La Jornada Semanal, 6 de julio de 1997
Hasta hace unos días, una bodega de 18 mil metros cuadrados en la carretera a Querétaro albergaba 120 millones de boletas rigurosamente vigiladas por el ejército. Hoy, esas boletas forman parte de una inmensa movilización que incluye a más de 52 millones de votantes, a 105 mil casillas y a 400 mil ciudadanos habilitados como funcionarios electorales. De las 8 de la mañana a las 6 de la tarde tendremos un país virtual, que estará en manos de los electores. El martes pasado entrevistamos a José Woldenberg, presidente del Instituto Federal Electoral, para conocer los pormenores del proceso que hoy entra a la Historia.
JV: Descríbenos tus actividades del 6 de julio.
JW: El Consejo General del IFE estará en sesión permanente. Empezaremos a las 8 de la mañana, recibiremos la información sobre la instalación de las casillas y habrá un receso para salir a votar. Luego seguiremos sesionando, en espera de que la jornada electoral transcurra sin incidentes. La verdad, el peso fundamental de la elección de hoy no recae en el Consejo General sino en las mesas directivas de casilla y en los consejos distritales. A las 6 de la tarde cierran las casillas y se inicia el cómputo; se llevan las urnas a los consejos distritales y de ahí los resultados preliminares se transmiten al centro de cómputo; entonces veremos fluir la información, casilla por casilla. Espero que en la madrugada del 7 el flujo de la información sea suficiente.
JV: ¿Qué porcentaje es ``suficiente''?
JW: No me quisiera comprometer a un porcentaje, pero sí será un flujo continuo: los consejeros y los representantes de los partidos conocerán los resultados preliminares al mismo momento que el resto de la gente. Para la una o las dos de la mañana tendremos un porcentaje muy significativo de casillas.
Hay que recordar que los resultados oficiales se dan hasta el miércoles, pues hay un margen para desahogar eventuales impugnaciones de los partidos.
FMM: Ustedes fueron electos por 7 años y van a organizar las elecciones del año dos mil.¿Qué falta para las elecciones presidenciales, que serán un parteaguas del sistema político mexicano?
JW: Lo que nos jugamos en estas elecciones es refrendar que la fórmula electoral es la solución para que la pluralidad política contienda por los puestos de gobierno. Hay avances considerables; tenemos una legislación aprobada por los cuatro partidos con asiento en el Congreso; el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (COFIPE) fue aprobado por unanimidad en lo que se refiere a la autoridad electoral, nuestros nombramientos fueron aprobados por unanimidad, y aunque al final el COFIPE se aprobó con votación dividida, hay consenso de que resuelve muchos problemas del pasado. Contamos con partidos políticos cada vez más arraigados y vamos a elecciones cada vez más competidas. Todo esto fortalece la vida electoral. Llevamos dos elecciones federales (1991 y 1994) que no suscitaron conflictos poselectorales agudos y una treintena de elecciones en los estados donde no ha habido conflictos. Lo que está en juego en México es el tránsito de un sistema de partido ``casi único'' o ``hegemónico'', la denominación es lo de menos, lo importante es que estamos pasando de ``eso'' a un auténtico sistema de partidos. Estamos ante un movimiento imparable; no veo cómo un exorcista pueda desvanecerlo.
JV: La pregunta de Fabrizio apuntaba al futuro. Vamos ahora al pasado. Revisando el proceso que hoy culmina, ¿cuáles han sido los puntos más difíciles? ¿La agresión que te hicieron en Quintana Roo, las discrepancias con el Tribunal Federal Electoral?
JW: Creo que ha sido un proceso con los incidentes propios de todo proceso electoral. Lo más importante para el Consejo General es que sus acuerdos gocen de la confianza de los partidos. En la inmensa mayoría de nuestras decisiones lo hemos logrado, pero es natural que algunas no le agraden a cierta fracción política. Por ello, y qué bueno que así sea, los partidos pueden acudir ante el Tribunal Electoral. El debate más fuerte se dio en torno a la financiación de los partidos. Sabíamos que era un tema en que los partidos se habían escindido. Entramos aquí el 3l de octubre y el financiamiento se tenía que aprobar en los primeros días de noviembre, pero el COFIPE aún no se aprobaba; por eso sólo aprobamos el presupuesto del IFE y dejamos en cero el tema de los partidos. Después del 22 de noviembre, cuando se aprobó el COFIPE, diseñamos un presupuesto, pero el PAN y el PRD impugnaron la constitucionalidad del COFIPE, no nuestro presupuesto sino el Código mismo. Por ello no decidimos la distribución de los recursos y esperamos a que la Suprema Corte fallara (como se sabe, falló que el COFIPE era constitucional) y procedimos al reparto. Este fue un momento de discusión importante, más entre los propios partidos que entre los partidos y el IFE, pero fue un punto de definición muy relevante.
