Rodolfo F. Peña
En las vísperas
Estamos ya a un paso de la jornada electoral en la que, de un momento a otro, habrá de decidirse gran parte del porvenir cercano del país. ¿Qué ocurrirá? Parece que las expectativas se han ido a los extremos. O empezamos a despedirnos del viejo régimen político civilizadamente, según las previsiones de la ley, o se rehabilitan los viejos vicios, se hace trizas la ley y caemos en un conflicto social de dimensiones y duración imprevisibles. ¿Qué queremos, qué quiere la inmensa mayoría de los mexicanos? Queremos, sencillamente, que haya los congresistas y gobernadores que la gente, aun equivocándose de acuerdo con los criterios minoritarios, haya determinado en las urnas, libremente. No es mucho para una nación que casi abre su normatividad constitucional adhiriéndose a la democracia; es un salto imponente, soberbio, para una nación que sólo conoce la democracia por destellos o en su forma adulterada.
Pero sigue en pie lo que podría llamarse el viejo régimen, el que surgió con la Revolución y se pudrió con el tiempo; tiene representantes muy poderosos y se ve compelido a defenderse y preservarse a cualquier precio. Abierto el proceso electoral, se ha expresado inercialmente mediante el uso de programas y recursos públicos para robustecer el clientelismo y desacreditar el cambio, mediante las vetustas argucias del corporativismo que, dislocado y todo, aún puede amenazar con sanciones pecuniarias y hasta con el desempleo a quienes voten por la oposición; que recoge credenciales para votar con fotografía, y presumiblemente ha organizado las tradicionales brigadas para cometer toda clase de fechorías el día de las elecciones. Recientemente se ha expresado mediante insultos vulgares, imputaciones calumniosas y videos distorsionadores y difamatorios. Con todo, parece claro que su cosecha, hasta el momento, ha sido de desengaños. Pero no deben menospreciarse ni su desesperación ni sus temores, porque una y otros pueden ser los peores consejeros, los consejeros de la muerte.
Pese a todo, si no se recurre al crimen cabe esperar la solución civilizada porque la sociedad ha trabajado mucho por lograrla, porque una legión de sus miembros, a lo largo de varias generaciones, se ha sacrificado por ella de diversas formas, sin excluir la oferta de sangre. También porque las normas y las instituciones que se han forjado, sin ser aún ni siquiera las mejores que podían haberse hecho, son lo bastante buenas para permitirnos pensar que los primitivismos políticos de hace apenas unos cuantos años pertenecen ya al pasado. Disponemos de instrumentos más eficaces para conducir el proceso electoral y para vigilarlo, instrumentos que son manejados, al menos en los mandos superiores, por hombres que han venido dando pruebas de probidad y aptitud. Y hay, sobre todo, una sociedad más viva, más alerta, más exigente, más convencida de que con mejores gobiernos puede haber mejores oportunidades de vida para los individuos y para las comunidades, y de que finalmente esto es lo que busca la democracia hasta en su definición constitucional.
Hay que agregar que en esas condiciones de polarización de intereses, ha sido muy lamentable el activismo partidista del presidente Zedillo, por cuya investidura no lo habríamos querido ver nunca expuesto a críticas y censuras que cuadran más a los líderes en campaña. En los momentos esperanzadoramente transitivos que vive el país, habríamos querido ver al jefe del Estado y del gobierno en una actitud más consecuente con el espíritu de las leyes electorales que fueron elaboradas y promulgadas bajo su mandato, o bien sencillamente al margen de confrontaciones que en rigor debieran serle ajenas. Por eso es importante que desde el pasado domingo, en Multivisión, haya tendido claros puentes de entendimiento hacia quienes eran acusados, por conveniencia, de radicalismos y posiciones extremas, y que el martes siguiente, en Veracruz, haya postulado el camino del diálogo y la legalidad para dirimir nuestras diferencias, y descalificado el de la intolerancia y el encono. Si en el Distrito Federal ha de haber en los años venideros un jefe de gobierno surgido de la actual oposición, y si el poder legislativo tendrá que armar sus jornadas parlamentarias no por consigna sino por medio de consensos y acuerdos, enhorabuena. Alguna diferencia tiene que haber, y vamos a conocerla en forma directa, entre un hacendado y sus peones y una República y sus poderes constitutivos.