Por primera vez en nuestra historia, los principios centrales de nuestra política exterior --no intervención, autodeterminación, igualdad jurídica entre los estados, resolución pacífica de los conflictos-- encuentran fundamento interno en la ``normalización'' democrática del país acaecida el domingo pasado. Dejamos de ser candil igualitario y democrático en la calle, en el exterior, y oscuridad autoritaria en la propia casa.
Ahora podremos presentarnos ante estados, gobiernos y organismos internacionales con la cabeza en alto y la dicha de formar parte del concierto de naciones democráticas con derechos plenos, sin la necesidad de aclarar una y mil veces, ante propios y extraños, la ``diferencia revolucionaria histórica'' que pretendía justificar el autoritarismo en México. Racionalización ideológica que permitía defender a Etiopía y la república española, a Checoslovaquia ante los embates nazis y soviéticos o a la Guatemala ultrajada por el imperialismo yanqui, sin reparar en la represión de campesinos, indígenas, obreros y estudiantes en México, sin reparar en los monumentales fraudes electorales estilo 1988, sin atender la represión a la prensa, sin vergüenza alguna por los extremos alcanzados por la corrupción y la impunidad en México, sin la menor sensibilidad por la desaparición y el asesinato de los opositores en el país.
Nuestros embajadores y representantes en el exterior siempre parecían caminar con la cola entre las patas cuando se trataba de explicar nuestra circunstancia interna. Eran capaces de defender las mejores causas internacionales, pero siempre expuestos a que en la respuesta de los adversarios se aprovechara nuestra falta de democracia interna para debilitar nuestras posiciones y argumentos. Ahora, en cambio, empieza una nueva historia de nuestras relaciones con el mundo, a partir de una nueva realidad mexicana ya reconocida en el ámbito internacional. Siempre será más fácil defender de los imperios a las naciones más desfavorecidas desde la democracia.
Para Estados Unidos, Canadá, América Latina, la Unión Europea y las potencias asiáticas de la Cuenca del Pacífico, el triunfo incontestable de la oposición perredista en el Distrito Federal y la equilibrada composición en la Cámara de Diputados resultante de las elecciones representan la garantía de la estabilidad política en el país a corto, mediano y largo plazos. Así lo indican los reportes en la prensa extranjera sobre las elecciones y el comportamiento de la bolsa y de los mercados financieros. Los argumentos del priísmo sobre el caos financiero que advendría en caso de que Cuauhtémoc Cárdenas ganara las elecciones en el Distrito Federal, o en caso de que perdieran la mayoría absoluta en el Congreso, simplemente demostraron, en menos de tres días, ser falsos.
Para el exterior el verdadero riesgo de inestabilidad en México era resultante de las luchas intestinas por el poder en el seno del partido dominante y los arreglos de cuentas en torno a la corrupción y la narcopolítica. En el fondo, los geoestrategas de la CIA y del Pentágono, y numerosos observadores políticos del continente americano y de Europa, temían, admitían y divulgaban que los síntomas del sistema mexicano correspondían a la descomposición de un régimen en inequívoca senilidad y, por ende, se recrudecían las posibilidades de falta de control y gobernabilidad sobre los factores políticos y sociales resultantes de la crisis económica y financiera.
Ahora, en cambio, después del soleado domingo electoral pasado, aprecian la actitud democrática del presidente Zedillo en el manejo de las elecciones y sus resultados, les parece encomiable en un jefe de Estado el mérito personal de haber coadyuvado de modo significativo al acceso de su país a la democracia plena. Sin duda, les parece igualmente encomiable que finalmente México haya dado el paso a la modernidad de las libertades democráticas en términos pacíficos y por medio del voto ciudadano. Después de la caída del muro de Berlín y la democratización de los viejos satélites soviéticos, una vez desaparecida la misma Unión Soviética, la transformación democrática de México se inscribe entre los cambios mundiales más profundos de fin de siglo.
La falta de democracia interna nos debilitaba en las negociaciones internacionales, tanto en el marco de nuestras relaciones bilaterales como dentro de los organismos internacionales. Ahora, en cambio, podremos reivindicar sin pena alguna nuestra condición democrática y, de esa manera, asegurar avances en la defensa de nuestros intereses nacionales, trátese de la relación con nuestros socios del TLCAN, de un acuerdo, ahora más posible, con la Unión Europea o de nuestra condición de relativo liderazgo en América Latina.