Néstor de Buen
Mexicanos extranjeros en México

La sensación es curiosa. Los recados telefónicos te los pasan en inglés. El noventa por ciento de los huéspedes son norteamericanos. Y lo peor del caso es que los precios suelen ser de la misma nacionalidad.

Ustedes se preguntarán: ¿de qué extraño lugar nos escribe hoy este autor semanal? Pues nada menos que de Cancún. ¿Y quién te manda andar por esos rumbos?

La pregunta es oportuna, y no le falta lógica a la respuesta: simplemente es el efecto de una compra antigua y en abonos de eso que llaman tiempos compartidos, que hay que reconocer no dejan de ser bien gratos: sol, un mar entre esmeralda y azul, eso sí con múltiples tonos; una arena, por cierto que escasa, que parece talco; bikinis y algo menos muy dignos de consideración, y deportes variados, entre ellos el muy cansado de salir a trotar de madrugada, algo de golf y, en el colmo de la audacia, un intento de jugar al tenis, deporte que jamás aprendí y que evidentemente no se resuelve con comprar una raqueta y unas cuantas bolas si tienes enfrente, con mínimas diferencias, gente tan inexperta como uno mismo.

Pero eso no es todo. La mayor parte de los programas en la tele son en inglés. Y aun cuando más o menos me las arreglo, el problema es que no me interesan en lo mínimo, salvo temas de deportes y no todos me llaman la atención.

Claro está que se puede recurrir a la prensa. Pero esa es la bronca mayor.

Sólo encuentras un Miami Herald que hoy descubrí se imprime aquí mismo y es el único que se consigue en el conjunto. Para comprar un periódico local tienes que viajar cerca de diez kilómetros y las alternativas no son precisamente muy satisfactorias.

En cuanto a los periódicos de la ciudad de México, de los que se dice que llegan después de las dos de la tarde, el problema es que no llegan, o si llegan son para los cuates, todo lo cual te mantiene en la absoluta ignorancia de lo que pasa en estos días en que pasan tantas cosas.

De la muerte de don Fidel me enteré en el aeropuerto de la ciudad de México, cuando esperaba el avión de salida el sábado de la semana anterior. Para entonces ya había enviado mi artículo que, con toda razón, a pesar de referirme al problema electoral y a ciertas tácticas priístas no muy recomendables, quedó desplazado por el mundo de artículos sobre la muerte más esperada. Y gracias a mi hijo Carlos, que me trajo el sábado todas las Jornadas de la semana, me encontré generosamente publicado el miércoles y me sentí desfasado, fuera de moda. Pera ya para el pasado domingo mi eficaz secretaria Ernestina había hecho llegar a su destino manifiesto mi artículo sobre don Fidel en tiempos en que la velocidad de la historia convirtió mis palabras casi en anacrónicas.

Alguna vez me comentó José Agustín Ortiz Pinchetti la recomendación de Miguel Angel Granados Chapa de escribir siempre después del último momento.

En otros años, mis supuestas dos semanas de descanso se interrumpieron con algún viaje urgente, de ida y vuelta. Ahora no faltaron sino sobraron motivos para ello, pero me prometí a mí mismo anteponer los deberes familiares sobre los demás. Lo que no me ha librado de escribir cosas urgentes y mandarlas por fax.

Cuando ustedes lean estas notas, estaré en la ciudad de México dispuesto a cumplir con enorme alegría mis deberes ciudadanos. Por supuesto que voy a votar por Cuauhtémoc Cárdenas para que sea el primer jefe democráticamente elegido de nuestro Distrito Federal. Y por supuesto que también emitiré mi voto por los candidatos del PRD. Y nada me dará más satisfacción, aparte del esperado triunfo de Cuauhtémoc, que un resultado equilibrado, como lo ha augurado Vicente Fox, que convierta a la Cámara de Diputados en un centro de decisiones en el que la democracia política tenga, por primera vez en nuestra historia, domicilio y resultados.

Pero, la verdad extraño el esmog, los embotellamientos, prisas, telefonemas, los asuntos urgentes, los desayunos con mis amigos todos los viernes, el sentirme en mi país y en el uso razonable de mi idioma y el desear que llegue el viernes por la tarde para descansar de todos los trajines. Lo que, dicho sea de paso, casi nunca logro