Spielberg y el cine de acción cibernética. Lo que en un inicio fue una moda (la incorporación de personajes creados por computadora a la acción de una película) se ha convertido en una necesidad de la industria hollywoodense. El éxito de películas como Toy story, Roger Rabbit, Space Jam, Parque Jurásico, hizo que la fórmula ensayada en Zelig y en Forrest Gump, ensanchara las posibilidades del cine de acción, aunque el contenido de las propuestas y la calidad de las actuaciones de los actores pasaran a ser automáticamente elementos de segundo orden. Lo que se anuncia con mayor estruendo en la publicidad de estas cintas --de acción de catástrofes, de apocalipsis programados-- es la forma en que una megaproducción nueva derriba, rompe el récord de taquilla impuesto por la anterior. Los espectadores, sujetos instalados en la pasividad, esperan anhelantes una nueva gama de efectos especiales, como si se tratara de productos atractivos de alguna línea de mercadotecnia.
El mundo perdido, de Steven Spielberg, es secuela y magnificación de Parque Jurásico (Spielberg, 1993). Su publicidad en México es elocuente: ``Récord histórico: 3.600.000 han visto El mundo perdido en los primeros 14 días''. Abundan también las advertencias en la entrada de los cines y en los diarios sobre las escenas violentas de la película (no es recomendable para menores de 8 años). La cinta no presenta gran originalidad en la trama. Michael Crichton, autor del bestseller homónimo, reproduce en lo esencial los esquemas del libro anterior sin que tampoco varíe mucho la galería de personajes. Esta vez Spielberg reduce significativamente las explicaciones científicas sobre el mundo prehistórico y la morfología y comportamiento de los dinosaurios, dando por sentado que un público ya familiarizado con el tema reclama el paso a la acción sin mayores digresiones explicativas. En su primera escena, Spielberg maneja el suspenso que culmina en una escena shock, no mostrada, pero que es posible imaginar por el pasmo horrorizado de quienes la contemplan. Es el efecto Tiburón (Jaws), pero esta vez con una niña en el papel protagónico, y animales pequeños, de apariencia inofensiva, que pronto se convierten en una plaga homicida.
En Parque Jurásico la fallida recreación genética de los dinosaurios conducía no sólo a una catástrofe, sino a un regaño moral a manera de conclusión. Se reciclaba el viejo mito del científico temerario que intenta rivalizar con la Naturaleza (o con Dios), reproduciendo modelos genéticos, y fabricando, a final de cuentas, monstruos incontrolables que acaban por aplastarlo. El tema cobra hoy mayor actualidad con la polémica en torno del proyecto de clonación de animales y seres humanos. Lo que sucede en El mundo perdido es apenas una variación de ese tema. Los animales que sobrevivieron a la catástrofe anterior viven pacíficamente en una isla costarricense, hasta la llegada del hombre, presentado como depredador mayor de la naturaleza. Hay por supuesto dos bandos, el de los archivillanos interesados en crear un parque de atracciones en San Diego transportando hasta allí al descomunal Tiranosaurio Rex y a otros dinosaurios menores, y el de los héroes de corte ecologista, decididos a proteger la fauna y encabezados por Jeff Goldblum, estrella de la cinta anterior, y de La mosca, de Cronenberg. Si Parque Jurásico remitia al modelo genérico de Frankenstein, su secuela, El mundo perdido es reelaboración muy obvia del modelo de King Kong, aunque sin un desenlace sombrío.
Lo notable en la cinta es su brillantez tecnológica y su manejo óptimo de la cámara en escenas de acción, como la secuencia que muestra, en una rápida alternancia de varios puntos de vista, un vehículo al borde de un precipicio y su rescate, naturalmente inverosímil. Lo que sorprende, sin embargo, es la manera en que un director prolífico y alguna vez imaginativo, se limita hoy a reelaborar una fórmula exitosa y a reproducir muchas de las escenas de su cinta anterior, variando apenas algunos detalles, y proponiendo, como única originalidad, un carácter más sangriento en las escenas de acción (destazamiento y evisceración de un personaje). Es posible que el interés primordial de Spielberg sea perfeccionar una maquinaria de efectos especiales y de proezas cibernéticas, sin otro objetivo que el de optimizar su propia noción de entretenimiento: el cine como parque de atracciones, una utopía del optimismo hollywoodense y de un espíritu conservador y bienpensante, con sendas gratificaciones en taquilla.