La Jornada Semanal, 6 de julio de 1997
ENTREVISTA CON JORGE EDWARDS
Autor de dos notables libros de memorias, Persona non grata y Adiós, poeta, el escritor chileno Jorge Edwards acaba de publicar la novela El origen del mundo. En su reciente visita a México conversó con Armando Alanís sobre su quehacer literario.
El origen del mundo partió de un cuento, ¿cómo fue que usted se percató de que el argumento merecía la amplitud de una novela?
-En la última página del cuento, que eran los funerales del personaje, aparecían unos vecinos chilenos, exiliados como él, y la mujer lloraba más de la cuenta. Yo después pensé que si llora más de la cuenta a lo mejor produce una inquietud en el marido, que puede ser un celoso, como suelen ser las personas muy ordenadas: un marido muy rutinario, muy formal, un médico, un viejo militante comunista. A partir de ahí, pensé que esa podría ser una novela más que del suicidio del primer personaje, de los celos del segundo personaje. En literatura la enfermedad de los celos es un gran tema. Por ejemplo, en la obra de Proust, sobre todo en el comienzo, Por el camino de Swann, el motor de todo son los celos. Y El curioso impertinente, de Cervantes, es una novela sobre los celos intercalada en El Quijote.
-La novela, que hace continua referencia al célebre cuadro de Gustave Courbet, ha escandalizado a algunos sectores conservadores de la sociedad chilena.
-Porque son sectores muy asustadizos y pacatos, y la sola idea de que una novela use el título de un cuadro que muestra un sexo femenino abierto, ha producido un notable escándalo. Un sacerdote del Opus Dei le dijo a un escritor joven chileno: ``Qué lástima que Edwards se haya puesto a escribir estas cosas... Claro que yo no las leo.''
-Su novela también aborda el tema del exilio, y usted estuvo algún tiempo expatriado.
-Es una experiencia muy traumática, pero muy estimulante. Todo escritor tiene algo de exiliado, aun cuando no salga de su habitación, porque el escritor se autoexilia en cierto modo, es un exiliado interior, es una persona un poco marginal con respecto a su familia, a su sociedad, a su ciudad.
-Los hombres de El origen del mundo, Felipe Díaz y Patricio Illanes, son los derrotados, y la mujer, Silvia, es la vencedora y la que finalmente salva al doctor.
-Es una mujer bastante sencilla y con cierta ingenuidad, pero es una expresión de la astucia femenina, del profundo sentido de la realidad que tienen las mujeres a veces, que las convierte en conservadoras del orden, de la estabilidad de la familia. Es un sentido de la realidad tan fuerte que llega a ser misterioso. En cambio, los hombres suelen ser bastante irreales, ilusos, aventureros y utópicos, como Felipe.
-El desencanto de Felipe por los regímenes de izquierda, ¿refleja de alguna manera el desencanto de usted mismo?
-El desencanto mío y el de mi generación. Ha sido un problema de toda una época. El desencanto de Felipe Díaz comienza mucho antes que el de sus amigos. Es un intelectual inteligente, y no siempre los intelectuales son inteligentes. Felipe Díaz es un intelectual muy lúcido, cosa que me gusta del personaje.
-En Adiós, poeta... usted escribe que en un tiempo sintió ``la fascinación de la izquierda e incluso de su dogmatismo, de su actitud totalizadora y simplificadora... y después iniciaría una curación lenta, impulsada por algunos de los sucesos más dramáticos de nuestra época''. ¿En qué posición ideológica se ubicaría ahora?
-Yo me sentía muy de izquierda en ese tiempo, y ahora ya no sé si soy de izquierda. Supongo que la izquierda no aceptaría que soy de izquierda. Pero tampoco me siento de derecha, esa es la verdad. Mi discrepancia con la derecha tiene que ver con cierto conformismo intelectual, con esa censura moral que se ejerce hipócritamente. Ni tampoco me gusta mucho el centro, porque me parece como la nada, muy ambiguo y escurridizo. Así es que, ¿dónde estoy? A lo mejor en el limbo. Pero estoy activo, estoy tomando siempre una posición frente a lo que ocurre en la vida chilena.