Otro episodio complejo fue el nombramiento de los consejeros locales...
FMM: ¿Cuántos son?
JW: 384. La idea era que los partidos estuvieran de acuerdo con todos los nombramientos, pero resultaba muy difícil lograr esto en todo el país. Entonces llegamos al acuerdo de que ningún partido pudiera objetar a más de dos consejeros locales. Este fue un momento difícil, pero se lograron buenos resultados: de los 384 sólo se impugnó a 14.
En cuanto al tema del Tribunal Electoral, puedo contar lo siguiente: el IFE decidió exhortar a las autoridades para que dejaran de hacer propaganda sobre obras públicas y sobre su gestión 30 días antes de las elecciones, para no confundir las campañas de gobierno con las de un partido; el PRI señaló que no teníamos facultades para esto y el Tribunal le dio la razón al PRI. Es un episodio natural, que tuvo que ver con la lectura de la legalidad; había puntos de vista encontrados. Hay que recordar que el propio Tribunal estaba dividido y tuvo una votación de 4 a 3.
JV: En este caso la interpretación de la ley no es muy clara y esto nos hace pensar que si el Tribunal tuviera otra composición el fallo sería distinto.
JW: Eso sería muy especulativo. El Tribunal ha actuado con rigor jurídico. Sus miembros fueron propuestos por la Suprema Corte y aprobados por unanimidad en el Senado. Creo que se han dado algunas descalificaciones bastante frívolas en relación al Tribunal. Hay que estudiar sus resoluciones y creo que han sido bien fundadas. Está en la naturaleza misma del proceso que en ocasiones el Tribunal nos dé la razón a nosotros y en otras al quejoso, para eso existe. Salvo que nos creyéramos infalibles, podríamos pensar que nunca perderíamos un caso. Hemos tomado más de 140 acuerdos, la inmensa mayoría por unanimidad; muy pocos han sido recurridos ante el Tribunal y hemos ganado casi todos; por ejemplo, en el caso de la fiscalización de los recursos para 1996, el PPS, el PT y el PRI protestaron ante el Tribunal, y el Tribunal nos dio la razón. La propia ley diseñó este mecanismo; a nadie le convendría un IFE que organizara las elecciones y que sus actos no pudieran ser impugnados. Estaríamos construyendo una institución omnipotente.
JV: ¿Y la agresión en Quintana Roo?
JW: No fue agresión.
JV: En futbol hubieran sacado tarjeta roja por menos que eso.
JW: Fui a Cancún a reunirme con los vocales ejecutivos del Consejo local. Afuera del local del IFE había una manifestación de unas 40 o 50 personas solicitando la destitución del consejero local. Cuando llegamos hubo gritos para que no entráramos, pero no hubo empujones ni insultos. Pude entrar al IFE, sesionamos y al final me entrevisté con los inconformes. Es natural que en la mitad de un proceso electoral los ánimos se calienten, y la función del IFE es ser un bombero, no andar de pirómano. Quizás a los partidos les corresponde cargar las tintas y dramatizar el proceso electoral, pero no al IFE.
JV: ¿Se magnificó lo de que te agredieron?
JW: Esa es la palabra.
JV: Desde noviembre de 1996 el IFE es una institución autónoma. ¿En qué medida se concibe en el país (un país con un mapa político muy desigual) como un órgano independiente y no como un órgano de gobierno?
JW: Creo que hay muchas percepciones; el universo de los electores es enorme y muy diferenciado. Una de las tareas centrales del IFE es ganar la confianza de la gente y demostrar que se trata de una institución realmente autónoma. ¿Cómo se logra esto? De manera paulatina y garantizando que las decisiones se toman con el concurso único de los consejeros, es decir, que no se admiten interferencias ni presiones, ni del gobierno ni de los partidos políticos. La confianza no se puede decretar, hay que construirla con pasos milimétricos. El problema es que se avanza lentamente y cualquier mal paso puede regresarnos muchos años atrás. No creo que hoy haya condiciones para unas elecciones fraudulentas, pero siempre hay que estar alerta.
