Hemos visto una de esas esporádicas pero contundentes erupciones en contra del autoritarismo estatal en la historia de nuestro país. Algunos analistas han preferido compararla con la ola creciente e irrefrenable del maderismo; otros con la primera exhalación del actual movimiento social y político que fue el despertar cardenista de 1988, con la diferencia, agregarían muchos de nuestros eufóricos triunfadores, de que ahora no sólo hay líder, sino también partido y, en alguna forma, movimiento. Quiero separar algunos aspectos de este amalgamado proceso con la pretensión de contribuir a que los capitalinos lo aprovechemos de la mejor manera.
En primer lugar, es cierto que el triunfo cardenista es el triunfo perredista y que en todo momento el líder se ha subsumido en la organización colectiva. Sin embargo, también es inevitable subrayar que la figura y la fuerza de Cuauhtémoc ``jalaron'' un porcentaje significativo de los votos acumulados por esta propuesta política; para muestra baste con recordar que no sólo el DF, sino toda el área metropolitana se volcaron hacia su candidatura. En una época de profundas privaciones de las masas urbanas y rurales en lo económico y en lo educativo, el regreso de los liderazgos personalizados ha sido constatado en muchísimos escenarios latinoamericanos. Las angustias del que se encuentra en la pobreza pasan directamente y sin mediaciones de la urgencia por obtener la toma de agua a la ilusión de que este hombre, este líder, sí va a resolver nuestros problemas y tal acto esperanzado tiende a debilitar los andamiajes organizativos y partidistas (sin duda y por fortuna el 88 estuvo más cerca de esto que el 97).
Un segundo peligro a evitar, también ya experimentado en nuestro país y en otras sociedades, es el que ha tenido lugar al triunfo de los grandes liderazgos social-populares, y que consiste en que la gran mayoría de los líderes locales, de movimientos y organizaciones sociales e incluso partidistas de base, tienden a abandonar sus espacios naturales y a ``vaciarse hacia arriba'' (``propensión buropolítica'' yo le llamo). Pero en el caso de nuestra cultura ancestralmente estatista y tomando en cuenta que en el PRD han confluido corrientes venidas de los socialismos y del priísmo, este peligro se potencia. Vimos en el 88 efectuar esta huida a las alturas a los movimientos y organizaciones populares fortalecidos en los terremotos del 85, y vimos también al movimiento universitario tomar la misma ruta. Creo que a este respecto hay igualmente experiencia acumulada para no repetir el pasado.
Finalmente, al lado de la relación delicada entre el líder y el aparato partidista y al lado de la atracción que los espacios de la alta influencia política ejercen hacia los liderazgos sociales (tan característica de nuestra cultura estatal), hay que mencionar el peligro, también propio de los espectaculares triunfos social-populares, que consiste en vaciar la organización social en la movilización social. Esto quiere decir, para dar una imagen, que la relación entre sociedad y gobierno tiende a hacerse en las manifestaciones, en las concentraciones y en la ``plaza pública'' (politizada entonces), y menos en los espacios en donde vive la gente sus problemas y en donde hay la urgencia por encontrarles soluciones técnicas y materiales. Así, sobre la organización social-territorial (del barrio, la colonia, la unidad habitacional...), tiende a imperar la organización politizante y agitativa para la supuesta búsqueda de esas soluciones, que en la mayoría de los casos termina otorgando influencia a los negociadores, pero vaciando y debilitando a las organizaciones social-territoriales.
Cárdenas en su acción y en su discurso se ha manifestado en contra de estos peligros; ha pedido a la gente que se auto-organice para exigir soluciones a sus problemas ahí en donde los vive, y también ha expresado claramente su rechazo a que las organizaciones de la sociedad civil se supediten a los aparatos del gobierno, con su poder político y económico. Todo esto requiere muchas cosas más que su enunciado, pero la contundencia electoral y la legitimidad con que llega el nuevo gobierno del DF, permiten abrigar las mayores esperanzas para este recomenzar.