Guillermo Almeyra
Cuando las izquierdas conquistan capitales

Es interesante ver qué pasa cuando las izquierdas conquistan las grandes ciudades, sean ellas capitales de países --como Buenos Aires, Montevideo o Roma-- o de grandes regiones. ¿Por qué consigue mantener algunas de ellas y, en cambio, pierde otras? ¿Cuál es la diferencia si el partido es el mismo y si los avances consolidados o los retrocesos suelen ser contemporáneos? ¿Cuál es el secreto de la permanencia en el gobierno de esas grandes urbes, pobladas por millones (o varios centenares de millares) de personas y, por lo tanto, multiplasistas, complejas? No es posible generalizar, ya que hay tantos casos de victorias y de derrotas como ciudades. Vale más tomar algunos casos emblemáticos comenzando por nuestras tierras.

Por ejemplo, el Partido de los Trabajadores brasileño ganó Fortaleza, que después perdió a manos de la derecha; ganó Sao Paulo, con una mujer, sindicalista, popular y combativa, Luiza Erundina, que después pasó a manos de un multimillonario y reaccionario. Pero también ganó Porto Alegre, que supo conservar hasta ahora, al igual que el puerto de Santos. La clave está en la relación partido-ciudadanos. Mientras en los casos negativos el PT casi desapareció porque sus militantes se convirtieron en funcionarios municipales (para colmo de municipios saboteados por los poderes del Estado y por la derecha que se negaba a aceptar las reglas del juego), en los positivos la cosa fue al revés. En cambio de partidizar el municipio, el PT de Porto Alegre, dirigido por sindicalistas, descentralizó su acción y politizó los barrios, multiplicando la acción del partido en ellos y construyendo una vasta red de vecinos, asociaciones, estudiantes, trabajadores organizados que, a la vez, controlaban al aparato administrativo y técnico municipal y daban apoyo a la dirección política del municipio. Esa base permitió que el PT no fuese absorbido por las funciones burocráticas sino que hiciera política y también creó cuadros de apoyo para los pocos funcionarios partidarios.

También es interesante estudiar la actividad del Frente Amplio que desde hace rato gobierna la ciudad de Montevideo (o sea, cerca de la mitad de los uruguayos que viven en el Uruguay). La presión institucional y la necesidad de enfrentar al gobierno central y de negociar con el mismo pronto crearon un ala ``posibilista'' que mira más hacia la presidencia de la república que hacia las bases. Al mismo tiempo, buena parte de los programas para crear empleo, vivienda y dar vida popular a enteros barrios, fue abandonada en nombre del ``realismo económico'' de una municipalidad que es, sin duda, una potencia financiera. Como resultado de ese proceso, hay un desgaste del Frente Amplio, una desmoralización parcial de sus electores y un futuro no demasiado rosado para ese bastión conquistado con grandes planes y mayores esperanzas. No hablemos de la Ciudad de Buenos Aires, en manos, simplemente, de una oposición que se caracteriza por su honestidad pero no tiene planes alternativos a los del gobierno central. No tiene sino sufragios de protesta, que no sirven para construir y que no permiten hacer nada. Marsella fue feudo socialista y hoy es una ciudad en manos de la extrema derecha racista, Roma corre el mismo peligro, y Milán pasó sucesivamente a manos de los racistas de la Liga y de la derecha del zar de la televisión, Berlusconi. Nápoles, en cambio, a pesar de la camorra, de la desocupación y del cólera, sigue firme en manos de la izquierda.

¿Por qué esas diferencias? Mientras en los casos negativos las administraciones pretendían gobernar mediante los aparatos, en los positivos lo hacen movilizando, fomentando la autoorganización, haciendo hincapié en la transparencia absoluta en el campo financiero y político, y en la conquista inmediata de éxitos posibles y visibles: sobre todo en el campo cultural, que incluye el fin de la corrupción y de la arbitrariedad y el privilegio. Esa combinación entre autoorganización y honestidad palpable y entre limpieza urbana y limpieza moral muestra un cambio, pequeño, pero importante, e instaura un nuevo clima. El acceso a los dirigentes es otra característica, pues hasta los Califas sabían que la audiencia pública no resuelve nada pero da la sensación de que todos juntos pueden resolver algo y, sin ella, no hay solución para nada. La clave, pues, en todas partes, está en la descentralización, la participación, la autoorganización de los ciudadanos que, recordémoslo, no son sólo electores.