Carlos Fuentes
De domingo a domingo
Las leyes de la República confieren a los ciudadanos el derecho a votar en secreto. Esto es esencial en un país como el nuestro, donde el aislamiento, la ignorancia y la violencia a menudo imponen al elector decisiones de voto involuntarias, coercitivas, desinformadas. El secreto del voto, por todos estos motivos, es una buena disposición legal y humana. Pero por las mismas razones, la información es indispensable. Elegir es un secreto bien informado.
La amistad no constituye excepción forzosa a esta regla, pero a veces, entre la información y el secreto, resulta saludable el voto razonado, la posición explicada, sobre todo cuando la situación electoral es tan importante, y tan compleja, como la que se resolverá el próximo domingo 6 de julio.
En el caso de la elección para el gobierno del Distrito Federal, por ejemplo, la mayor parte de mis amigos se han alineado con la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas, a quien las encuestas dan por casi seguro vencedor. Algunos apoyan a Alfredo del Mazo y muy pocos a Carlos Castillo Peraza. Los tres candidatos, a su vez, no son sólo individuos con la cuota de virtudes y defectos que nos toca a todos y cada uno de los seres humanos. Son representantes de partidos políticos muy distintos entre sí.
Entre las tres candidaturas, me identifico más con el partido de Cárdenas, pero mi mejor amigo personal es Del Mazo. Sin embargo, el partido con el que menos simpatizo es el PRI. Es más: creo que al PRI le conviene perder esta contienda para sacudirse a sí mismo de su cómoda modorra matrimonial con el gobierno, para definirse claramente a la luz de las agendas políticas, económicas y sociales del siglo venidero, dejar atrás sus inercias y hábitos peculiares, reclutar a una membresía joven, asociarse a procesos de renovación y educarse en la difícil profesión de ser un partido más con su propio perfil y su propia capacidad de oposición ahora que, en gran medida, la oposición pasará a ser el gobierno y el PRI pasará, en consecuencia, a ser la oposición en muchos casos.
Yo no puedo apoyar al partido que postula a mi amigo Alfredo del Mazo. Pero pienso que después del 6 de julio, si pierde la elección, Del Mazo está en una posición inmejorable, si así lo desea, para encabezar un movimiento real, profundo, de renovación del Partido Revolucionario Institucional. Más allá de sus múltiples caretas ideológicas, ¿qué es el PRI, qué quiere ser, qué se propone, cómo responde a los desafíos del nuevo siglo: educación, trabajo, justicia, participación ciudadana, organización sindical, apertura a la sociedad civil, atención al segundo México, el país invisible, humillado, postergado? ¿Tiene el PRI del futuro proposiciones para la agenda del siglo XXI? ¿Puede abandonar su función rebasada de máquina electoral, apéndice gubernamental y oficina de empleo, por la de un partido moderno, competitivo?
Es de esperar que si Alfredo del Mazo pierde esta elección, sus cualidades le permitan contribuir a la renovación de un partido que, como él mismo lo reconoció el domingo pasado en el Zócalo, tiene que sufrir una profunda transformación. Es un desafío colosal, dada la inercia del partido, sus vicios acumulados, su borroso perfil, su adicción al oportunismo sexenal. Por fortuna, el PRI tiene no sólo dinosaurios en sus filas, sino hombres y mujeres de talento y de talante para la necesaria renovación de su partido. Ojalá que después del domingo tomen el mando las palomas del PRI, no sus halcones.
Otros amigos míos tienen asegurado su ingreso al Senado de la República. Son candidatos plurinominales y se encuentran entre los primeros de sus respectivas listas. Elba Esther Gordillo por el PRI, Enrique González Pedrero y Carlos Payán por el PRD. Todos ellos serán miembros brillantes del nuevo Senado, legisladores de excelencia excepcional, así como Porfirio Muñoz Ledo en la Cámara Baja.
Hay un amigo mío, sin embargo, que sí requiere apoyo activo de los electores. Se trata de Adolfo Aguilar Zínser, candidato a senador por el Partido Verde Ecologista. Aguilar Zínser, hombre controvertido y controversial, goza de antipatías y de simpatías a diestra y siniestra. Pero su presencia en el Senado garantizaría un nivel de combatividad y de voluntad investigativa que le daría sentido real a una de las demandas fundamentales de la nueva democracia mexicana, la fiscalización del Ejecutivo por parte del Legislativo.
Aguilar Zínser requiere un millón de votos para llegar al Senado, el tres por ciento del total emitido en la República. Ojalá alcance este respaldo. Su presencia en el Senado enriquecería enormemente a la Cámara Alta, de la misma manera que la Cámara de Diputados saldría fortalecida con la elección de un miembro del PAN, Santiago Creel Miranda, el joven abogado que ha sido uno de los constructores de la nueva legalidad democrática de México desde su posición como consejero ciudadano del Instituto Federal Electoral. La presencia de Creel Miranda en la Cámara Baja sería, como la de Aguilar Zínser en el Senado, una garantía de renovación, combatividad y respeto estricto a la legalidad. En todo el mundo, el Poder Legislativo es el ojo que vigila la tentación universal del Poder Ejecutivo, que es la de abusar del poder. Aguilar y Creel darían crédito a esta función.
La excepcionalidad del próximo domingo tiene que convertirse en la normalidad de todos los domingos siguientes. La oposición en el poder ya no es oposición. Es poder y debe ejercerlo a la manera democrática que sus votantes le exigen; sujeto a fiscalización legislativa y a la crítica de la opinión. El PRI fuera del poder es oposición, por insólito que esto suene a nuestros oídos, y debe aprovechar su travesía del desierto para recuperar el poder, si puede, con los factores de juventud, democracia interna, membrecía activa y atractivo electoral que, hoy por hoy, le hacen falta.