En una fórmula por demás afortunada, Cuauhtémoc Cárdenas definió las líneas maestras del cambio que se avecina en la capital como ``una transición republicana, tranquila''. Enhorabuena. Un gobierno construido en clave democrática es la única manera racional, ``constructiva'', dijo Cárdenas, de superar positivamente el largo litigio abierto en el país desde 1989 para crear formas civilizadas de convivencia.
La certeza de que éstas serán unas elecciones sin tacha permite mirar el futuro inmediato con cierta confianza. La normalización madura con rapidez. Los temores sobre la inevitabilidad de un conflicto entre las autoridades federales y el gobierno del Distrito Federal, por ejemplo, parecen disiparse ante la necesidad, esa sí imperiosa, de hallar mecanismos de entendimiento. Cárdenas fue enfático al señalar: ``No habrá interferencias ni confrontaciones, pues las esferas de competencia las delimita la ley con toda precisión. Nuestra actitud será invariablemente de respeto y colaboración con otras instancias de poder, para buscar atraer y contar con los mayores elementos para resolver los problemas del Distrito Federal y de sus habitantes''. Y advirtió: ``Ninguna provocación saldrá de nuestro lado. Cualquiera que se lanzara en contra del gobierno democrático, se encontrará con una fuerza de la dimensión de los votos que nos respalden el 6 de julio...''. Estamos, pues, ante la posibilidad de iniciar la consolidación institucional del cambio democrático. No es poco.
Molesta abusar del término, pero es obvio que el momento es histórico por muchos motivos. Aun sin considerar los cambios en el Congreso, la elección del 6 de julio en la capital marca un cambio de fondo en la correlación de fuerzas nacional. Mentís definitivo al bipartidismo, la probable victoria cardenista afecta en primer lugar la hegemonía del PRI; en el otro polo, el panismo pierde el monopolio de las banderas democráticas. A partir de ahora, nada será igual en el sistema político mexicano.
Todo indica que el primer gobierno del DF electo por sus ciudadanos será al mismo tiempo el primer gobierno de la izquierda, cuyos compromisos hacia el país y su futuro crecen en forma simultánea. La enorme responsabilidad de hacer un buen gobierno en la ciudad se conjuga con la necesidad de construir una propuesta nacional, un proyecto para el siglo XXI que permita superar la enorme crisis ideológica del Estado populista, ejerciendo la crítica contra las simplificaciones y el voluntarismo de la vieja izquierda, los siempre recurrentes reflejos autoritarios contra el autoritarismo, pero también contra las simplificaciones clasistas propias del pragmatismo empresarial que, sin embargo, a menudo se presentan como innovaciones sin alternativa desde la derecha.
Estamos, pues, ante la más importante oportunidad que tiene la izquierda desde los años 30 para impulsar una nueva iniciativa reformadora, una alternativa capaz de enlazar la construcción de la democracia, pospuesta a lo largo del siglo con el proyecto social que da sentido a la historia de la nación mexicana. Que lo consiga dependerá, una vez más, de la sensibilidad de todos sus partidarios para abrir las compuertas y ejercer la crítica, corrigiendo intolerancias y sectarismos. Los electores de la capital saben que es necesario el cambio, pero no desean cualquier cambio. A pesar de los errores y desaciertos acumulados, hay una enorme participación social, civil y política ciudadana que ya no cabe en las unanimidades partidistas ni en los apoyos incondicionales, pero que sabe que un proyecto renovador tiene que venir desde la izquierda. Esa es su exigencia. Así sea.