Es importante verificar una coincidencia: en varios suplementos y revistas culturales de Estados Unidos suele delinearse de manera sistemática una preocupación: ¿Qué es lo auténtico? ¿Como enfrentar el problema de la simulación? ¿Cómo detectar la impostura? Y yo me pregunto: ¿por qué de repente se manifiesta un estado de alerta agudizado contra la impostura? ¿Por qué tanto miedo a ser engañado? Y estas preguntas contienen una contradicción. Parecería que en una época como la nuestra en que las jerarquías se disuelven y suelen colocarse lado a lado obras de arte, textos literarios y comportamientos de factura e intención muy desiguales, se cae de inmediato en el caos, pues ¿cómo delimitar una jerarquía si no existe un orden?
Si todas las cosas entran en el mismo saco, si nada puede catalogarse como superior o inferior a algo, si no existe, como diría Foucault, una línea fronteriza entre la diferencia y la similitud, ¿cómo se detecta la impostura? Es más, ¿cómo saber qué significa algo que se coloca junto a otros objetos que no se distinguen en absoluto entre sí, porque han sido clasificados como si se tratase de la misma cosa? Y en ese caos de lo igual, donde cada cosa es igual a cualquier otra, ¿cómo se detecta lo verdadero? La impostura plantea una infracción de origen, una suplantación que pretende hacer pasar por auténtico una mera simulación, es decir algo que no existe verdaderamente.
Pero en una sociedad como la neoliberal, específicamente la de Estados Unidos, se oscila peligrosamente entre una carencia casi absoluta de jerarquías morales que definan lo que es ``verdadero'' y al mismo tiempo se hace imprescindible un nuevo tipo de jerarquización. Es decir, a la vez que se destruyen los límites entre las categorías, se hace imperativo establecer un nuevo código de comportamientos y sobre todo de lenguajes que se resuelven en una nueva postura, la que se ha dado en llamar la ``corrección política'' (political correctness). Me explico.
La preocupación por la impostura no alcanza todos los aspectos de la cultura estadunidense. Me parece advertir cierta imparcialidad y cierta dirección determinada. El rechazo a la impostura se asocia a menudo con la descalificación de ciertas figuras que durante mucho tiempo sirvieron como modelos de comportamiento. Y esas figuras son por lo general personajes o tendencias importadas que llegaron a Estados Unidos como consecuencia de emigraciones diversas, algunas ocurridas a principios de este siglo, otras después de la Segunda Guerra Mundial y el nazismo, y más tarde el socialismo real que produjo las disidencias; personajes y tendencias que por alguna razón han pasado a convertirse en paradigmas de la impostura.
Hay varios ejemplos, el caso de Hanna Arendt frente a Heidegger, de Paul de Man, el de Eliade, el de Bruno Bettelheim y el de Foucault, entre otros. Voy a referirme sólo a Marcel Duchamp, atacado como impostor por Roger Shattuck, en el New York Review of Books de marzo. Y referirse a Duchamp es aludir a un artista de influencia decisiva no sólo en el arte mundial sino específicamente en el arte estadunidense: ¿acaso es posible entender a Andy Warhol sin conectarlo con Duchamp? Para Shattuck la vida y el concepto de arte de Duchamp son definitivamente el resultado de una simulación que ha engañado a sus admiradores, el establishment artístico de EU. Quizá lo que más le moleste de su personalidad y de su vida fuese su habilidad o, mejor dicho su savoir faire, para vivir como le dio la gana y pasarla bien, jugar al ajedrez, vivir a caballo entre Francia y Estados Unidos sin ser un millonario, definir un concepto de arte sin molestarse demasiado en producir nuevas obras de arte, convertir la vida cotidiana en un mero juego, una de las finalidades del surrealismo y quizá también del marxismo.
A Shattuck le agravia la conducta ``escandalosa'' de Duchamp y su capacidad para ``mistificar'' al pueblo estadunidense, ``sin hacer virtualmente nada, haciéndose tonto simplemente''. Y sin embargo lograr su ``máxima ambición, la fama''. Firmar objetos conocidos, los ready made, y convertirlos en objetos codiciados, vendibles en subastas, le parece escandaloso porque siente que toda una nación ha sido víctima de esa estratagema. Es decir, la única nación importante del mundo, según sus dirigentes, esa nación que produce 75 por ciento de las cosas más importantes de la tierra, como decía el otro día un personaje por la radio, fue engañada por un artista extranjero y fraudulento, y para colmo ese artista logró mantener vigente su impostura por casi todo un siglo y definir las reglas del arte estadunidense, un concepto del arte falseado desde su origen por una mistificación: Duchamp, el monstruo simulador.