Tú, que bordaste una estrella roja en una boina y descubriste que le faltaba un pico; tú, que en el furor de la carrera espacial viste un ovni en el Ajusco; tú, que ya no estás tan seguro; tú, que buscaste a La Maga en las Islas de Ciudad Universitaria; tú, que en la primaria odiaste a Chabelo, en la secundaria a Rául Velasco y en la prepa a Zabludovsky; tú, que juzgaste inmoral irle al América; tú, que pulsaste en una guitarra de Paracho una canción de Carlos Puebla; tú, que aprendiste en Marx para principiantes, de Rius, que la diálectica de Hegel estaba de cabeza; tú, que fuiste al cine-club de los dominicos y aceptaste que en Godard el tedio era genial; tú, que te inscribiste al IFAL y renunciaste cuando ya podías leer Asterix; tú, que fuiste brigadista de ocasión y escuchaste a un obrero decir: ``pega los carteles más derecho o van a pensar que tenemos miedo''; tú, que entendiste que no te la jugabas; tú, que lloraste con la muerte de Allende; tú, que debutaste en el periódico La Tropa Loca, editado en mimiógrafo, con un artículo sobre el golpe a Excélsior; tú, que hiciste un oso de aquellos en una fiesta y explicaste que habías actuado como cronopio; tú, que te enamoraste de una nieta del exilio español y de una hija del exilio chileno; tú, que nunca entendiste a Lukács; tú, que fuiste detenido por la mariguana que llevabas en el cenicero del VW y no por la propaganda que juzgabas subversiva y que abultaba los demás asientos; tú, que te cambiaste al CCH, donde los héroes se habían jubilado y sólo fungían los movimientos sociales; tú, que dejaste de beber Coca-Cola; tú, que rompiste ante tus amigos un LP de los Doors para demostrar que te habías curado del arte imperialista; tú, que escuchaste en secreto a Pink Floyd; tú, que lloraste con la muerte de John Lennon; tú, que conociste a María Sabina en el libro de Fernando Benítez y en la película de Nicolás Echevarría y tomaste hongos alucinantes en el camellón de Río Churubusco; tú, que fundaste una comuna en un terreno ejidal, estuviste a punto de ser descuartizado por los campesinos y regresaste al DF a leer La cuestión agraria, de Kautsky; tú, que te enteraste de que Lenin le decía a Kautsky ``el renegado'' y te sentiste progresista por haberte aburrido con su libro; tú, que te esforzaste en entender que las artesanías de chaquira comunican valores positivos; tú, que fuiste vegetariano por seis meses y claudicaste en un Burger Boy; tú, que empezaste El Capital como los campeones, por el capítulo de la Acumulación Originaria, y luego le pediste un préstamo a tu tío sacerdote; tú, que memorizaste los Conceptos elementales del materialismo histórico pero te hiciste bolas con la clase en sí y la clase para sí; tú, que desbielaste el Datsun de un compañero de partido porque te fuiste a Cuautla con la hija de un senador priísta; tú, que volviste a arrepentirte; tú, que dijiste: ``yo no soy así''; tú, que entraste a terapia y aprendiste que tu amor por la analista era ``transferencia''; tú, que descubriste que estaba grueso ser Escorpio ascendente Cáncer; tú, que lloraste con la muerte de Julio Cortázar; tú, que te encontraste a un ex compañero de comité de base en el Banco del Atlántico y lo viste hacer una transferencia a Suiza; tú, que te sentiste algo honesto y muy fracasado; tú, que recurriste a un clásico (Mafalda) para recordar que el bien no gobierna nunca; tú, que abjuraste de todos tus dogmatismos y bailaste tango-hustle al compás de los Bee-Gees; tú, que te sentiste intensamente ridículo; tú, que te recibiste con una tesis sobre el ``Fetichismo de la mercancía'' y conseguiste trabajo en la Secretaría de Hacienda; tú, que renunciaste y vendiste tu coche para montar Esperando a Godot; tú, que te quedaste esperando al público; tú, que repetiste: ``me vale''; tú, que te integraste a una brigada después del terremoto y sólo rescataste ladrillos deshechos; tú, que sentiste que la ciudad era inmensa y poderosa y tuya; tú, que soportaste la puñalada de la belleza que te dijo ``señor''; tú, que compraste champú de jojoba; tú, que viste demasiado tarde a los Rolling Stones; tú, que te enfermaste de salmonelosis en Avándaro y de neumonía en Aguascalientes ; tú, que leíste en Monsiváis el resumen de tu biografía: ``o ya no entiendo lo que está pasando o ya no pasa lo que estaba entendiendo''; tú, que tuviste demasiados ídolos y luego disfrazaste tu desconfianza de escepticismo; tú, que no sabes si tus contradicciones son una forma secreta de la congruencia; tú, que hoy votarás por el primer gobierno democrático de la ciudad de México; tú, que no puedes medir el tamaño de tu esperanza; tú, que revisas los jirones de una vida tan rota como la de cualquiera; tú, que tienes derecho al milagro; tú, que hoy decides que el pasado se convierta en una poderosa forma del futuro.