-Llama la atención que aunque estuvo muy cerca del Partido Comunista y de gente como Neruda, quien alguna vez llegó a sugerirle que se inscribiera en ese partido, usted siempre guardó una distancia.
-En una época en que yo estaba muy cerca del Partido Comunista, el propio Neruda me dijo: ``Mira, ten cuidado, no todo el mundo tiene que ser un militante político. Está bien que tú seas lo que eres, una persona que está fuera de los partidos.'' ¡Curioso! Cuando tuve el conflicto serio con Fidel Castro, Neruda estaba más asustado que yo, era muy asustadizo; yo soy más bien inconsciente, no pienso demasiado las cosas. Y Neruda me dijo: ``Yo creo que ahora te conviene la protección de un gran partido.'' Me reí mucho. Ese gran partido para él era el PC. Después me dijo: ``El PC es el partido del centro.'' l pensaba que dentro del conglomerado de la coalición de Allende, el centro era el PC. Pero pensé: ya es tarde para que me meta a ningún partido.
-En Persona non grata señala que escribir es una ``actividad política por excelencia, por mucho que los escritores pretendan refugiarse a menudo en un hipotético profesionalismo neutral''.
-Eso lo escribí el año '71; no sé si diría exactamente lo mismo hoy... La literatura es una cosa colectiva, una cosa pública, y siempre se mete en los temas de la sociedad de una manera o de otra, directa o indirectamente; además, toda la literatura ha sido de alguna manera política: Shakespeare es político, Cervantes es político, Homero es político, Rabelais era político también. Por eso es que los políticos -y yo no diría solamente los dictadores: los políticos en general- desconfían bastante, tienen una relación ambigua con los escritores, aparentan un gran respeto pero no se sienten muy cómodos con los escritores, porque son unos personajes que siempre pueden salir con su domingo siete.
-¿Es lo que sucede con Fidel Castro en la conversación que tiene con usted, cuando le dice: ``Yo hubiera preferido que mandaran un obrero de la mina que un escritor''?
-Naturalmente. Pero además me dice: ``Nosotros ya pasamos por esa etapa de los diplomáticos escritores'', como diciendo: pasamos y la dejamos atrás, creemos que un profesional o un obrero es mejor que un escritor.
-¿Por qué desconfiaba tanto Castro de los escritores?
-Me lo llegué a preguntar muchas veces. Tenía una desconfianza instintiva, y cuando discutimos al final, largamente, sobre el caso Padilla, me dijo que él creía que Padilla tenía ambiciones políticas. No sé si eso es verdad, y si las tenía eran muy poco realistas, no tenía poder ni para matar a una mosca.
-Usted lo describe como una persona apasionada, a la que de pronto se le iba la lengua.
-Se le iba la lengua todo el tiempo. Era apasionado y explosivo, y con algo de locura. Hay un personaje en Los endemoniados de Dostoievski, que se llama Stavroguin, que es una especie de intelectual loco, y cuando Emir Rodríguez Monegal escribió sobre Persona non grata, dijo. ``Describe a Heberto Padilla como un Stavroguin del trópico.'' No está mal.
-El personaje principal de Persona non grata parece ser Jorge Edwards, rodeado de un ambiente donde él empieza a sentirse como perseguido todo el tiempo.
-Se dijo que yo era paranoico. Cabrera Infante me escribió en esos días, y me decía: ``No hay delirio de persecución ahí donde la persecución es un delirio.'' Porque donde se está persiguiendo a todo el mundo, el delirio es un delirio justificado.
-Tal parece que sus libros están destinados a incomodar, a molestar. ¿Le conviene a un escritor ser polémico?
-Es cuestión de temperamento. Yo conozco escritores que no son capaces de hablar en público y que detestan las discusiones. Por ejemplo, un gran escritor amigo y contemporáneo y compatriota mío, José Donoso, detestaba toda cosa polémica o política. Y tenía razón: su mundo literario se daba de otra manera.
-¿Prefería hablar de literatura?