FMM: En las comunidades indígenas, donde hay usos y costumbres propios, la gente dirime sus conflictos en las urnas. En Mitontic, Chiapas, hasta hace unas semanas entró la oposición a hacer campañas, porque la comunidad se había declarado sólo priísta. En estos sitios, ¿no está superponiendo el IFE una normatividad democrática que no es más que un ritual?
JW: El IFE tiene la misión de hacer elecciones, pero no puede resolver que en ciertas comunidades persista un quehacer político incompatible con los usos y costumbres de la democracia. Ciertas culturas le otorgan preeminencia a la comunidad sobre el individuo. Estas son realidades que difícilmente pueden ser modificadas por un actor del proceso electoral. Lo que ofrece el IFE es que incluso en las comunidades donde el pluralismo y las garantías individuales no tienen plena vigencia, sus miembros, por ser parte de una comunidad mayor, pueden, si así lo desean, ejercer sus derechos como individuos yendo a votar uno a uno. El acto de votar no disuelve la red de relaciones sociales de esa comunidad pero permite escoger entre distintas opciones políticas. Es lo que tratamos de garantizar.
FMM: La transición mexicana corre paralela a un proceso de descomposición social, que hecha mano de nuestra tradición autoritaria: linchamientos, paranoia vecinal, monstruos como el Chupacabras o apariciones milagrosas. La demanda de democracia coexiste con la demanda de ``mano dura'', de que alguien o algo imponga orden. ¿Qué va a ganar, la pluralidad o el deseo de orden a toda costa?
JW: Se puede transitar a una normalidad democrática siempre que no se cargue a la democracia de demasiadas expectativas. La democracia garantiza dos cosas fundamentales: tener gobernantes legítimos y convivir en la pluralidad. Pero no es una varita mágica que resuelva problemas de la estructura productiva o del nivel educativo. Debemos valorar la democracia por todo lo que da pero no es un sombrero de mago.
FMM: Me parece que la desconfianza generalizada tiene que ver con la falta de democracia como valor cultural, no sólo como normatividad.
JW: Incluso la desconfianza como signo de inteligencia; hay quien no se entiende a sí mismo sino como desconfiado y piensa que confiar es de tontos. Creo que la desconfianza debe desarmarse asunto por asunto; nadie puede desarmar la desconfianza en abstracto.
JV: Quisiera vincular dos temas: las intenciones de voto y las encuestas. El electorado mexicano ha demostrado ser bastante impredecible (por ejemplo, hace unos seis meses parecía que el PAN podía ganar la capital y de hecho se negó a aceptar la alianza propuesta por el PRD); sin embargo, a últimas fechas las encuestas señalan una intención de voto definida. Se dice que las encuestas son cada vez más sofisticadas y confiables; de algún modo indican lo que ``debe'' ocurrir. La pregunta es ésta: ¿soportaría el electorado que alguien ganara en contra de las encuestas?
JW: Lo único que puedo decir es que el IFE está preparado para recibir el resultado que sea. Las encuestas son un instrumento muy útil, sirven para no amanecer con resultados sorpresivos, y tiendo a creer que los resultados serán muy similares a las encuestas. No vamos a un proceso electoral donde todo es una enorme interrogación; por supuesto, siempre hay un grado de incertidumbre, es algo que está en la naturaleza misma de la operación electoral, y se pueden dar modificaciones bruscas de la opinión pública; en este caso, el papel del IFE es como el de un árbitro que no puede preocuparse por las reacciones de la tribuna.
JV: En caso de que los resultados contravinieran las expectativas generadas por las encuestas, el desgaste político sería muy fuerte.
JW: En efecto, el IFE depende de que las cosas salgan bien y de que el juicio de los actores políticos respecto al IFE sea positivo. En los 3 años que llevo en el IFE he dicho que necesitamos el aval de todos los partidos, y este aval debe refrendarse una y otra vez.
FMM: En España y Sudamérica las transiciones fueron hacia la vuelta a la democracia. En México se trata de una inauguración; por lo tanto, carecemos de una cultura democrática. En España y Sudamérica, se opuso la democracia a la violencia del Estado. Parece que en México es la crisis económica la que lleva a una reformulación del quehacer político.