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-Era una mujer de extremada feminidad: sonrisa ingenua y mirar candoroso, suave, gran cocinera, sin la menor sombra de irritación o agresividad. Era una cazadora que te cercaba con felicidad, tibia y dorada como un pozo de arenas movedizas donde te vas hundiendo con delicia. -¿Qué dices?, ¿estás hablando de Circe, la mujer que transformaba a los hombres en cerdos? -De ella. A su lado tú, que eres nada, te convertías en Ulises, Héctor o el mismísimo Aquiles. Eso te hacía sentir su feminidad. ¿Y de qué materia está hecho el hombre que no quiere engañarse y sentir que es más de lo que es? -¿Y en qué se daba a notar que era bruja? -En que movía a voluntad sus largos cabellos. Muchas veces los sentí apretar mi brazo en los anhelos del placer, y la descubría peinándose ante el espejo de bronce pulido, con las manos blancas y delicadas descansando en su regazo. -¿Sólo en eso? -No. A veces pasaba la noche en el jardín, entre plátanos y tamarindos, inmóvil, mirando las estrellas. Otras comía la comida de los centauros, la ambrosía delirante y el néctar de los dioses que engendra visiones. O usaba cierto preparado secreto, que ella misma fabricaba, y que untado en los codos le permitía bailar pasando de un lugar a otro sin pasar por en medio, apareciendo y desapareciendo con gracia incomparable. -Entonces, ¿vivías bien con ella? -Mejor que nunca. Mis trajes eran de lino de Egipto y la biblioteca, la más completa que en mi vida he recorrido. Y no había tema sobre el que ella no disertara con claridad y suficiencia, más sabia, como era, que los siete sabios juntos. Su conversación era de tal elocuencia e ingenio que, como dijo Churchill de Oscar Wilde, hubieras podido estarla oyendo por toda la eternidad. -Entonces, ¿por qué te apartaste de su lado? -Una tarde descubrí que no podía salir del palacio. Busqué una salida, primero con tranquilidad, luego febrilmente. Pero no, no había ninguna salida del palacio mágico. Se lo dije, y su respuesta me llenó de zozobra. ``¿Para qué quieres salir?'', me preguntó candorosa, ``¿no te basta lo que hay aquí?'' Le respondí que me bastaba y me sobraba, pero que quería simplemente salir a la calle a pasear. ``¿Qué necesitas?'', volvió a preguntarme, ``lo que necesites te lo hago traer aquí.'' Le contesté que no se podía, porque lo que yo necesitaba era simplemente salir a la calle a dar un paseo. ``No te entiendo'', fue su respuesta y se fue, dando por terminada la conversación. -¿Y qué sucedió después? -Empecé a languidecer. Estaba inquieto, lo que antes me divertía y entusiasmaba, me dejaba ahora frío e indiferente. La comida empezó a disgustarme, estaba irritable y me pareció demasiado elaborada. Sólo mi pasión por ella no se corrompía dentro de mí, antes creo que aumentaba violentándose con el desasosiego. -¿Y ella no advertía tu descontento? -Claro que sí, desde el inicio. Mira, es curioso que si no hubiera sabido que no podía salir, tal vez hubiera seguido hasta ahora en esa dorada molicie, pero desde que lo supe me ahogaba de encierro. Hablé con ella y le dije, ``hasta un gato que alimentas bien en tu casa sale a rebuscar comida entre los botes de basura, y lo hace no porque le guste esa comida, sino porque necesita la aventura de lograr algo por sí mismo''. ``Está bien'', respondió Circe entristecida, ``puedes salir de aquí cuando quieras, pero tienes que saber que si sales, ya no puedes volver a entrar.'' Y me explicó cómo salir del palacio. Dudé mucho, pero una fresca mañana, muy temprano, salí a la calle y bajé hasta el puerto. -¿Y qué sucedió después? -Me embarqué, navegué, envejecí. Y créelo, hermano, desde entonces no ha pasado un sólo día en el que no sienta que daría todo lo que soy y todo lo que tengo por regresar aunque sea por un día y una noche al palacio de la hechicera. Esta es la fábula de Circe. Te toca a ti enunciar una moraleja. Porque sin duda hay varias posibles.
