La historia, decía un notable filósofo del siglo XIX, tiende a repetirse en espiral. Se vuelve al mismo punto, pero en situación distinta. A tres días de las elecciones, a los habitantes de la ciudad de México nos invade el mismo sentimiento de esperanza que experimentaron hace 86 años las 200 mil almas que acompañaron a Francisco I. Madero en su triunfal entrada al Zócalo, precisamente un 6 de junio de 1911. Mismos sentimientos pero en tiempos distintos. En aquel entonces no era sólo el fin de una dictadura. Era el renacimiento de la democracia depositada, como hoy, en la emisión del voto libre y secreto; en devolver la credibilidad a la política, tan desacreditada por los centralismos y los caudillajes porfiristas. Con semejanzas y enormes diferencias históricas, a fines del siglo XX los anhelos por la democracia siguen presentes.
No ha sido fácil construirla, si tomamos en cuenta que a principios del siglo su nombre era aún desconocido. Se relata que durante dicha entrada al Zócalo y ante los gritos de ¡Viva la democracia!, un espectador le preguntó a otro quién era Doña Democracia y su acompañante respondió: ``Debe ser la señora del Apóstol Madero''. Pocos años después, la Señora Democracia era vilmente acribillada por las hordas de Victoriano Huerta.
Los largos años de la revolución no lograron instaurarla. Salvo la esperanza heredada que brindó en aquellos tiempos el general Cárdenas, los caudillajes militares sólo lograron institucionalizar los discursos posrevolucionarios en un partido. Los regímenes posteriores, amamantadores de inumerables cachorros de la revolución, ahogaron los anhelos democráticos de miles de estudiantes politécnicos en l958; los de trabajadores ferrocarrileros en l964; los de estudiantes en l968 y más recientemente, los de millones de ciudadanos en 1988. Remontar la desconfianza generalizada en las elecciones que provocó la caída del sistema en ese año, ha sido uno de los mayores triunfos democráticos.
¡Qué tiempos aquéllos donde las elecciones eran violentos escenarios con robo de urnas a balazos y arteros crímenes de candidatos opositores al gobierno! No todo se ha ido, es cierto. Continúan las intimidaciones y las amenazas veladas para presionar el voto a favor del partido en el poder; pero es indiscutible que han desaparecido los fantasmas del miedo y del fraude electoral. La confianza del ciudadano común y corriente en que su voto será respetado, es otro de los mayores logros democráticos que ha devuelto la esperanza en la nación.
Las elecciones se han tornado conversación cotidiana en la casa y en el taxi. En las oficinas, desde el mensajero hasta el gerente, se habla con pasión de los candidatos y de las magnas concentraciones del fin de semana en el Zócalo. A tres días de las elecciones más competidas del siglo, en la ciudad de México miles de ciudadanos con una notoria presencia de jóvenes, han concluido una entusiasta participación distribuyendo y pegando propaganda electoral de ocho partidos. El taxista exhibe con orgullo dentro y fuera de su vehículo sus calcomanías del PRD; una familia completa reparte volantes del PAN a bordo de sus potentes camionetas charger. Muchos comerciantes ambulantes muestran la propaganda del PRI en sus puestos sobre la banqueta. Elegantes ecologistas han desplegado sus mantas a favor del Partido Verde. Conductores de televisión y conocidos artistas han recorrido las plazas para solicitar el voto por las siglas PC y PT, aún desconocidas para muchos; y otros tantos ciudadanos han repartido miles de volantes con las fotografías de los candidatos del PPS y PDM. En fin, la ciudad se encuentra invadida de rostros y siglas partidarias que expresan, como nunca antes, el entusiasmo y la confianza de que ahora sí con el voto ciudadano los tiempos cambiarán.
Nos llevó años desterrar los miedos. Construir la confianza electoral no ha sido producto de una sola voluntad política. La reforma electoral ha sido una conquista de la sociedad. De los cientos de hombres de partido y sin él, que asesinados en los últimos años, nunca abandonaron su fe democrática. De los miles de olvidados indígenas chiapanecos que han irrumpido repentinamente en la escena política nacional, y de los millones de ciudadanos que con esa misma fe nos volcaremos a las urnas el próximo domingo. Por eso todos debemos sentirnos orgullosos y felicitarnos por los nuevos tiempos de esperanzas democráticas que hoy se viven en la ciudad de México. Vayamos a las urnas a participar en una más de las inumerables batallas históricas para fortalecer las instituciones y los caminos democráticos. Salgamos a la calle el próximo domingo para contribuir, como bien lo ha definido Krauze, a transitar de la Presidencia imperial al poder republicano. A transitar del centralismo a la democracia. Ya era hora.