Néstor de Buen
Un día que debió ser más largo

Para Angeles Mastretta, por supuesto.

Nona y yo votamos muy temprano. No nos faltó una pequeña espera en Ibsen 40, aquí en Polanco debida, lógicamente, a la ordenación de papeles por los amables vecinos encargados de la mesa. Pero a las ocho y veinte minutos o poco más empezó a moverse la cola, en ese momento integrada por habitantes mayores, algunos de la tercera edad y un par de la cuarta, a sus órdenes, todos madrugadores naturales. A las nueve menos cuarto habíamos ya cumplido con pulgares casi impecables (¡qué tinta tan incapaz!) nuestros deberes cívicos.

Después fue una espera nerviosa. Si a eso se agrega la de la expectativa de volver a la chamba el lunes después de dos semanas de vagancia oficial, los nervios no eran sólo políticos. Pero quedaron a un lado cuando al filo de las siete de la noche me convertí, cosa rarísima, en un sujeto pasivo de la televisión y quedé en las manos, muy afortunadas por cierto, de Pedro Ferriz, Javier Solórzano y sus huestes. Hasta más allá de las doce de la noche.

El cómputo de salida de la Cámara de la Radio y la Televisión definió tal ventaja para Cuauhtémoc que no podía ser más que evidente su triunfo. Evidente y abrumador. A partir de ese momento, los números prodigiosos del negocio increíble que dirige Pepe Woldenberg: para él y sus huestes un abrazo de admiración, ratificaron ventajas y disminuyeron diferencias y el PRD se manifestó como el evidente triunfador de la jornada.

¿Sólo el PRD?

Evidentemente que no sólo el PRD. El discurso de Ernesto Zedillo, casi eufórico, me pareció una pieza monumental. Porque hay que reconocer al Presidente que lo que estamos viviendo, más allá de las presiones de los partidos, es el resultado de su acción principal. No digo que haya devuelto a México la democracia. Dudo que antes se haya producido, inclusive, en 1911 con la elección de Madero. Simple y sencillamente, la democracia nació en México este 6 de julio. Con mil presiones y exigencias que nunca antes fueron atendidas.

Ahora sí, y eso tiene gracia especial.

Es claro que se trata de la democracia política. Siguen siendo asignaturas reprobadas la social y la económica, pese a los números y a los desbordes, siempre dudosos, de la Bolsa. Pero la ganancia es infinita. Somos un país nuevo que ya puede decidir con la suprema soberanía del voto. A partir de allí, todo es posible.

Confieso que me emocionó el mensaje valiente de Alfredo del Mazo. En la misma medida en que me decepcionó, dada su evidente inteligencia, cultura, experiencia política y capacidad oratoria, la lectura breve y precaria de Castillo Peraza. Admiré la serenidad de Felipe Calderón que se sacó Nuevo León y Querétaro de la deprimida bolsa, con el remate sensacional de atribuir al Presidente haber votado por el PRD. Fue la mejor puntada de la noche.

Pero me pareció particularmente admirable la euforia serena de Cuauhtémoc Cárdenas. Había muchos años de muchas cosas y muchos muertos en el camino que habían impedido que Cuauhtémoc y los mexicanos volvieran a encontrarse como sin duda ocurrió en 1988. Otro habría gritado su alegría. Cuauhtémoc, por el contrario, definió con precisión y elegancia su propósito de seguir el camino de la ley y ante la propuesta de Ernesto Zedillo de trabajar de acuerdo, no dudó en aceptarla y decirlo públicamente.

Tenemos todos derecho a la euforia. Con la esperanza de que las cosas sigan cambiando. Porque no se trata solamente de un triunfo partidista sino de la posibilidad del triunfo partidista. Eso es lo que vale más. Como también vale la evidente sana distancia que ahora sí se manifestó esplendorosa. Con ciertos aires de acta de defunción, dicho sea de paso.

Me supo a poco el 6 de julio. Debieron agregarle unas cuantas horas más. No por otra cosa: ese día nació México como país democrático y confiable. Habrá que celebrar el cumpleaños.