de tropas del Ejército Rojo que cruzarán --a pesar de los acuerdos-- la frontera con Hong Kong en las primeras horas del 1o. de julio.

El mensaje es claro. Pekín no quiere dar ningún indicio de anemia en el control, ni desea tampoco presentar una imagen de capitulación del socialismo. El objetivo es impedir que Taiwán se autoconfíe y asuma actitudes independentistas, probablemente con el apoyo de Estados Unidos y Japón. La proclama de ``un país, dos sistemas'' en realidad es una apelación a Taiwán que difícilmente se tragan los taiwaneses.

Aparte de ser un bastión financiero, comercial, turístico y manufacturero, Hong Kong también podría convertirse en un centro militar importante para sus nuevos dueños. Su posición estratégica difícilmente puede ser soslayada, no sólo porque está a pocos kilómetros de Taiwán, sino porque desde ahí podría consumarse el control chino de las Islas Spratly y Parcels, que son reclamadas en parte o en su totalidad por los gobiernos de siete países: China, Vietnam, Taiwán, Filipinas, Malasia, Brunei e Indonesia. Se trata de un millón 166 mil 200 kilómetros cuadrados de océano ricos en yacimientos petrolíferos.

Los juegos de poder, por lo tanto, a partir de esta histórica fecha, prometen ser más intensos en el nuevo milenio. China ha determinado claramente que Hong Kong será su puente internacional para las relaciones con el mundo. Pero detrás de esta métáfora de paz subyace un peligroso juego de guerra. Después de la euforia de los próximos días en la ex colonia británica, empezaremos a ver cuál es el verdadero tigre de papel.

*Economista y sinólogo