La Jornada domingo 6 de julio de 1997

Angeles González Gamio
Elecciones azarosas

Fueron azarosas las elecciones que se celebraron en la década que se inició en 1820, en la que los habitantes de la ciudad de México votaban para elegir a sus autoridades municipales y el Congreso. En esa época, recién liberados del dominio español, los mexicanos buscaban su propio camino con bastantes dificultades.

La vida política cotidiana se desenvolvía bajo constantes reyertas entre el gobernador --nombrado por el Presidente-- del recién creado Distrito Federal y el ayuntamiento, cuyos miembros eran electos por los ciudadanos. Las discusiones principalmente giraban alrededor de quién debía controlar la policía, el abasto, la salud pública, etcétera.

Los integrantes del ayuntamiento o cabildo recibían sueldos casi simbólicos y enfrentaban mil problemas, por lo que pocas personas tenían interés en desempeñarlos. Al respecto transcribimos los consejos que ofreció en 1826 el periódico El Aguila Mexicana a los electores sobre cómo elegir nuevo ayuntamiento: ``No dudamos que lo verificarán con acierto y tino que tanto se necesita, teniendo sobre todo muy presente que siendo cargos consejiles modestos y nada lucrativos, los aspirantes a ellos se hacen sospechosos con sólo aspirar, y que los abogados que sólo cuentan con su bufete para subsistir, los artesanos y otra clase de personas que se mantienen únicamente de su trabajo, no son las más a propósito, porque o no cumplen con sus deberes o se arruinan, o se exponen a abusar de las comisiones que les confían. Sobran en Méjico sujetos acomodados, a quienes se les debe compeler con todo el rigor de las leyes vigentes, a que admitan y sirvan con exactitud estas cargas ligeras para ellos, e insoportables y peligrosísimas para los pobres''.

A pesar de todo ello las elecciones se llevaban a cabo, los votantes acudían a las urnas y en general eran bastante limpias, según dicen los historiadores. Sin embargo, los constantes cambios políticos, nuevos presidentes y por ende gobernadores, que incrementaban o disminuían injerencia y atribuciones al ayuntamiento e imponían candidatos, fueron desgastando el interés de la población, y la participación en los comicios fue disminuyendo.

Así --con fallas más y menos-- perduró este sistema durante otro siglo, para concluir en 1928, en que desapareció el cabildo y nació el Departamento Central como oficina del Presidente, quien se volvió el encargado de gobernar la ciudad, cargo que delegaba en el jefe de Departamento.

A lo largo de su historia la autoridad de la ciudad de México ha tenido su sede en el ahora popularmente llamado Zócalo, antes Plaza Mayor, después de Armas y finalmente de la Constitución. Originalmente estuvo en un edificio estilo plateresco, construido en 1527, en donde también se edificó la cárcel y la primera alhóndiga. Esta construcción fue rehecha en el siglo XVIII y vuelta a modificar en el XX con motivo de las fiestas del Centenario de la Independencia, que llevaron al gobierno porfirista a embellecer toda la ciudad. En 1921 se le agregó un piso más y los torreones laterales.

Años más tarde, de 1941 a 1948, en el lote adjunto en donde había estado por varias centurias el llamado Portal de las Flores, que alojaba locales comerciales, se construyó un edificio parecido al virreinal para ampliar las instalaciones del Departamento Central. Ahora se conocen como el edificio ``nuevo'' y el ``viejo''. Este último, con más gracia, está adornado con azulejos y profusión de piedra labrada y herrería, mucha de ella de este siglo, en que se puso de moda lo neocolonial en un fervor nacionalista meritorio, pero poco favorable para la estética urbana.

A raíz de que la capital volvió a tener su Congreso local, llamado hasta hoy Asamblea de Representantes, otra construcción del Zócalo, que había estado dedicada a despachos y comercios, se remodeló para convertirse en las oficinas de los que ahora serán nuestros diputados. La vista de los afortunados que tienen ventanas a la calle es el Palacio Nacional, bordeado de la Catedral y los edificios donde a partir del próximo diciembre despachará el flamante gobernador del Distrito Federal.

Las elecciones de este día, aunque no nuevas como nos lo muestra la historia, sí son un hito, que nuestros hijos recordarán como uno de los grandes acontecimientos que les tocó vivir en el fin de milenio y que confiamos se refleje en una vida mejor, con más seguridad, empleo e igualdad y en una urbe más limpia, bella y digna.

Todo ello hay que comentarlo frente a un buen cabrito, precedido de un reconfortante caldo de camarón y rematado con unos auténticos chongos zamoranos y un ``besito de ángel''; para el calor una sangría con mucho hielo. Todo esto en el bar Sobia, de añeja tradición en el Centro Histórico. Se encuentra ubicado en la calle de Palma, casi esquina con 16 de Septiembre, en el que es quizás el único sótano agradable y ventilado de la ciudad.