Héctor de la Cueva
La sucesión rota

Es difícil no caer en la tentación de escribir sobre el carácter simbólico de la muerte de Fidel Velázquez. Pero Fidel no sólo era un símbolo, por más que desde el gobierno y aun desde la oposición se esté diciendo ahora que su muerte no tendrá una trascendencia práctica. A partir de su creciente incapacidad física, muchos hilos del poder continuaban amarrados en torno a la figura de Fidel Velázquez. Mantenerlos atados parece una tarea difícil, si no es que imposible, y quién sabe si exista realmente alguien que lo desee.

Para comenzar, en la propia CTM. Habrá quien pueda heredar su puesto, pero no quien herede su poder. El poder de Fidel ya no es transmisible. En principio, porque el sistema político mismo que lo prohijó está en crisis, y porque el control corporativo y la hegemonía de la CTM están cuestionadas como nunca antes desde las propias filas del movimiento obrero, desde la sociedad mexicana en general, e incluso en las instancias sindicales internacionales.

Para seguir, porque más allá de los llamados presidenciales y los juramentos de la xerontocracia cetemista a la ``unidad'' ante el féretro del jerarca, las pugnas por el poder se desatarán inevitablemente; quien llegue al Congreso de 1998 como triunfador, difícilmente podrá mantener el dominio y el arbitraje indiscutido sobre los distintos caciques sindicales.

En el seno del conjunto del ``movimiento obrero organizado'' esta situación es aún más clara. El sucesor de Fidel no podrá ya heredar su capacidad de decidir arbitrariamente sobre el Congreso del Trabajo. En crisis desde hace tiempo, éste ya está dividido en los hechos.

El Foro del Sindicalismo frente a la Nación refleja en buena medida la crisis política dentro del propio sistema y del partido oficial, pero también refleja en particular la crisis de hegemonía de la CTM. ¿Qué lecturas sacarán de la muerte de Fidel Velázquez quienes se encontraban en un proceso de ruptura de su control? Al parecer se apuntan dos. La primera iría en el sentido de acelerar la ruptura y formar una nueva organización capaz de presentarse como un polo de atracción. La segunda estaría pensando en la posibilidad de un reentendimiento con la CTM y una recomposición al interior del Congreso del Trabajo, ya sin el obstáculo del dominio indiscutible de Fidel Velázquez. Pero, por un lado, la situación no parece ser la del México de los años 30 en la que una central, la CTM, desplazó a otra, la CROM. Y por otro, pareciera ser una ilusión infundada, y claramente un retroceso, creer que la muerte de Fidel Velázquez puede transformar a la CTM y revivir el cadáver del Congreso del Trabajo.

Un cadáver que se mostró descarnadamente como tal el 1o. de mayo, cuando la Coordinadora Intersindical y el Foro llenaron en las calles el vacío dejado por el bloque fidelista. Pero, ¿y qué sigue? ¿Esperar al próximo 1o. de mayo? En particular, al sindicalismo independiente y/o democrático, la largamente esperada muerte de Fidel Velázquez lo sorprende sin rumbo definido, le formula la pregunta de si será capaz ahora de encontrar un proyecto alternativo a la crisis del corporativismo.

El sistema político pierde a uno de sus principales pilares tradicionales, ve en su siempre fiel imagen también su futuro. Cierto, le resultaba ya incómodo y muchas veces se quiso deshacer de él. Pero siempre terminó buscando un reentendimiento con la CTM. De hecho, no es un secreto que Zedillo, lo mismo que en todos los órdenes, decidió aliarse con el ala más conservadora del Congreso del Trabajo. Ahora han tenido que aceptar la muerte de Fidel Velázquez antes de las elecciones del 6 de julio. No es descabellado pensar que, a pesar de los intentos por minimizar sus repercusiones, el efecto de su muerte sólo puede reforzar la tendencia del voto por el cambio, la lógica de desechar lo que de todos modos se va a morir.

En todo caso, la muerte de Fidel no es intrascendente o sólo simbólica. Fidel no dejó, y no podía dejar, heredero. La sucesión está rota. Dejó, eso sí, una pesada herencia de corrupción sindical, de gangsterismo, de contratos de protección, de aparatos burocráticos, de relaciones perversas. Y ahí están los Rodríguez Alcaine para ``continuar su ejemplo''. En crisis, mermado y cuestionado, el corporativismo sigue en pie. Su desaparición no sigue automáticamente a la de Fidel Velázquez. Hacen falta iniciativas concretas para traducir la muerte de Fidel en el desmantelamiento del corporativismo. Y, sobre todo, hace falta la acción de los trabajadores desde abajo. Pero el sistema ha perdido una pieza clave para el control corporativo. Un pesada sombra se ha disipado; ¿no se ve hoy el camino un poco más despejado?.