Ha estado siempre en la avenida Francisco I. Madero, antes Plateros, Profesa y San Francisco, en sus diferentes tramos, desde que nació en el siglo XVI como el lugar que eligieron para sus talleres y tiendas los mejores orfebreros que labraban la plata, y como sede de algunos de los conventos más lujosos: La Profesa y San Francisco, este último el más grande de la ciudad. Los particulares no se quedaron atrás y edificaron suntuosas casonas, que con facilidad reciben el título de palacios, como el de Iturbide y el conocido como de los Azulejos.
Esto atrajo siempre el comercio más fino; los mejores restaurantes y joyerías se establecieron en esa calle desde el siglo pasado. Ese fue el lugar escogido por don José de la Borda, el opulento dueño de minas de plata para vivir en la capital. Restos de la mansión formada por muchas casas iguales, que ocupaban una manzana completa, permanecen en la esquina de Bolívar y Madero, siendo una de ellas --muy bien restaurada--, la sede del Museo Serfin de la Indumentaria, precioso recinto que muestra trajes típicos, muchos antiguos, de todas las regiones del país.
En la esquina con el Zócalo estuvo el siglo pasado el famoso café del Cazador, centro de reunión de bohemios, militares, burócratas y alguno que otro vago. También dio casa al primer cine: el Salón Rojo, que enloqueció a los capitalinos, a pesar de que los tradicionalistas afirmaban que era una moda pasajera. Las boticas y perfumerías de más calidad escogieron igualmente esa vía; entre otras la Gran Droguería de la Profesa, prestigiado establecimiento de los franceses Labadie.
Desde luego fue el lugar seleccionado por madame Dastingue para instalar su refinado attelier, en donde confeccionaba la ropa de las aristócratas y las artistas de categoría. En el sofisticado recibidor tenía ejemplares de las revistas europeas, para copiar lo último de la moda parisina; entre otros Jean Patou, favorito de las bataclanas elegantes como María Conesa, la Gatita blanca, quien desquiciaba el tráfico de la avenida al pasar en su coche abierto, envuelta en gasas de chiffón, esparciendo el perfume de su cuerpo exuberante.
Le hacían la competencia Chole Alvarez, La morronga, entre espuma de encajes de canesú, y la sensacional Tórtola Valencia, cubriendo su escultural figura con exquisitas telas bordadas de soutache: todas ellas eran asiduas a la popular cantina de los Prendes, ubicada en una esquina de donde ahora está el Palacio de Bellas Artes. De allí se pasó a la calle 16 de Septiembre, en donde estuvo formando parte importante de la gastronomía citadina, hasta hace un par de años que cerró, y lo peor es que se dice que sacaron los murales, plenos de historia y ya parte de la tradición del Centro Histórico.
Continuando con Madero no hay que olvidar que en el palacio de los Azulejos estuvo por muchos años el afamado Jockey Club, que presumía de tener la mejor comida francesa de la ciudad. En su salón fumador solían departir los ministros porfiristas con los aristócratas de doble apellido y titulo nobiliario. Por cierto que tras la reciente remodelación del actual Sanborn's se reprodujo en el bar una parte del antiguo club, y hay que tomarse una copa para conocerlo.
La avenida Madero continúa conservando la elegancia y algunas de la tiendas de prestigio de antaño. Una de ellas es Hermes Pieles Finas, en el número 13, cuyos aparadores en estas épocas de calor resultan un poco cómicos: sacos de mink, zorro, nutria, algún abrigo y una estola trasnochada. Este establecimiento que data de los años cuarenta tiene al frente la misma señora rubia, guapa y distinguida, con acento europeo, que combina perfectamente con la decoración art decó y la lujosa escalera negra, originales todos de esa época. Si necesita una buena ``piel'' o una remodelación del abrigote de mink que heredó de la abuela, sin duda éste es el lugar.
En materia de joyería finísima, continúa fiel al maravilloso Centro, en Madero 28, De la Fuente Bustillo, fundada en 1853; sigue en manos de la misma familia. Desde la entrada se advierte la categoría centenaria, con un sobrio piso de mármol color perla. Un discreto monograma habla de su antigüedad. La decoración de los aparadores y del interior no desmerece, pero lo mejor es la mercancía: hermosas alhajas en oro de buenos quilates y diseños exquisitos; desde un sencillo anillo hasta una gargantilla real. También hay regalos de gran gusto para adornar la mejor casa u oficina.
En Madero se encuentra, para comer lujoso: D'abolengo, enfrente de la bella iglesia de San Francisco, con alimentos del mar traídos directos de Sinaloa; viandas populares en Caldos Zenón, o una ``tortota'' de pan suave con roast beef en Arby's.