La Jornada domingo 6 de julio de 1997

Leon Bendesky
Elegir

En estos días he pensado en Montesquieu. Qué diría si estuviera este 6 de julio en México, el día de las elecciones federales para el Congreso y en el que se disputarán varias gubernaturas. Pensaría, tal vez, con sorpresa y no poca razón, lo atrasado que está nuestro sistema político, y quizás consideraría las elecciones como una oportunidad muy significativa en la historia del país. Vaya, pensaría como muchos mexicanos. Por fin --diría el barón-- podrán entrar estos ciudadanos al terreno del Espíritu de las Leyes. La oportunidad no es menor, eso bien lo sabemos, de separar de manera efectiva al poder Ejecutivo del poder Legislativo e iniciar, así, una situación política que no ha podido consolidarse en la historia de México desde que es una República.

Los que le temen a este escenario ya han levantado su voz, de manera infructuosa. De esa competencia de poderes se trata, precisamente, la vida republicana. La teoría ya la expuso claramente Montesquieu hace 250 años, la práctica se vive en muchos sistemas de tipo parlamentario en el mundo. La competencia, que en el terreno económico ha sido una de las principales propuestas del modelo aplicado en los últimos 15 años, también ha sido últimamente una característica del proceso electoral y la lucha entre los partidos y hasta del ejercicio de gobierno en muchas comunidades; ahora hay que llevarla un paso más hasta la forma en que se ejerce el poder al nivel del mandato de los ciudadanos entre el Presidente y quienes aprueban las leyes.

El escenario electoral del 6 de julio podría ser el de una Cámara de Diputados en la que ningún partido gane la mayoría absoluta invocando la pesada cláusula de gobernabilidad. En la que el peso de las fuerzas políticas marque una nueva forma de negociación que exprese la diversidad de intereses y necesidades que existen en el país. Un Congreso y una Presidencia que tengan que trabajar políticamente para gobernar. Ese escenario podría ser, también, el de un aumento de las gubernaturas del PAN, que según algunos sondeos podría ganar Nuevo León y Querétaro. Además, sería el de la primera gubernatura del PRD y ésta en la ciudad de México, con su peso específico en la vida del país.

Hoy el proceso electoral en México todavía tiene la necesidad de recordar a los ciudadanos la libertad que tienen para ejercer su voto, y que nadie tiene derecho a inducirlos o forzarlos a votar por ningún partido. Hoy todavía el gobierno y las nuevas autoridades electorales tienen que enfatizar la legalidad de las eleccones y el compromiso de respetar los resultados. Hoy todavía el asunto de la credibilidad de esos resultados es parte de la discusión del proceso político, y siguen existiendo casos flagrantes de inequidad en el uso de los recursos para hacer proselitismo. Estos temas deben ser erradicados de los procesos electorales y la vida política del país; sería una muestra de la modernidad que por la sola vía de lo económico se ha vuelto muy escurridiza. Los mismos resultados de estas elecciones pueden empujar a que esto ocurra. Esa modernidad significa, hoy, salirse de las propuestas de carácter parcelario que han dominado el gobierno de esta sociedad, privilegiando la transformación económica y proponiendo que a partir de ella podrán derivarse directamente amplios beneficios para todos. Una conformación más amplia de la representatividad en el Congreso y en los gobiernos locales podría ser una forma de integrar a la visión del poder la diversidad de factores que componen la vida colectiva. Sería una forma de reintegrar no sólo lo público, sino lo social en la relación de poder entre gobernantes y gobernados. De esto se trata el hecho de elegir. Bienvenido Montesquieu, no es tarde.