JW: Sin duda la crisis gravita sobre los electores y sus preferencias, pero más allá de eso el motor del tránsito es que tenemos una sociedad cada vez más diversificada y plural, que no cabe bajo el manto de una sola organización partidista, sea la que sea. Incluso las elecciones del '94 dieron resultados electorales de 50%, 30% y 16%, es decir, una diferenciación del voto muy relevante. Tengo la impresión de que el código valorativo de nuestras élites políticas también empieza a cambiar, y eso que la cultura política (que tiene que ver con valores e imágenes) es la que cambia con mayor lentitud, pero se está modificando, quizá no por virtud sino por necesidad. Un político de hoy sabe que de su lado no puede estar todo México, que habrá otros puntos de vista, otros idearios que legítimamente disputarán con él. Poco a poco nos acostumbramos a vivir en la pluralidad. Si uno revisa los códigos del lenguaje político, hace 15 o 20 años seguía privando cierta hegemonía del discurso revolucionario, tanto el oficial como el de izquierda. Para el gobierno, la fuente de legitimidad estaba en una revolución, estaba en el pasado; para la izquierda la revolución estaba en el futuro, eso le iba a dar la legitimidad para hacerse de las riendas del aparato estatal. Hoy, en términos del discurso no hay quien niegue que sólo los votos otorgan legitimidad para gobernar. Este es un cambio cultural espectacular sobre el que quizá hemos reflexionado poco. Obviamente hay franjas a las que les gustaría volver a fórmulas autoritarias, pero son decrecientes, y no sólo eso: son impresentables. A estas alturas, hay que ser un auténtico excéntrico para decir que no se está con la democracia. Esto ocurre a nivel del discurso, pero si alguien repite una y otra vez que acepta la pluralidad, que está de acuerdo en que una minoría se convierta en mayoría y al revés, acaba comprometido por sus propias palabras.
JV: Para mucha gente las elecciones significan más un hecho ritual que un acto político. Como no hemos tenido alternancias ni hemos visto con suficiente frecuencia que una minoría se convierta en mayoría, hay una sensación de definitividad absoluta ante las elecciones. No es raro que se enfrenten las elecciones como si fueran las primeras y las últimas, como si se consumara un rito de pasaje que separa una realidad de otra completamente distinta. Todo proceso democrático es transitorio porque garantiza que habrá otras elecciones en el futuro. ¿Qué tan lejos estamos de la normalización de la vida democrática?
JW: Por su propia naturaleza, las elecciones no pueden cristalizar hechos definitivos. La fórmula electoral presupone la convivencia y la competencia; cualquier esquema autoritario que piense que existe una sola verdad, un solo contingente que la encarna, un solo partido que es la derivación del bien, y crea que todo lo demás no son más que clases, idearios e intereses demonizados, nos mete en una dinámica de intransigencia, mientras que la fórmula electoral permite ver a la pluralidad como expresión de una sociedad compleja, con ideas encontradas. Poco a poco estamos cayendo en la cuenta de que no tenemos más salida que ésta, ¡incluso por resignación!
En la democracia, toda minoría y toda mayoría pueden ser transitorias, pero además no hay una mayoría ni una minoría en todos los espacios de la vida pública. A mucha gente le gusta pensar en términos dramáticos: ``parteaguas'', ``momento culminante'', ``día D'': aunque no ha habido una ruptura espectacular, ha habido muchísimas rupturas. Visto en retrospectiva, este proceso ha durado muchos años y recientemente ha acelerado sus tiempos. La reforma de 1977 fue pensada por el gobierno para asimilar agrupaciones marginadas del escenario electoral, pero desató una mecánica imparable. Veinte años después tenemos un sistema de partidos más fuerte y elecciones muchos más competidas.
FMM: En toda transición hay un momento en que todos los actores políticos pactan.
JW: Aquí ha habido muchos pactos. La reforma de 1977 fue un acto de gobierno, aunque escuchó los puntos de vista de otros actores políticos. En 1986 hubo audiencias públicas pero la iniciativa de reforma volvió a ser del Presidente. En 1989-90 las iniciativas de reforma fueron pactadas por el PRI y el PAN; hubo un acuerdo. En 1997 la reforma contó con el aval de los cuatro grupos parlamentarios. También en la manera de procesar las reformas ha habido cambios. Hay que considerar que desde 1988 el PRI no tiene los suficientes diputados como para modificar por sí mismo la Constitución, cualquier reforma constitucional requiere de pactos.
JV: Llevamos dos horas conversando. Mejor te dejamos trabajar, o nos convertiremos en un escollo del proceso electoral.
JW: Si algo falla, los usaré de excusa.