-Nada más que de literatura, y consideraba que hablar de otra cosa era casi una traición. Me decía todo el tiempo por teléfono: hasta cuándo te metes en política. Pero yo le decía: si la política es literatura también, la política como la veo yo. Yo no soy un político. Soy una persona que reflexiona sobre la sociedad y la política, como otros escritores.
-Pero sí fue usted diplomático. ¿Le costó trabajo alternar la diplomacia con la carrera de escritor?
-Me costó mucho trabajo, sí. Fui diplomático hasta que llegó Pinochet al poder. Antes de eso, había pedido varios permisos en la carrera para alejarme. Era famoso en la diplomacia chilena por mis largos permisos: me iba a París, me iba a cualquier parte. Vagabundeaba mucho. Hacía periodismo durante esos permisos, porque no me pagaban nada. Y el gran permiso me lo dio Pinochet en forma de patada en cierta parte. Después reincidí, porque fui embajador en la unesco hace poco, pero le confieso que a pesar de que era París y que me gusta mucho la ciudad, me aburrí bastante. Todavía me quedó un cabo suelto, porque soy presidente de la Comisión de Derechos Humanos de la unesco, pero eso termina ya en octubre y después espero despedirme.
-¿Y dedicarse a escribir?
-Sí, únicamente a escribir. Como lo he hecho en los últimos veinte años, en realidad.
-Además del tema político, libros como Fantasmas de carne y hueso y El origen del mundo tocan el tema del erotismo.
-Incluso el libro anterior, El museo de cera, también toca el tema del erotismo. En forma más política, pero lo toca igual. El erotismo también está en los comienzos de mi narrativa. Yo creo que está en toda mi narrativa, y no sólo en la mía: es uno de los grandes temas universales de todos los tiempos. A mí lo que me gusta es meter el tema erótico en el contexto de hoy, de la historia contemporánea, porque en Fantasmas..., por ejemplo, cuento una historia de amor de un señor con una mujer un poco mayor, pero la cuento a partir del final, cuando estas personas, después de cuarenta años y después de todo lo que ha pasado en Chile, se encuentran. El es un exiliado que ha regresado y que ha estado preso en el Estadio Nacional y que lo ha pasado muy mal, es un hombre de izquierda, y ella es pinochetista. Entonces ahí hay erotismo, hay una relación erótica, pero contextualizada por el pinochetismo, por la historia moderna, por todo lo que ha pasado.
-Y el Chile actual, ¿cómo lo ve?
-Muy distinto al Chile de mi juventud, que era un país muy literario, que era al mismo tiempo un país de una burocracia muy grande que se veía por todas partes, un país que tenía un color medio gris -gris burocrático- y todos aspiraban a jubilarse. Yo me encontraba con gente muy joven ya jubilada, porque había un sistema extraño que la gente estudiaba para jubilarse joven. Eso pasaba incluso entre los escritores: se querían jubilar para dedicarse a escribir. Tenía un amigo de 32 años que era jubilado, de una caja que daba dinero, porque había determinadas cajas que tenían sistemas de privilegio, porque además era un país de tratamientos muy diversos, muy complejo, y había grandes expertos en estudiar estos resquicios de la administración. En cambio, ahora es un país de empresarios, en que hasta los escritores son medio empresarios. Eso tiene cosas buenas y cosas malas, porque la dureza del mercado es indudable, incluso la crueldad del mercado. Pero al mismo tiempo hay una actitud dinámica, enérgica en mucha gente, incluso en los escritores. Muchos de los escritores de hoy en Chile son editores pequeños, y algunos cultivan fruta, el campo, y además escriben novelas.
-¿Qué lugar tendría el escritor en el mundo de hoy, donde parece que los intereses máximos son la economía y la política?
-Hay que mantener esa llama, ser una voz marginal. Yo creo que los escritores somos marginales y hay que aceptarlo, y nos dirigimos a una minoría en el fondo, y hay que esperar que esa minoría sea amplia -una minoría que lee, que reflexiona todavía- y tenemos que seguir actuando dentro de nuestros rincones sin hacernos excesivas ilusiones, pero yo creo que de alguna manera la palabra del escritor influye, es necesaria.