La Jornada domingo 6 de julio de 1997

Guillermo Almeyra
El voto del no voto

Cada tanto resurge, en varias partes del mundo, la idea de que no votar es una protesta eficaz. En Italia, por ejemplo, una reducida ala extremista, en los sindicatos y en la vida política, parte de la consideración exacta de que los partidos del Olivo y las direcciones sindicales aceptan y aplican las políticas del capital financiero y tratan, en el mejor de los casos, de ``limarles sus aristas más peligrosas'', se ha negado a votar, con el resultado de regalarles potencialmente el campo de batalla, junto con el control de municipalidades, cámaras, policías, a la derecha y a la burocracia sindical.

La idea de que todos son iguales en una noche oscura de gatos solamente pardos ha resultado fatal en tantas ocasiones: baste recordar que la situación en la España de principios de siglo sólo cambió cuando las mayorías obreras y campesinas dirigidas por la Confederación Nacional del Trabajo y la Federación Anarquista Ibérica resolvieron votar, lo que permitió conquistar la República y un gobierno de izquierda (en el cual participaron como ministros, aunque como quinta rueda del carro, pero ese es otro problema de los dirigentes anarquistas). Recordemos también los efectos nefastos de la política sectaria del llamado socialfascismo: o sea, de la identificación, por parte de Stalin y las direcciones comunistas, entre la socialdemocracia y Hitler, que según ellos eran iguales porque defendían por igual al régimen capitalista y no a los trabajadores.

En el plano teórico, ya en 1905 los socialdemócratas rusos, incluyendo el grupo de los leninistas, resolvieron este problema al votar por un Parlamento sin derechos ni fuerza y formado por los liberales constitucionalistas, no porque creyesen en ambos sino porque la Duma había sido arrancada a la dictadura zarista y aumentaba la crisis de ésta.

El voto del no voto es, por lo tanto, negativo y políticamente primitivo. Salvo, por supuesto, en condiciones excepcionales de aislamiento e impotencia ante una dictadura, que no pueden ser generalizadas a todo un país, sobre todo si es grande, ni a toda una clase, un sector social, una etnia, sin correr el riesgo de separarse de quienes quieren ejercer a toda costa sus derechos o creen aún en las instituciones. Además, dicen los italianos, la protesta consistente en el abandono de los derechos es autolesionista y equivale a la del marido engañado que, para protestar contra las reiteradas traiciones de su mujer, opta por castrarse.

En todo el mundo se está imponiendo la tendencia a unir las fuerzas más heterogéneas en torno a objetivos concretos, limitados, puntuales que vayan contra la política del capital financiero, incluyendo, por supuesto, a los sectores sociales y políticos ampliamente mayoritarios que aceptan el marco general de la misma, pero rechazan tal o cual aspecto particular (como la reducción de las jubilaciones, que no cambia el hecho de que los trabajadores sean explotados pero discute el monto de dicha explotación, o la liquidación de algunas conquistas sociales propias de un tipo de funcionamiento capitalista anterior). De este modo los movimientos obreros, estudiantiles, sociales (sans papiers, de inmigrantes, por los derechos humanos) han unificado en la acción a la sociedad, sin esperar ni de las direcciones partidarias ni de las sindicales pero no han desdeñado, sin embargo, golpear a la derecha y frenarla votando por el Partido Socialista francés, contra el cual también se habían movilizado antes, independientemente de que éste acepta la política de Maastricht. O los trabajadores italianos han votado por el Olivo, no porque lo apoyen o coincidan con el mismo, sino para evitar la ulterior pérdida de conquistas. O los obreros ingleses que votaron por Tony Blair, a pesar de las amenazas de éste contra los sindicatos. Los ejemplos al respecto son infinitos.

Incluso en condiciones locales de violencia y dictadura, el no voto no es la solución, porque es una actitud negativa y no construye una alternativa, ya que ésta no puede venir simplemente de un no, sino que sólo puede provenir de propuestas concretas para cada situación concreta, a nivel nacional, tejiendo alianzas, o sea, concertando, ``limando aristas'', pero las de cada organización, en la búsqueda de la construcción de movimientos que partan, no de órdenes, sino de programas.

Estamos inmersos, nos guste o no, en la globalización. Pensemos entonces y actuemos globalmente, a nivel de diversas clases, diversas regiones, diversos Estados, y busquemos posiciones que puedan ser comprendidas fuera de los marcos de la organización, la etnia, la región.