A Susana, quien con cinco meses de embarazo cumplió con su cargo electoral en la jornada del domingo
Las noticias del comportamiento de pueblo, partidos y gobierno en el proceso electoral del 6 de julio han dado la vuelta al mundo, y los comentarios, entre asombrados y complacidos, se repiten en la prensa de todas partes. Ganó la oposición importantes posiciones, entre ellas la capital de la República, y el gobierno no sólo lo permite, sino que por la voz autorizada del Presidente de la Nación reconoce que entramos en la ``normalidad democrática'', declaración que lo honra, porque él mismo había hecho campaña en favor de su partido, partido que fue y sigue siendo, en buena medida, el instrumento que impedía esa normalidad ahora anunciada en voz presidencial.
Es cierto que la última reforma legislativa de una serie ya larga de reformas, fue el marco en el que tuvo lugar el proceso electoral que asombra a propios y extraños, pero también es verdad que el mérito no es tan sólo de los partidos que concertaron dicha reforma, ni del gobierno que avala los resultados electorales; el verdadero mérito es de los ciudadanos, que a pesar de tantos años de ``anormalidad democrática'' y de tantos engaños anteriores volvió a tomar en serio la palabra oficial y salió a votar.
La dictadura podía ser perfecta, porque simulaba democracia, porque llenaba las formalidades electorales, cruzaba boletas y levantaba actas, hacía cómputos y abría debates en el Colegio Electoral; esto es, hacía como si hubieran elecciones realmente y eso le fue comprometiendo cada vez más, dado que una de las formalidades a llenar era precisamente convocar al pueblo a votar y el pueblo acudía.
Cuando finalmente éste se decidió a votar masivamente en favor de partidos distintos al oficial, el sustento principal de la dictadura perfecta se derrumbó y se acabó la posibilidad de sustituir a los ciudadanos en el sufragio, porque éstos asumieron en gran número su compromiso. Millones votaron con libertad y miles cumplieron con sus cargos de funcionarios de casilla, de representantes de los partidos, de observadores electorales.
Es a ellos a quienes tenemos que reconocer y agradecer, son ellos los que están de fiesta. Fueron ellos los que cansados de una larga y tensa jornada todavía tuvieron ánimos de ir al Zócalo a celebrar el triunfo que ya se merecían; fueron ellos los que, cansados de la larga lucha y fatigados, dieron por fin un contenido real a las huecas formalidades; son ellos quienes merecen el reconocimiento general, el aplauso de todos; son ellos, los ciudadanos comunes y corrientes que tuvieron a su cargo la elección, quienes debieron tomar la tribuna, dirigirse a sus conciudadanos y dar la noticia del hecho que ellos mismos construyeron, con riesgos, trabajos y convicción, el amanecer de la normalidad democrática que estamos viviendo.