La Jornada martes 8 de julio de 1997

Abraham Nuncio
Un teatro, dos escenarios

Es muy probable que el triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas en el Distrito Federal irradie sus vientos de cambio hacia el resto del país. Sería entonces inevitable una reordenación de las fuerzas políticas hasta ahora favorable al bipartidismo PRI-PAN. Sus efectos se harán sentir, sobre todo, en las elecciones del año 2000.

En los estados donde se ha asentado con fuerza ese bipartidismo, los efectos políticos del triunfo del PRD en la capital del país podrían ser más o menos neutralizados, según el partido que obtuviera el triunfo. Donde mejor puede preverse el posible desenlace es en Nuevo León. Aquí el bipartidismo -gracias a Salinas- se mostró nítido desde 1988. Con la conquista de todos los municipios del área metropolitana en 1994, el PAN aseguró la disputa plena por el poder con el PRI. Este hecho, la inversión política de un sector de los grandes empresarios regiomontanos en Acción Nacional, los errores del gobierno priísta, los nexos familiares y de capital entre el actual gobernador interino y el candidato panista a la gubernatura del estado y, desde luego, la crisis económica que no cede, son los principales factores en los que el PAN finca sus posibilidades de triunfo.

El PRI, por su parte, tiene cierto margen en el ámbito de las diputaciones federales; margen que seguramente se reducirá a nivel del Congreso del estado, donde puede perder la mayoría. En el plano de los municipios del área metropolitana de Monterrey, donde habita casi 90 por ciento de la población, sus riesgos son mayores. Es en torno a la gubernatura donde la disputa con el PAN es más cerrada. El candidato del PRI tiene sus principales asideros en una política de alianzas y en un voto duro (la extensa gama social del corporativismo), más amplios que los de su opositor; en una propuesta de gobierno menos espectacular pero más sólida; en su origen social, que puede ser motivo de identificación para un considerable sector de los electores de la clase media y estratos menores cuya imagen venerable no es la del hombre de grandes negocios, representada por el candidato panista.

La polarización de las dos fuerzas políticas con mayor peso limita a las dos menores que la siguen en importancia: la coalición PRD-El Barzón-Partido Verde Ecologista y el Partido del Trabajo. Sin embargo, su presencia en la campaña tuvo alcances sin precedente y esto las puede llevar a una captura de sufragios mayor a 10 por ciento, que es el porcentaje logrado por los partidos de izquierda en las elecciones de 1994.

Si el PAN triunfa no sólo en los municipios metropolitanos -a excepción de uno o dos de siete-, que son su apuesta más firme, sino en la gubernatura, el efecto de la victoria de Cárdenas en la capital de la República será menor que si triunfa el PRI. Aparte la vuelta a la colonia con la sucesión dinástica en el Ejecutivo, el conservadurismo panista levantaría altos muros de contención a la influencia de la izquierda defeña. Su derrota, en cambio, significaría un golpe severo a las pretensiones empresariales y a sus surtidores ideológicos lidereados por El Norte.

El triunfo del PAN en la elección para gobernador resultaría en un verdadero vuelco político para el PRI. El destino de este partido en el estado sería escindirse en dos corrientes: una que se acercaría al PAN y otra que se acercaría a la izquierda. Sería, entonces, el fin del bipartidismo y la construcción de un juego político tripartito rumbo a las elecciones de fin de siglo. Sólo hasta entonces Nuevo León conocería -desde luego con matices- lo que hoy parece ser un hecho en el Distrito Federal: el ascendiente de la izquierda como fuerza representativa de vastos sectores sociales.