El mundo de corrupción
Si nos dejáramos llevar por la manera en que uno de los diarios más importantes del planeta, el New York Times, presenta a World Wide Web y a la red Internet en general, concluiríamos que se trata de un universo de peligros y perdición, infestado de malvivientes, estafadores, pedófilos, drogadictos y demás criminales. Es decir, que de acuerdo con este diario los cibernautas no son muy diferentes a las masas de sediciosos, comunistas y anarquistas que se oponían a la guerra de Vietman y que admiraban a Noam Chomsky y Herbert Marcuse. Esto resulta especialmente curioso si consideramos que el New York Times es un diario considerado liberal en Estados Unidos. Las amenazas de la red de acuerdo con este periódico van desde docenas de páginas de empresas de licores, cigarros y cervezas, que anuncian sus productos mediante juegos de video, foros de conversación (chat) y ``otros tipos de entretenimiento que pregonan beber alcohol y fumar'' (como escribe Seth Schiesel), hasta una página del archienemigo de EUA: Saddam Hussein (http://196.27.0.22/iraq). Hagamos una revisión de algunos reportajes que este año han ocupado un lugar prominente en ese diario. El 24 de febrero, Peter C.T. Elsworth escribía que el número de anunciantes y el volumen de la publicidad que supuestamente debería mantener al WWW no estaba aumentando suficientemente rápido. Lo cual podría significar que la red se volvería incosteable. El dinero gastado en publicidad en la red era insignificante (275 millones de dólares en 1996) si se comparaba con lo que gastan las empresas en otros medios (173 mil millones) y que buena parte los anuncios provenían de la industria misma. El 17 de marzo, un artículo se Steve Lohr estimulaba la paranoia de las corporaciones al asegurar que a pesar de los esfuerzos privados, así como de dependencias gubernamentales, los hackers seguían siendo un verdadero peligro para cualquier empresa que se aventurara a abrir sus puertas a la superautopista de la información. El periodista citaba cifras de la empresa consultora Forrester Research Inc., quienes aseguran que por cada 1,000 dólares que pasan por Internet uno se pierde por culpa de fraudes electrónicos. En un tono dramático, Lohr afirmaba que hay por lo menos 1,900 sitios en el WWW que ofrecen tips para hackers (como las famosas publicaciones 2600 y Phrack). El 7 de abril, en la primera plana aparece la primera parte de un largo artículo de John Broder, Laurence Zuckerman y Leslie Eaton dedicado al bug del milenio (la deficiencia de la mayoría de los softwares de computadora que tan sólo definen el año por medio de dos cifras, por lo que el año 2000 será simplemente el año 00). El artículo trataba de ver una visión fría y realista de lo que podría suceder el primero de enero del año 2000; no obstante, trataba de mantener el interés del lector sugiriendo algunos escenarios desastrosos posibles: colapso de los mercados financieros, caída de satélites, caos de tráfico terrestre y aéreo, o bien que las tarjetas de crédito, las licencias de conducir y las cuentas de servicios telefónicos en todo el planeta expiren a las doce de la noche del 31 de diciembre de 1999. El 24 de mayo, el problema que aflige al universo en línea, de acuerdo con George Johnson, es el impresionante volumen de correo chatarra (o Spam) que asfixia a la red y entorpece el comercio en línea. Es tan barato enviar millones de mensajes electrónicos que tan sólo con un par de ventas suelen cubrirse los gastos de publicidad. Por eso, sistemas enteros quedan regularmente sepultados por miles y miles de ofertas de cómo hacerse millonario sin trabajar, promociones de sexo virtual y pócimas milagrosas para no envejecer. El 12 de junio, Nina Bernstein publicó en primera plana un artículo destinado a aterrorizar a todo aquel que haya llenado un formulario de mercadotecnia en su vida. La señora Beverly Dennis recibió una carta donde alguien que la conocía perfectamente amenazaba con experimentar todas sus fantasías sexuales en ella. El autor de la misiva era un preso de la cárcel estatal de Texas que había procesado un cuestionario llenado por la señora Dennis. Bernstein no sólo informaba que la empresa de marketing, Metromail Corporation (el líder en el ramo) tiene datos precisos acerca del 90% de los hogares estadunidenses, sino que además buena parte de toda la información era procesada por reos en diferentes prisiones. Esta información es mercancía que se vende (entre 4 y 25 centavos de dólares cada nombre) a divesos clientes, desde comerciantes (incluyendo el servicio de subscripciones del mismo New York Times), cobradores, reporteros y políticos. Así como durante décadas la gente tenía terror de tener un archivo en la CIA o en alguna agencia represora estatal, hoy resulta espantoso imaginar que una serie de compañías conocen nuestros malestares, anhelos, gustos musicales, preferencias deportivas y remedios favoritos contra las hermorroides. Estas empresas no tienen el menor remordimiento de vender nuestras vidas e intimidades sin pedirnos permiso. Bernstein pone bien claro que Internet es el ejemplo más dramático de lo que la tecnología y el comercio puden hacer en el mundo real.
Corrección Hace un par de semanas la dirección de la página del bot Julia apareció con un error; la dirección correcta es: http://fuzine.mt.cs.cmu.edu/mlm/julia.html.
Naief Yehya
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