Muy acorde con la estancia entre nosotros, del escritor español Juan José Millás, se escenifica su monólogo Ella imagina. Aunque no sea todavía un proyecto de la nueva administración de Teatro y Danza de la UNAM, ésta la acoge sin reparos, a diferencia de algunas escenificaciones heredadas de la gestión anterior. El monólogo encabeza una serie de relatos muy breves, regidos todos por la imaginación, en los que Vicente Holgado sufre todas las trapacerías que sus fallas de identidad le producen, aunque logra superarlas mediante juegos de fantasía, el ``afuera'' de ese inhóspito ``adentro'' que le resulta la realidad. De Holgado, la protagonista del monólogo hereda, si no es que en realidad ambos confluyen, muchas de sus obsesiones. De entrada dice: ``Yo no sé por qué la gente --en la adaptación de Enríquez se dirige al público y dice `ustedes' --tienen gatos pudiendo tener obsesiones''. La obsesión como compañía en la vida, sólo superadas al recurrir a una fantasía, así sea prestada como ésta, en la que se presenta --y cuyo dueño es Vicente Holgado-- una ``de las que más usa'' y en la que ambos amantes ya no se encuentran u otras propias y muy reconfortantes como la de que gana el Nobel. A pesar del tono gracioso y desenfadado, las obsesiones de la protagonista son tan desagradables como cualquier obsesión; como dice el propio autor, este monólogo es muy diferente de cualesquiera otros porque la protagonista cuenta lo que se le ocurre y no lo que le ocurre.
José Ramón Enríquez adaptó el texto de Millás para acercarlo al público mexicano en muchos de sus términos, sobre todo los muy cotidianos o vulgares. Pero en donde el original sufre un cambio mayor, esta vez de fondo, aunque parezca de forma, es en el espacio elegido. El autor pide que su protagonista entre y salga de un armario (en la adaptación siempre será ropero para nosotros), el medio que tiene para viajar por sus fantasías, y acceda a un lugar --un cuarto de hotel-- que refuerce el efecto de estar en un mundo fantástico. Enríquez ubica a la mujer en una amplia cama (en la escenografía de Philippe Amand), desdeña los sonidos de la realidad que insiste en romper con lo imaginado, una olla express, una cafetera, y presenta como deslinde del dentro y el fuera una ventana que cambia la luz para indicar las transiciones. La cama es el lugar más propicio para fantasear, pero también una mujer joven y sola, en una amplia cama, es una imagen de soledad que no difiere de la línea del escritor español; además, la escenografía realista propicia que el espectador, a quien Ella siempre se dirige, se piense una fantasía más del mundo de afuera que la mujer imagina desde el adentro de su habitación cotidiana.
La dirección de Enríquez, en su espacio estrechísimo, se basa en buscar los matices y las transiciones que la excelente Emma Dib consigue en todo momento. Es un mérito más del director haber elegido a esta joven actriz para encomendarle un papel de relevancia que le permite desplegar sus capacidades y la ubica de una vez por todas como un logro de nuestra escena.
Del errático fantasear como escape a la imaginación que se concreta en arte hay un enorme paso que los psicólogos definen muy bien y del que no carecen nuestros escenarios. Es un enorme deleite presenciar de nuevo a la compañía de teatro-danza de Philippe Genty, ahora con El viajero inmóvil que se presentó en muy corta temporada. El mar y el desierto, los seres que se convierten en otros, los objetos y las marionetas, el papel de estraza que Genty maneja y transforma, junto a los cajones que dan cabida a todo, narran un maravilloso viaje que termina, esta vez, con la melancolía de un viento que barre seres y papeles como hojas secas.
En un tono mucho menor, porque la propuesta es de otro tipo y sería injusto compararla con lo que hace Philippe Genty, Un alacrán (por las que van de arena) de Juan Carlos Vives también habla a la imaginación de los espectadores. Cuatro mimos (Maira Sérbulo, Gabriel Porras, Vivin Cruz y Gastón Yanes), dirigidos por el autor y mediante la utilización de máscaras y vestuarios muy identificables, haciendo varios papeles, narran dos historias paralelas de amor, el romántico pleno de vicisitudes y desencuentros, y el carnal con su cauda de engaños y desengaños.
Con mucha gracia y muy buen ritmo, el grupo nos remite al cine mudo, a la commedia dell'arte, a lo puramente clownesco, aunque la ausencia del verbo --que es el principio del Génesis y del teatro-- impide un disfrute mayor a gente como yo. Tampoco Genty se acompaña de palabras, por lo menos de muy pocas, pero es danza y magia y poesía visual.