Olga Harmony
La gran magia

Para Carlos Payán, con dolido abrazo.

La nueva dirección de Teatro y Danza de la UNAM por fin logra echar a andar los proyectos decididos por su gestión. En colaboración con La máquina de teatro --esa agrupación de talentosos jóvenes teatristas --presenta La gran magia en una escenificación importante por varias razones. Una de ellas es el texto del actor y dramaturgo Eduardo de Filippo, poco conocido entre nosotros a no ser por la versión cinematográfica de Filomena Maturano, y al que se ve como precursor del neorrealismo italiano, aunque en la Italia de su época se le tuvo como uno de los autores con fuerte influencia de Pirandello, de quien, como actor, creó escénicamente algunos personajes. Sea como sea, en la obra que nos ocupa se advierte esa influencia, no en el sentido superficial del llamado metateatro, sino en la esencia total de la propuesta.

Calogero di Spelta es un personaje totalmente pirandeliano que no se quiere ver como los otros lo ven, es decir, como marido engañado. Si al principio tenemos muchos datos de su personalidad --es fatuo, celosísimo, marido dominante-- y sobre todo el rechazo a cualquier clase de ilusionismo, prefiere entregarse al engaño de Olga Maraviglia antes que aceptar su realidad. Es más, enfrentado a ella, no vacila en pasar por loco, exactamente como el Enrique IV de Pirandello. Yo disentiría del análisis que hace Carla Faesler en el programa de mano, quien escribe de su actitud: ``...rebasa el del filósofo y el sabio, otorgándole características de iluminado''. Para mí, quizá llevada por la idea pirandeliana, es un personaje mucho más complejo, que evade su realidad y se dota de una diferente, viste al desnudo hombre que es con los ropajes del que quisiera ser.

La farsa de De Filippo juega con los tiempos y los espacios reales, más allá de los inventados por Olga Maraviglia, en que la referencia a un público presente se hace sea cual sea el ámbito de la acción en ese momento. Olga Maraviglia y su marido Zairo son dos personajes de la picaresca a la que tampoco es ajeno el sirviente-comodín Genaro. Pero es Olga la que manipula a todos, envolviendo al incrédulo que desea creer en una intriga hilarante que al final deja de serlo; es este paso de la más desatada comicidad a la grave reflexión acerca de las aristas de la realidad, un mérito no menor en esta obra de un autor que vivió el fascismo y su derrota. Una inteligente teatrista apuntaba en el estreno que la técnica de engaño de Olga Maraviglia era muy propia de los gobernantes fascistas. Puede haber sido o no la intención del dramaturgo, pero el hecho es que su texto mueve a muchas reflexiones.

Otro motivo por el que este montaje es importante, se refiere a la dirección de Juliana Faesler, que muestra un clarísimo oficio en esta segunda escenificación que dirige. No sólo se puede hablar de su impecable trazo que se enriquece con muchos actos de ilusionismo, algunos de los cuales --los del principio del supuesto espectáculo-- son de tan deliberada bobería que mueven a risa, aunque los otros, los que no son propiamente del supuesto espectáculo (sobresale la cantidad de comida que Hernán del Riego como Zairo Maraviglia saca de una pequeña bolsita) sean más difíciles y estén dados con toda limpieza. Como el director escénico es el responsable de todo, hay que acreditarle que junto a su hermana Cristina, haya logrado conjuntar los talentos de Mateo Holmes como escenógrafo y de Patricia Delgado y Fabián Vergara para el espléndido vestuario, con el de Liliana Felipe como autora de la música.

La tercera razón para que destaque la escenificación es el desempeño de Enrique Singer. Los demás actores están muy bien: Susana Zabaleta, un poco tensa al principio en el estreno, pero que encarna del mejor modo a la astuta Olga; Hernán del Riesgo en un papel fársico que se condice con el modo actoral que se le conoce; Clarissa Maigeros, muy graciosa en Genaro, serían los más destacables. Pero es Singer quien está en verdad excelente, dotando a su Calogero de todos los matices y marcando el tránsito del personaje, desde el arrogante señor del principio hasta el vencido y sufriente ser que es al final, con una tan inteligente apropiación del papel que hace de la suya una actuación en verdad memorable.